En esta sección del evangelio que hemos estado estudiando, Marcos está explicando cómo capacitaba Jesús a Sus discípulos, al tiempo que les enseña quién es Él. La última vez vimos que salió de Israel para entrar en las regiones gentiles, yendo a Tiro y Sidón en la costa de Palestina. En el pasaje que vamos a estudiar a continuación, realiza un ministerio más entre los gentiles. Tal vez resulte sorprendente darnos cuenta de que Jesús pasó un tercio de Su ministerio, de tres años de duración, entre los gentiles. Este hecho ha quedado oculto por causa del énfasis que se ha hecho a Su ministerio entre los judíos, pero es evidente que intentaba impartir a Sus discípulos un sentido de lo que representaba Su ministerio en el mundo de los gentiles, además del ministerio entre los judíos. Comenzamos con el relato del capítulo 7, a partir del versículo 31, sobre Sus viajes en la región que se encuentra al este del Mar de Galilea:
Volviendo a salir de la región de Tiro, vino por Sidón al Mar de Galilea, pasando por la región de Decápolis. Le trajeron un sordo y tartamudo, y le rogaron que pusiera la mano sobre él. Entonces, apartándolo de la gente, le metió los dedos en los oídos, escupió y tocó su lengua. Luego, levantando los ojos al cielo, gimió y le dijo: "¡Efata!" (que quiere decir: "Sé abierto".) Al momento fueron abiertos sus oídos, se desató la ligadura de su lengua y hablaba bien. (Marcos 7:31-35)
Marcos se asegura de decirnos que esto fue algo que sucedió en la parte llamada Decápolis, las diez ciudades griegas que se encuentran en la parte oriental del mar de Galilea, y nos dice que Jesús fue a aquella región de una manera un tanto extraña. En lugar de regresar directamente pasando por Galilea, se fue de Tiro y de Sidón, siguiendo la ruta norte a través de lo que es actualmente Siria, y continuó por la parte oriental del Mar de Galilea hasta la parte sur de esa región. Sería más o menos como si saliésemos para ir a Los Ángeles desde San Francisco, pero yendo por la parte de Reno y Las Vegas. Muchos eruditos creen que este viaje le llevó ocho meses, por lo que debió de pasar mucho tiempo en las regiones gentiles, realizando Su ministerio entre personas que no eran judías. Se nos dice además que por el camino va enseñando a Sus discípulos lo que quiere que aprendan. Aquí nos encontramos con otro de esos pequeños incidentes que representa el modo en que el Señor recuerda a los doce, y también a nosotros, lo indispensable que es la fe. Es preciso que actuemos con fe en Dios. Ese es, por así decirlo, el motivo principal por el que sanó a aquel hombre tartamudo.
Si lo pensamos, nos daremos cuenta de que el estado en que se encontraba aquel hombre era realmente lamentable. Cuando era niño, pensaba que lo peor que me podía pasar sería volverme ciego. Sentía lástima de las personas que estaban ciegas y tenía miedo de que algún accidente hiciese que me quedase ciego; pero con el paso de los años me he dado cuenta de que los que más lástima merecen son las personas sordomudas, porque están aisladas de la sociedad, mucho más de lo que lo están los ciegos. Este hombre estaba al mismo tiempo sordo y mudo. No podía oír y no podía hablar. Por lo tanto, no podía leer y, por eso, estaba aislado de la luz de Dios en las Escrituras. No podía oír un testimonio; no podía hacer ninguna pregunta; estaba viviendo en un mundo silencioso, de completo aislamiento de todos los que le rodeaban, por lo que representa una clase de personas a las que es sumamente difícil alcanzar.
Esto explica lo que hizo nuestro Señor con este hombre. En primer lugar, le llevó a un lado, en privado. Algunas personas sordas me dicen que les produce vergüenza serlo, porque nadie es consciente de la dificultad que tienen. Si se tratase de una persona ciega o coja, lo tomarían en consideración, pero si una persona está sorda, nadie se puede dar cuenta de ello, y a los sordos les da vergüenza tener que pedir a la gente que les griten o que repitan algo que han dicho. De modo que, por consideración a este hombre y con toda la ternura de Su corazón, nuestro Señor le lleva a un lado, apartado de la multitud, y le trata de una manera privada.
A continuación Jesús hizo algunas cosas un tanto extrañas. Metió Sus dedos en las orejas de aquel hombre y escupió en Sus propios dedos y le tocó la lengua al hombre. Después, mirando en dirección al cielo, suspiró, todo ello antes de decir aquellas maravillosas palabras: "Sé abierta". Tengo que confesar que sólo al llegar al actual estudio del evangelio de Marcos ha sido cuando he comenzado a entender por qué hizo estas cosas. Sin duda alguna fue porque deseaba despertar e incitar la fe de aquel hombre. Y para conseguirlo, representa gráficamente lo que le quiere transmitir. Le mete los dedos en las orejas, con lo cual le está dando a entender que le va a curar. Se moja los dedos y toca la lengua del hombre, para indicar que va a sanar su lengua y que las palabras fluirán de ella con facilidad. Eleva la vista al cielo para indicar que el poder para realizarlo debe venir de Dios, y suspira, no tanto como si estuviese exhalando el aire, sino para transmitir al hombre la idea de que es a través del medio invisible del poder de Dios que será curado.
Cuando Jesús leyó la respuesta en los ojos de aquel hombre, cuando vio la fe en su mirada, la comprensión en cuanto a lo que iba a realizar, pronunció la palabra: Efata, la palabra en arameo que, sin duda, Pedro conservó en dicha lengua al contarle este incidente a Marcos. Esa palabra quiere decir: "Sé abierta", y aquel hombre empezó a oír y a hablar de inmediato. Eso es asombroso, porque las personas que recuperan el oído después de mucho tiempo de silencio normalmente no pueden hablar, sino que deben aprender cómo hacerlo, pero aquel hombre empezó a hablar en seguida. Esta era la manera cómo nos enseña el Señor, y los discípulos que estaban contemplando lo que sucedía, que la fe es un ingrediente necesario para recibir cualquier cosa de Dios. La fe, el creer en la actividad de un Dios invisible que, a pesar de que no le podemos ver, está dispuesto a actuar en nuestra vida. Por eso fue por lo que Jesús despertó la fe de aquel hombre e hizo que creyese en lo invisible. Eso es lo esencial en toda la actividad divina entre los hombres.
De inmediato adopta medidas a fin de que no se abuse de esta clase de milagros, como nos dice en los versículos 36 y 37:
Y les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más les mandaba, tanto más y más lo divulgaban. Y en gran manera se maravillaban, diciendo: "Bien lo ha hecho todo; hace a los sordos oír y a los mudos hablar". (Marcos 7:36-37)
Fijémonos en el cambio de los pronombres que se usan. Hasta ese momento, Jesús había estado tratando con aquel hombre a nivel individual, pero, de repente, se dirige a la multitud y les manda que no se lo digan a nadie. El tiempo del verbo en griego indica que se lo mandó varias veces, repetidamente. Es posible que les dijese una serie de veces: "No vayáis contándolo por todas partes". Pero cuanto más se lo mandaba, tanto más lo contaban ellos. Comenzaron a salir por el campo y a contar aquel emocionante milagro a los que encontraban. El motivo por el que nuestro Señor hizo esto, como en ocasiones anteriores, era para evitar un énfasis equivocado, porque no quería que le conociesen como uno que realizaba maravillas. La fe de la multitud y la fe del hombre son de dos clases diferentes. Los ojos de la multitud no podían ver mas allá de las acciones de Dios y contemplaron el milagro. Los ojos del hombre que había sido sanado se fijaron en el Dios que actúa. Ahí es donde debe descansar la fe. Así que cuando aquella multitud, con su poca capacidad de comprensión, que enfatizaba lo espectacular, comenzó a dispersarse, Jesús les mandó y les advirtió que no fuesen contándoselo a todo el mundo; pero no le dijo lo mismo al hombre, porque sus ojos se habían fijado en el Dios que está dispuesto a actuar. Y cuando fijamos nuestros ojos en eso, no en lo que Dios hace, sino en Quién es, entonces no hay peligro alguno en que demos testimonio a los que nos rodean.
El relato continúa en el capítulo 8, por lo que hay que hacer caso omiso de la separación de capítulos. No sé quién efectuaría la separación por capítulos, pero parece como si siempre estuviesen en el lugar menos apropiado.
En aquellos días, como había una gran multitud y no tenían qué comer, Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: "Tengo compasión de la gente, porque ya hace tres días que están conmigo y no tienen qué comer; y si los envío en ayunas a sus casas, se desmayarán en el camino, pues algunos de ellos han venido de lejos". Sus discípulos le respondieron: "¿De dónde podrá alguien saciar de pan a éstos aquí en el desierto?". Él les preguntó: "¿Cuántos panes tenéis?". Ellos dijeron: "Siete". Entonces mandó a la multitud que se recostara en tierra, tomó los siete panes y, habiendo dado gracias, los partió y dio a sus discípulos para que los pusieran delante de la multitud. Tenían además unos pocos pescaditos; los bendijo y mandó que también los pusieran delante. Comieron y se saciaron; y recogieron, de los pedazos que habían sobrado, siete canastas. Los que comieron eran como cuatro mil; y los despidió. (Marcos 8:1-9)
Entre este relato y el de la alimentación de los cinco mil, que tuvo lugar en la parte judía de Galilea, hay algunos parecidos, pero este es otro relato, en el que se alimenta a cuatro mil, y tiene lugar en otra región del país. Algunos comentadores han pretendido asegurar que estas son dos versiones del mismo incidente; pero tanto Mateo como Marcos se aseguran de que quede claro que se produjeron dos incidentes semejantes. Jesús mismo, como veremos un poco más adelante, se refiere a estos dos incidentes diferentes como algo que tiene un significado especial para las vidas de los apóstoles. Así que este es otro caso en el que alimenta a la multitud.
Estos dos incidentes son muy parecidos. En ambos casos los alimentos son el pan y los peces, y nuestro Señor los multiplicó cuando se los trajeron. ¿Por qué repitió este milagro? Tal vez parte de la respuesta sea que estaba haciendo con los gentiles lo mismo que había hecho con los judíos, para que estos gentiles aprendiesen las mismas lecciones espirituales que habían aprendido judíos, y los discípulos se darían cuenta de que esto también era para los gentiles.
Sin embargo, Marcos deja claro que básicamente fue motivado por la compasión que sentía Jesús por estas gentes. Llevaban tres días con Él sin haber comido, y de lo que no cabe duda alguna es de que habían venido porque querían ver los milagros que estaba haciendo. Tal y como había imaginado que sucedería, el que se hubiese extendido la noticia de la curación del hombre sordomudo había hecho que acudiesen las multitudes de las ciudades, que habían acudido para ver a aquel que realizaba maravillas, el que hacía milagros. Habían permanecido con Él durante tres días, con la esperanza de que realizase un milagro. Es muy probable que nuestro Señor les enseñase durante ese período. No sabemos lo que les enseñaría exactamente, posiblemente repitiese algunos de sus anteriores mensajes, como haría cualquier buen predicador al tener a una multitud diferente ante Él. Pero no se sintieron satisfechos con eso y habían permanecido allí, con la esperanza de poder presenciar algún milagro. Finalmente, al cabo de tres días, se dan cuenta de que es preciso regresar a sus casas, pero Jesús se muestra reacio a dejar que se marchen sin haber comido. No quiere hacer más milagros, para que no se pierdan el verdadero mensaje, pero lo hace por la compasión que siente en Su corazón. No quiere dejarlos marchar y que se desmayen por el camino, de modo que decide alimentarles.
Al leer este relato debemos preguntarnos: "¿Qué era lo que quería que aprendiesen Sus discípulos de todo esto?". Porque lo que quería que aprendiesen ellos es lo mismo que quiere que aprendamos nosotros. Por eso es por lo que ha quedado constancia de ello en estas páginas. Algunas cosas son perfectamente evidentes. Para comenzar, quería que aprendiesen con aquello de lo que disponían. Cuando queramos que Dios actúe, no esperemos a que Dios lo haga todo, porque Él espera que nosotros participemos en la obra que Él realiza. Empecemos con lo que tengamos. Cuando dijo que iba a alimentar a la multitud, y ellos le preguntaron cómo lo iba a hacer allí en el desierto, Sus primeras palabras fueron: "¿Cuántos panes tenéis?". Ellos lo averiguaron y le respondieron: "Siete". "Eso bastará; sea la que sea la cantidad, empecemos con lo que tenéis".
Muchos de nosotros queremos que Dios haga cosas en nuestras vidas y le pedimos en oración que haga la obra de diferentes maneras. Y está bien que le pidamos que lo haga, pues hay cosas que Él puede hacer que nosotros no podemos hacer. Nosotros podemos traer el pan, pero Él es el que debe multiplicarlo. Podemos llenar las jarras de agua, pero es Él quien debe convertirlo en vino; pero empiece usted con lo que tiene. Hace años leí acerca de un joven que se encontraba en esa primera etapa de la relación con Dios. Un día estaba caminando por una carretera rural y tenía mucha hambre. Le pidió a Dios en oración que le supliese alimento. Antes de haber acabado la oración, pasó un camión cargado de pan, y cayó una barra por la parte de atrás a la carretera, pero en lugar de salir corriendo a recogerla, el joven se sentó y dijo en oración: "¡Señor, si tu intención es que ese pan sea para mí, haz que venga volando hacia mí!". Nuestro Señor quiere enseñarnos que hay cosas prácticas que nosotros podemos hacer, por lo que es preciso empezar con lo que tenemos. Cuando quiera usted llevar a cabo algo para Dios, comience en el lugar en el que se encuentra.
Con frecuencia vienen a mí personas, y me dicen: "¿Cómo se puede conseguir que una iglesia empiece a practicar la Vida del Cuerpo y aprenda los secretos del Nuevo Pacto? ¿Cómo se puede lograr que una iglesia cambie y se convierta en una comunidad vital, alerta, cariñosa y que manifieste el amor?". Quieren que les dé una fórmula secreta que haga posible que algunos ancianos aletargados y apáticos de repente se pongan en acción. Les contesto sencillamente que vuelvan a su casa y comiencen exactamente donde están: "Comience en su propia casa. Reúna a un grupo de personas que sientan lo mismo que usted y comience con ellas, y Dios derramará Su bendición a partir de ahí".
La segunda lección que nuestro Señor quería que aprendiesen es que el suministro siempre es equivalente a la demanda. Dios no dejará nunca de dar mientras exista la necesidad. Es maravillosa la manera en que esto lo expresa el griego original. Nuestra traducción dice: "Tomó los siete panes y... los partió"; pero la traducción es un tanto defectuosa, ya que el griego original realmente dice: "... y siguió partiéndolos"; y los discípulos siguieron alimentando a la multitud. Jesús se hallaba ante la multitud, tomó los siete panes y comenzó a partirlos. No hizo grandes montones con los panes y otro montón con los pescados y dijo a continuación: "Ahora bien, llevaos esto y distribuidlo". No, fue dando un poco a la vez, pero continuaba habiendo más y más, primero el pan y luego el pescado. Hubo de sobra para alimentar a todos, pero nada visible como recurso del que poder ir sacando. Dios quiere que aprendamos que es así como Él actúa en nuestras vidas.
Cada año en PBC cerramos el año sumando la cantidad de dinero que Dios ha enviado para los diferentes ministerios que llevamos a cabo. Y cada año nos encontramos con unos cien o doscientos dólares más de lo que realmente hemos gastado. No es que lo que sobre sea una gran cantidad, pero siempre suficiente para todo lo que necesitábamos hacer, aunque no hay un excedente excesivo, de modo que enfoquemos equivocadamente nuestra fe, apartándonos del Dios que actúa y haciendo que nos fijemos en las acciones que realiza.
A continuación quiere impartirles una lección muy necesaria. Fijémonos en que todos los milagros de nuestro Señor se realizan siempre a un nivel físico, pero el Señor no se conforma nunca con quedarse a ese nivel. Esto es algo que ya hemos visto antes, una y otra vez. No quiere que la gente concentre su atención sobre lo físico; quiere que estos discípulos se den cuenta de que les está enseñando una lección mucho más importante que el hecho de que pueda suministrar pan para el cuerpo. Lo que está haciendo es mostrar muy claramente la enorme importancia que tiene lo espiritual. Es decir, existe un hambre espiritual en nuestras vidas además de la física y existe un alimento espiritual que la satisface, y, sin eso, la vida humana fallaría sin duda alguna.
Jesús mismo lo demuestra cuando pasa por la experiencia de ser tentado por el demonio en el desierto. ¿Recuerda usted lo que dijo?: "No solo de pan vivirá el hombre... " (Matero 4:4, Lucas 4:4). Eso no es suficiente para nuestra humanidad. Si lo que a usted le interesa y lo que desea suplir no es más que el alimento, un lugar en el que vivir y los lujos, es decir, las cosas visibles de la vida, su humanidad se va a encoger, se volverá débil y estará sometida a toda clase de ataques y de fuerzas destructivas. "Es preciso que alimentéis vuestros espíritus", les dijo Jesús, y esto es algo que dejó perfectamente claro cuando alimentó a los cinco mil. Les dijo: "Yo soy el pan que descendió del cielo" (Juan 6:41b). Si desea usted conservar su espíritu fuerte, a fin de que pueda entender lo que le está sucediendo y para que pueda usted afrontar los problemas que se producen debido a lo que le está pasando, debe aprender a alimentarse del Señor Jesús. Debe aprender a tomar de Él la fortaleza que necesita usted y adorarle, regocijarse en Él y mostrarle su gratitud. Eso es algo que necesita usted a diario, de la misma manera que necesita el alimento para su cuerpo.
En muchas ocasiones he intentado ayudar a personas que luchaban contra ciertos problemas en su vida personal o en su matrimonio. Al hablar acerca de estos problemas, se dieron cuenta de que el motivo por el que se habían metido en ese lío era que habían perdido la perspectiva y habían empezado a ver las cosas desenfocadas. No podían analizar o explicar lo que les estaba pasando. De modo que reaccionaron de manera equivocada, produciendo la tragedia. Al hablar de ello, empezaban a darse cuenta de lo que les había pasado y, mediante la oración y la lectura de la Palabra, entendieron una vez más que necesitaban perdonar, ser sanadas y reunirse de nuevo. Estas personas mismas decían con frecuencia que reconocían que el problema consistía en que no habían mantenido una relación espiritual con el Señor. He visto cómo durante un tiempo les iba bien, pero volvían otra vez a las andadas. Y, ¿cómo no?, antes o después sonaba el teléfono, y esas personas estaban otra vez metidas en el mismo lío. Como ve, no es posible mantener el espíritu fuerte si no se lo alimenta. Esa es la lección de este relato, y eso era lo que se esperaba que supiesen los discípulos.
Otra de las lecciones que el Señor deseaba que les quedase perfectamente clara era el hecho de que los recursos eran suficientes. Esto lo implica el hecho de que quedasen siete cestas llenas de pedazos; siete canastas es el término, es decir, cestas muy grandes llenas de pedazos. Cuando acabó de alimentar a los cinco mil quedaron doce canastas, no la misma clase de cestas, sino mas pequeñas. Como vimos en ese otro relato, doce es el número que se usa en las Escrituras para simbolizar a Israel, a las doce tribus de Israel. Nuestro Señor les estaba diciendo a los discípulos que aquella era una verdad que se aplicaba a Israel. Pero en este caso usa el número siete. Siete es siempre el número que implica la manifestación absoluta de Dios, Dios en toda Su plenitud, de un modo absoluto. Por eso es por lo que el número siete aparece con tanta frecuencia en el libro de Apocalipsis, porque Dios se está manifestando, dejando a un lado el misterio, para ofrecer una revelación total ante toda Su creación.
Lo que Jesús está diciendo aquí es que si desea usted conocer a Dios de esta manera; si su corazón anhela realmente conocerle, como le pasaba a Pablo: "Quiero conocerlo a él y el poder de su resurrección, y participar de sus padecimientos hasta llegar a ser semejante a él en su muerte" (Filipenses 3:10), la manera de conocerle es aprender a alimentarse de Él mediante la satisfacción diaria de las necesidades que tenga usted en su corazón y contar con Él. Esto implica recurrir a la Palabra de Dios, porque "no sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mateo 4:4b). Y también significa creer en esta Palabra, regocijándose en el que la dio. Esto es lo que representa alimentarse en Cristo.
¿Aprendieron los discípulos esta lección? Por desgracia, no. Eran igual que nosotros. El relato nos dice lo que sucedió, en el versículo 10:
Y los despidió, Luego, entrando en la barca con sus discípulos, vino a la región de Dalmanuta. (Marcos 8:10)
Dalmanuta se encuentra al otro lado del lago, en la parte occidental, cerca de la actual ciudad de Tiberias.
Vinieron entonces los fariseos y comenzaron a discutir con él, pidiéndole señal del cielo para tentarlo. Él, gimiendo en su espíritu, dijo: "¿Por qué pide señal esta generación? De cierto os digo que no se dará señal a esta generación". (Marcos 8:11-12)
¿Cómo podemos interpretar la manera en que los fariseos vuelven a invadir el ministerio de Jesús? Es evidente que aquellos hombres estaban totalmente ciegos. Van y le piden una señal, después de que ellos mismos habían visto cientos de señales que había realizado; pero estaban dispuestos a no creerle. Pero para ocultar ese hecho, muestran un aparente anhelo de saber más acerca de Su ministerio, por lo que le piden una señal. Ahora bien, es cierto que el Antiguo Testamento dice que era preciso que cualquier profeta diese una señal a las gentes, para demostrar que era realmente un profeta, y eso es algo que es preciso que sepamos hoy. Siempre que hablen los profetas, debería haber alguna señal de que proceden de Dios. En el Antiguo Testamento la señal era que podían anunciar algo por adelantado, que habría de suceder en el futuro cercano, y que se cumpliría tal y como ellos lo habían anunciado. Aquellos cuyas predicciones no se cumplen con exactitud están dando una clara muestra de que no son profetas enviados por Dios.
Pero nuestro Señor se niega a darles ninguna señal, porque conocía a aquellos hombres. Sabía que habían endurecido sus corazones y que eran incapaces de creer en ninguna señal. Mateo nos dice que añadió las palabras: "La generación mala y adúltera demanda señal, pero señal no le será dada, sino la señal del profeta Jonás. Como estuvo Jonás en el vientre del gran pez tres días y tres noches, así estará el Hijo del hombre en el corazón de la tierra tres días y tres noches" (Mateo 12:39-40). Esa sería la única señal que les sería dada a aquella gente, la señal de la resurrección. Así que no se les da señal alguna, Jesús se niega a hacer un milagro, y se marcha dejándoles con su tozuda determinación a no creer.
Y dejándolos, volvió a entrar en la barca y se fue a la otra ribera. Se olvidaron de llevar pan, y no tenían sino un pan consigo en la barca. Y él les mandó, diciendo: "Mirad, guardaos de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes. Discutían entre sí, diciendo: "Es porque no trajimos pan". (Marcos 8:13-16)
No sé si usted puede, pero yo no entiendo por qué dijeron: "no trajimos pan" cuando Jesús les dijo: "guardaos de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes", a menos que fuese la manifestación de una mala conciencia. Se les había olvidado comprar pan y creían que Jesús les estaba regañando por ello. El momento en que mencionó la levadura, que está remotamente relacionada con el pan, ellos la relacionaron, debido a su mala conciencia, con el hecho de que no habían traído suficiente pan para la comida. Vemos lo confusos que estaban y lo torpes que eran, que no entendieron lo que Él les estaba diciendo. Es muy parecido al caso del marido que le dice a su mujer: "¿Dónde has conseguido ese vestido?". A lo que ella le contesta: "¡Es que me han hecho una rebaja del 40 por ciento". No hay relación alguna entre la pregunta y la respuesta, a menos que sea motivada por una mala conciencia. Creo que ese fue el caso aquí.
Nuestro Señor estaba intentando advertirles de lo que produce la torpeza, lo que produce la situación que acababan de presenciar con los fariseos. ¿Qué es lo que hace que los hombres sean tan increíblemente ciegos que, cuando Jesús estuvo ante ellos, realizando cosas tan fantásticas y hablándoles con palabras tan maravillosas, insistiesen, a pesar de ello, en que les hiciese otra señal? Él les advierte de lo que puede producir esa situación, porque ellos corrían el peligro de hacer lo mismo, explicándolo con estos términos tan gráficos: "Mirad, guardaos de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes". La levadura es una imagen de la mala doctrina y la mala enseñanza, por lo que les estaba diciendo: "El motivo por el que los fariseos están tan ciegos es por lo que creen y por lo que enseñan. La razón por la que Herodes no me reconoce, es por lo que cree y por lo que enseña".
Los fariseos creían que Jesús sólo estaba interesado en lo que pudieran hacer, en su rendimiento; y en nuestras iglesias hay muchas personas que siguen pensando así hoy en día. Están convencidas de que lo que Dios quiere es que hagan lo correcto, desde el punto de vista exterior, como en el caso de la obediencia externa a ciertas exigencias, la conducta adecuada en lo que se refiere a la observancia religiosa, y si cumplimos con todo ello, es lo único que le interesara a Dios, sin que haga ninguna diferencia nuestra manera de ser interior, nuestras actitudes ni nuestras relaciones. Lo único que Dios quiere es que hagamos todo el tiempo lo correcto de la manera indicada. Pero Jesús dice que si así es como vivimos, si creemos que a Dios sólo le interesa lo que hacemos, la actividad que realicemos para Él, entonces nuestro espíritu se va a apagar y nos vamos a perder todas las grandes lecciones de la vida que Él quiere que aprendamos. Eso hará que nos perdamos además la emoción de la fe y nos volveremos letárgicos, apáticos, torpes e indiferentes.
O, al igual que le sucedió a Herodes, si nuestros ojos los ponemos en el hombre y en el mundo que nos rodea y sólo estamos interesados en hacer lo que hace que seamos aceptables para otros, y no para Dios, eso también apagará nuestro espíritu. Hará que nos volvamos ciegos y torpes en nuestra manera de actuar. Es lo que les estaba enseñando en este caso, y continúa con el tema en el versículo 17:
Entendiéndolo Jesús, les dijo: "¿Qué discutís?, ¿porque no tenéis pan?". (Marcos 8:17a)
"¿Por qué hacéis eso?", les pregunta. Y a continuación les hace seis preguntas de lo más perceptivas:
"¿No entendéis ni comprendéis? ¿Aún tenéis endurecido vuestro corazón? ¿Teniendo ojos no véis, y teniendo oídos no oís? ¿No recordáis? Cuando partí los cinco panes entre cinco mil, ¿cuántas cestas llenas de los pedazos recogísteis? Y ellos dijeron: "Doce". ¿Y cuando repartí los siete panes entre cuatro mil, ¿cuántas canastas llenas de los pedazos recogisteis?". Y ellos dijeron: "Siete". Y les dijo: ¿Cómo es que aún no entendéis?". (Marcos 8:17b-21)
En esta serie de preguntas, nuestro Señor les está sugiriendo a ellos, y también a nosotros, qué podemos hacer cuando nos sentimos espiritualmente desanimados. Este viernes pasado por la noche, en Los Angeles, se me acercó un joven y me dijo: "Soy graduado de una facultad bíblica. Hace un montón de años que soy cristiano, pero tengo que decirle que me siento muy desanimado y vacío. He perdido todo interés en lo que está haciendo Dios y ni siquiera tengo deseo de participar ya en el estudio de la Biblia. ¿Qué debo hacer?". Acababa de leer este pasaje, por lo que hice lo que sugirió nuestro Señor en él, sin decirle al joven lo que estaba haciendo.
Lo primero que sugiere nuestro Señor es que usemos nuestra mente. "¿No entendéis ni comprendéis?". Deténgase a pensar dónde se encuentra, lo que le está sucediendo y por qué le ha pasado. Analícelo y lea lo que dice la Biblia al respecto. Para eso es la mente. Estudie lo que Dios le ha revelado y use su mente.
En segundo lugar, pregunta: "¿Tenéis endurecido vuestro corazón?". ¿Es usted torpe o va a responder? ¿Se ha olvidado usted de la verdad? Porque si el corazón no responde a lo que la mente ha entendido, es porque no lo ha creído de verdad. Es posible que haya reconocido mentalmente que es verdad, pero no ha actuado conforme a esa verdad. El problema consiste en que no cree usted que Dios va a hacer lo que ha dicho que hará. Esto lo pone siempre de manifiesto un corazón apático y que no reacciona. La verdad siempre nos conmueve, cuando la creemos. Es algo que se apodera de nosotros y nos estimula, y si no nos sentimos emocionados, si no sentimos el gozo, es debido a que la mente lo ha entendido, pero no ha llegado al corazón. Una de las cosas que la Palabra nos sugiere que debemos hacer al llegar a este punto es orar para que se iluminen los ojos de nuestro corazón.
Jesús continúa, diciendo: "¿Teniendo ojos no veis, y teniendo oídos no oís?". Jesús dijo estas palabras una y otra vez a las personas a las que enseñó, y cada vez quiere decir exactamente lo mismo. No se limite usted a ver los acontecimientos que están teniendo lugar y piense que eso es todo lo que hay. Es una parábola, un paralelismo de algo mucho más profundo y más importante, relacionado con el espíritu. Al alimentar a estos hombres con los panes y los peces, les está diciendo: "no penséis que esta es sólo una manera de obtener alimento bueno rápidamente y gratuito. Recordad que os estoy diciendo que tenéis una necesidad más profunda, una necesidad más perentoria, que necesita suplirse también a diario. Usad vuestros ojos para ver más allá de lo físico y ver lo espiritual".
Y por fin les pregunta: "¿No os acordáis?". ¿No le ha enseñado Dios cosas a usted en el pasado por medio de sus circunstancias? ¿No le ha hecho pasar por situaciones que le han hecho a usted entender algo acerca de su propia vida? ¿Cree usted que lo que le está sucediendo ahora mismo, quien quiera que sea usted y dondequiera que se encuentre, es pura casualidad? ¿O le está diciendo Dios algo? ¿Recuerda otras ocasiones en el pasado en que le dijo cosas por el estilo? Pues recuérdelas ahora e interprete los acontecimientos por los que está pasando y reconozca que se encuentra en las manos de su Padre amoroso, que le ha colocado a usted justo donde se encuentra para enseñarle una verdad muy necesaria. ¡Aprenda a aplicarse la verdad y regocíjese!
Esa es la manera indicada para mantenerse espiritualmente vivo y alerta, vital y funcionando como creyente. Es lo que Jesús enseñó a aquellos hombres, y ahora la pregunta pende sobre cada uno de nosotros: "¿No entiende usted aún?".
Oración
Padre, perdónanos por la torpeza de nuestros corazones, por la manera en que con tanta frecuencia reflejamos la actitud de las personas paganas y mundanas que nos rodean, que no pueden ver más allá de los acontecimientos y no piensan nunca en nada más profundo. Perdónanos por vivir como animales, en este sentido, y ayúdanos a recordar que somos hombres y mujeres, que tenemos un espíritu además de un cuerpo, y que necesitamos fortalecerlo, sostenerlo y alimentarlo. Señor, ayúdanos a entregarnos todos los días, de manera sincera y real, a Aquel que es el pan enviado de los cielos, a Aquel que puede fortalecernos, guardarnos y establecernos. Lo pedimos en Su nombre. Amén.