El pasaje del evangelio de Marcos al que llegamos ahora menciona uno de los más extraños y asombrosos milagros de Jesús. Fue el único que realizó en dos etapas, el único en el que hubo un proceso en lugar de producirse una curación inmediata. Marcos es el único que ha dejado constancia de este milagro y, por ese motivo, resulta un tanto obscuro. Sin embargo, es un milagro muy significativo y tiene una relación directa con el sorprendente cambio en el mensaje de Jesús que sigue a este incidente. Este relato nos lleva al momento del cambio en el libro de Marcos y en el que el mensaje de Jesús sigue una nueva dirección. Marca el punto medio en la enseñanza de este libro, y espero que también sea el momento de cambio en muchas vidas. Veamos juntos Marcos 8, empezando con el versículo 22:
Vino luego a Betsaida, y le trajeron un ciego, y le rogaron que lo tocara. Entonces, tomando la mano del ciego, lo sacó fuera de la aldea; escupió en sus ojos, puso sus manos sobre él y le preguntó se veía algo. Él, mirando, dijo: "Veo los hombres como árboles, pero veo que andan". Luego le puso otra vez las manos sobre los ojos, y le hizo que mirara; y fue restablecido, y vio de lejos y claramente a todos. Jesús lo envió a su casa, diciendo: No entres en la aldea, ni lo digas a nadie en la aldea". (Marcos 8:22-26)
Hay dos cosas en este relato que son de sumo interés. Una de ellas es el proceso que siguió nuestro Señor en esta curación, y la segunda es la prohibición que impuso a este hombre. El proceso es algo único, y no hay ningún otro milagro que sea como éste. En un sentido eso no es de extrañar, porque Jesús nunca hizo dos milagros que fuesen exactamente iguales. Nosotros tenemos tendencia a seguir ciertas costumbres y comportamientos, y cuando se hace un cambio, a la gente le pilla completamente por sorpresa. Pero el Señor no era así. Él hacía las cosas según lo requiriese la situación, y no hay realmente dos milagros que sean iguales; pero este es notablemente diferente debido a dos aspectos extraordinarios.
El primero que nos llama la atención es el hecho de que escupiese sobre los ojos de aquel hombre. Puede que a algunos de nosotros eso nos parezca antihigiénico, pero en tres de los milagros realizados por el Señor usó lo que había escupido de esta manera. En nuestro último estudio vimos que, en la curación de un hombre sordomudo, Jesús escupió en Sus propios dedos antes de tocar los oídos del hombre. Y en el evangelio de Juan tenemos el relato de la curación de un hombre que había nacido ciego. Allí Jesús escupió en tierra, mezcló el barro con la saliva y lo usó para ungir los ojos de aquel hombre. En esta ocasión escupe directamente sobre los ojos de este ciego, de modo que se usa de una manera continua el escupir.
Es difícil saber exactamente por qué. Muchos comentadores se han enfrentado y han debatido el tema. William Barclay sugiere que eso fue algo que hizo para acomodarse a la creencia de las gentes en cuanto a que hay algo terapéutico en la saliva. Las personas se llevan el dedo inmediatamente a la boca cuando se han cortado o se han quemado para aliviarlo. Puede que de ahí surgiese esta opinión, y es posible que la sugerencia tenga cierto peso, pero no explica en su totalidad lo que estaba haciendo el Señor.
A mí me da la impresión, aunque pueda parecer una opinión Stedmaniática, que lo que hace nuestro Señor es simbólico, como lo fueron todos los milagros que hizo. Eran parábolas en acción, imágenes de la verdad que estaba intentando comunicar. Y en este caso, la saliva se convierte en el símbolo de la Palabra de Dios. Es la forma visible de lo que sale de la boca. Tal vez lo que estuviese haciendo el Señor fuese despertar la fe del ciego, que podía sentir, pero no podía ver. Y cuando Jesús cubre sus ojos con Su saliva, sintió que algo iba a suceder en lo que estaba involucrado el poder de la Palabra hablada de Dios. Sea como fuere, no hay duda de que Jesús estaba enseñando a Sus discípulos esta lección. La Palabra es siempre el agente creativo en la obra de Dios. El autor de la epístola a los Hebreos nos dice que entendemos que es por la Palabra de Dios que los mundos fueron formados de las cosas que no se veían (Hebreos 11:3). Eso es lo que creo que se simboliza aquí.
El segundo aspecto extraordinario de este milagro es lo incompleto de la curación. No existe ningún otro relato en las Escrituras de nada semejante, ni de que hubiese un proceso en las sanidades realizadas por nuestro Señor. En todas las demás circunstancias habló la palabra y la persona fue sanada de inmediato. Pegó un salto, si estaba cojo; abrió sus ojos y pudo ver, si estaba ciego o se levantó de los muertos. Pero sólo en el caso de este milagro en concreto hay un proceso en dos etapas. Una vez mas, muchos han sido los que se han preguntado al respecto. Algunos comentaristas sugieren que esto representa el despertar de los poderes de Jesús, que había llegado a una etapa en Su ministerio en la cual la oposición era tan intensa que Su poder no resultaba el adecuado y era preciso una doble dosis, a fin de poder efectuar la curación.
Lo cierto es que yo no apoyo esa "postura de la doble dosis" ni esa escuela de pensamiento. Nuestro Señor ha tenido siempre el poder adecuado para enfrentarse con cualquier situación, porque, como nos dice con harta frecuencia Él mismo, no era Su poder, sino el poder del Padre que obraba en Él. Y una y otra vez, a lo largo de las páginas de las Escrituras, Dios nos enseña que nada hay imposible para Él. Así fue como desafió la fe de Sara, la esposa de Abraham, cuando les dijo que tendrían un hijo, cuando su cuerpo hacía ya tiempo que había pasado de la edad normal para tener hijos, y Sara se rió a causa de su incredulidad, a lo que Dios le preguntó: "¿Acaso hay alguna cosa difícil para Dios?" (Génesis 18:14).
Algunos comentadores han sugerido que posiblemente fuese un caso de ceguera muy obstinado, mucho más difícil de lo normal, pero eso es decir lo mismo, que el poder de Jesús no era adecuado para resolver el problema.
Más bien habría que decir que debemos considerarlo como un acto deliberado, llevado a cabo para beneficio de los discípulos, a los que Jesús les está enseñando una vez más. Este incidente pertenece a la sección de Marcos en la que nuestro Señor está intentando instruir a los discípulos. Les está enseñando lecciones por medio de lo que hace y lo que dice. En este caso lo realiza en dos etapas, porque quiere que los discípulos se den cuenta de que ellos son como aquel ciego, ellos y nosotros que leemos este relato, y que necesitamos que se nos abran los ojos en dos etapas, como en el caso del ciego. Por lo tanto este milagro es simbólico de lo que va sucediendo a lo largo de este relato, y si lo leemos de ese modo, lo veremos como una introducción muy exacta de lo que sigue.
Pero antes de que continuemos, veamos brevemente la prohibición que le hizo el Señor al hombre:
Jesús lo envió a su casa, diciéndo: "No entres en la aldea, ni lo digas a nadie en la aldea". (Marcos 8:26)
La aldea era Betsaida, donde nuestro Señor había realizado muchos milagros, pero entonces no permite al hombre entrar en la aldea, algo que, sin duda, concuerda con lo que hemos visto en muchas ocasiones. Jesús solía decir con cierta frecuencia a las personas: "No digáis nada acerca de lo que os ha sucedido". El motivo es evidentemente que no quería suscitar el amor a lo milagroso, que se producía con tanta facilidad entre estas gentes, al igual que sucede en nuestros días. Esto explica el por qué las personas que pretenden hacer milagros atraen tan grandes multitudes y llaman tanto la atención. Las personas tienen un gran deseo de ver ante sus propios ojos estas actividades sobrenaturales, pero Jesús les estaba constantemente quitando importancia. Sanaba físicamente, y se producían milagros, pero no estaba satisfecho con las reacciones de aquellas personas que sencillamente se mostraban ansiosas por presenciar milagros. Por lo que en estos momentos ejerce un control más estricto. No quería que el hombre entrase ni siquiera en la aldea, como habían hecho otros antes que él, contando lo que Jesús les había dicho que no contasen. De modo que le pone límite a este hombre, para restarle importancia al milagro, porque Jesús intentaba siempre suplir la verdadera necesidad del ser humano, el sufrimiento espiritual interior, y sanar ese aspecto de su vida.
A esto le sigue de inmediato el relato de las preguntas que el Señor hizo a Sus discípulos de camino a Cesarea de Filipo, comenzando por el versículo 27:
Salieron Jesús y sus discípulos por las aldeas de Cesarea de Flilipo. Y en el camino preguntó a sus discípulos, diciéndoles: "¿Quién dicen los hombres que soy yo?". Ellos respondieron: "Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los profetas. Entonces él lesdijo: "Y vosotros, ¿quién decís que soy?". Respondiendo Pedro, le dijo: "¡Tú eres el Cristo!". Pero él les mandó que no dijeran esto de él a nadie (Marcos 8:27-30).
Debemos tomar nota de lo que Marcos nos dice con respecto al lugar en que aconteció este suceso. Era de camino a Cesarea de Filipo, en la parte norte de Tierra Santa, al norte del Mar de Galilea, al pie del Monte Hermón. Es evidente que el Señor iba de camino a dicho monte, deliberadamente y con el fin de que pudiese tener lugar la transfiguración (que sucede inmediatamente después) sobre aquella montaña alta. Él entendía que eso estaba a punto de suceder. Sabía que debía transfigurarse delante de algunos de aquellos hombres y que iban de camino. Por lo tanto, es preciso que esto lo enlacemos con la transfiguración de Jesús sobre el monte.
Marcos nos cuenta que, de camino, Jesús les hizo dos preguntas a Sus discípulos, una de ellas relacionada con lo que la gente opinaba acerca de Él y la otra acerca de lo que pensaban ellos. La pregunta sobre quién creía la gente que era Él obtiene la respuesta de que algunos creían que era Juan el Bautista, que había resucitado de los muertos. Otros pensaban que era Elías, el profeta, porque estas son referencias de algunos pasajes del Antiguo Testamento en los que se dice que Elías deberá regresar antes de que llegue aquel día grande y terrible del Señor, y le estaban esperando. Todavía hoy sigue siendo cierto que en las ceremonias judías ortodoxas se prepara una silla para Elías durante la fiesta de la Pascua. Por lo que algunos decían: "Es Elías, que ha llegado". "No, es uno de los otros profetas, tal vez Jeremías o Isaías". O tal vez algunos quisieron decir con las palabras "es uno de los profetas" que creían que era un miembro nuevo de la gran línea de los profetas hebreos. Las gentes decían exactamente lo mismo acerca de Jesús en el capítulo 6, donde Marcos cuenta lo alterado que estaba Herodes el rey por causa de aquel movimiento popular. Las gentes preguntaron ya entonces: "¿Quién es?", y algunos respondían, diciendo: "Es Juan el Bautista; ha resucitado de los muertos, y por esta razón operan estos poderes en él". Pero otros decían: "¡No, es Elías!", y había quien decía "Es un profeta, como uno de los antiguos profetas".
De modo que es evidente que la opinión de las multitudes no había cambiado durante los ocho meses transcurridos desde Su ministerio. Seguían creyendo, sin embargo, que era uno de los grandes profetas, lo cual indica que le tenían en muy alta estima, porque estos eran los grandes nombres de Israel. Pero ni en un solo caso se nos da a entender que las multitudes pudiesen tener ni la más remota idea de que éste fuese el Mesías. Pensaban de Él como de uno que estuviese esperando a otro que aún había de venir, y no hay la más mínima indicación de que jamás superasen ese modo de pensar.
Antes de que dejemos esto, quisiera hacer un comentario aparte. No hay absolutamente nada en las Escrituras que apoye en modo alguno la noción de la reencarnación. En este caso no se trataba de que las personas creyesen que los antiguos profetas hubieran aparecido bajo una nueva forma. Pensaban que eran los mismos que habían regresado, no que fuesen una reencarnación, sino que aparecían de nuevo aquellas mismas personas que habían vivido cientos de años antes. Por lo tanto, este relato no apoya la idea de la reencarnación. Me atrevo a decir que la reencarnación es una de esas "doctrinas de los demonios" (1 Timoteo 4:1b), acerca de la cual habló Pablo, enseñada por los espíritus mentirosos que engañan a los hombres y hacen que crean en esa clase de cosas a fin de controlarles.
Pero prosigamos con la pregunta que les hizo Jesús a los discípulos mismos. Les preguntó: "Pero vosotros, ¿quién decís que soy yo?". Eso era lo importante para Él, y la respuesta que da Pedro es inmediata y definitiva: "¡Tú eres el Mesías, el Cristo!". Debemos recordar que la palabra "Cristo" es sencillamente el término griego de la palabra hebrea "Mesías", por lo que significan lo mismo, y no es un nombre, sino un título. Muchas personas parecen creer que Jesús era Su primer nombre y Cristo Su apellido, algo así como si dijésemos José Fernández, pero Cristo no es un nombre. Cristo es el nombre del cargo que ocupa. Jesús es Su nombre y Cristo Su puesto. Y tanto en su forma griega como en la hebrea significa "El Ungido", el que ha sido ungido por Dios. En el Antiguo Testamento había dos oficios que precisaban de la unción: el de rey y el de sacerdote. Cuando Pedro contestó con las palabras "Eres el Mesías, el Ungido", quiso decir: "Eres Aquel al que Dios ha ungido como Rey. Eres el Rey, Aquel cuya venida había sido anunciada antiguamente y que habría de gobernar sobre el pueblo de Dios y sobre las naciones de la tierra. Eres el Sacerdote que había de venir, el Ungido".
Mateo deja constancia de que Jesús dijo de inmediato a Pedro: "no te lo reveló carne ni sangre" (Mateo 16:17b). Es decir, "No has llegado a esa conclusión sencillamente razonándolo, haciendo uso de métodos humanos, sino que te ha sido revelado por mi Padre que está en el cielo". Nuestro Señor reconoce que el Espíritu Santo estaba enseñando a aquellos discípulos, que al leer las Escrituras vieron las cosas que estaban sucediendo y observaron lo que Él hacía, y sus ojos estaban siendo abiertos por el Espíritu Santo para que captasen el significado de estos sucesos; y ese ministerio de enseñanza del Espíritu es algo que aún continúa.
Es preciso que esto lo enlacemos con el relato del capítulo 4, en el que Jesús acalla la tempestad. En esa ocasión, unos ocho meses antes de estos acontecimientos, Jesús se encontraba en la barca en medio de la tempestad y habló al viento y a las olas, diciéndoles: "¡Calla, enmudece!" (Marcos 4:39b), y se produjo una gran bonanza sobre todo el lago. Lo que pasó no fue que se calmasen gradualmente el viento y las olas, sino que fue algo inmediato. Fue como si una mano enorme hubiese presionado sobre el agua y se hubiese producido una gran calma, de norte a sur y de este a oeste, sobre el lago. Y los discípulos dijeron entre ellos: "¿Quién es este, que aun el viento y el mar le obedecen?" (Marcos 4:41).
Era preciso contestar a esa pregunta. Y todos los acontecimientos que sucedieron entre tanto fueron usados por nuestro Señor como situaciones apropiadas como enseñanza, a fin de que pudiese instruir a estos discípulos en cuanto a quién era Él. Ha llegado la prueba, y Jesús les pregunta: "Pero vosotros, ¿quién decís que soy?". La respuesta de Pedro es clara y segura: "Tú eres el Cristo, tú eres Aquel al que habíamos estado esperando; no eres Elías, ni Jeremías, ni Juan el Bautista. Tú no eres uno que espera a otro; tú eres Aquel al que todos los hombres han estado esperando". Para estos discípulos debió de ser extraordinario darse cuenta de que allí tenían a Aquel acerca del cual hablaban tantos pasajes del Antiguo Testamento. Pedro expresó la fe de ellos, que habían obtenido en aquel mismo momento, al decir las palabras:"Tú eres el Cristo". Eso era, precisamente, lo que Jesús quería que supiesen. Había estado enseñándoles con ese fin y sabía que necesitaban llegar a ese conocimiento, y todo lo que había hecho hasta aquel momento había sido diseñado con el fin de que obtuviesen ese conocimiento acerca de quién era, para que pudiesen responder a la pregunta que ellos mismos se hacían.
Pero en cuanto lo saben, hace algo extraño. Marcos nos dice que les mandó, con gran energía, que no se lo dijesen a nadie. ¿Nos resulta eso extraño? ¿No consideraría usted que justo cuando han llegado al punto en que saben quién es, sería el momento oportuno para decirles: "Ahora quiero enviaros de nuevo. Id a todos los pueblos y aldeas de Galilea y decidles quién soy. Para eso es para lo que he venido, para que los hombres lo puedan entender"? Pero en lugar de ello, les manda muy enérgicamente que no le cuenten a nadie aquello de lo cual se acaban de enterar. Este es uno de los misteriosos acontecimientos del ministerio de Jesús; pero, a pesar de ello, creo que podemos entender por qué lo hizo, a la luz de la historia del ciego que acabamos de leer. Ese fue el primer toque, que les abrió los ojos en parte a la verdad. Le veían, pero no con absoluta claridad. Le veían como "un árbol que anda", viendo Su grandeza y Su gloria, pero no entendían el secreto de todo ello. De modo que aún tenían necesidad de un segundo toque, y es lo que hace el Señor después.
Mirando atrás a este suceso, nos damos cuenta de lo sabias que fueron sus acciones. Al llegar a este punto, los discípulos tenían grandes malentendidos acerca de cómo era el reino de Dios. Y a pesar de que habían reconocido Quién era, no tenían ni idea cómo iba a realizar Su obra. Se sentían pasmados por Él, asombrados, deslumbrados y fascinados, pero no acaban de entender a fondo cómo era en realidad. No le veían con demasiada claridad.
En Houston, Tejas, oí, hace unas semanas, al Comandante Ian Thomas dar una serie de espléndidos mensajes sobre la persona de nuestro Señor. Estaba comentando acerca de esta escena y la que viene a continuación, la transfiguración. Recuerdo que dijo que de haber ido los discípulos en aquel momento a contar lo que sabían acerca de Jesús, si hubiesen hecho que se corriese la voz por todo el país, diciendo que había llegado Aquel acerca del cual predijo el Antiguo Testamento que habría de venir, con sus conceptos superficiales y triviales respecto a lo que eso implicaba, hubiesen creado una tremenda reacción emocional entre la gente, dando pie a que se produjese un seguimiento popular de Jesús, pero que se hubiese basado en una evidencia incompleta, que no era concluyente. El Comandante Thomas dijo que, sin duda, hubiesen creado tal disturbio entre las gentes de toda Israel que hubieran visto a borriquillos que llevarían carteles en sus rabos diciendo: "¡Rebuzna si amas a Jesús!".
Bueno, la verdad es que no sé si hubiera pasado eso, pero sí que indica lo poco que estos discípulos le entendían realmente, a pesar de que sabían que era el Cristo. De modo que nuestro Señor se mueve de inmediato, como en el caso del ciego, y les alerta también a ellos. Leamos ahora los versículos 31 al 33:
Comenzó a enseñarles que le era necesario al Hijo del hombre padecer mucho, ser desechado por los ancianos, por los principales sacerdotes y por los escribas, ser muerto y resucitar después de tres días. Esto les decía claramente. Entonces Pedro lo tomó aparte y comenzó a reconvenirlo. Pero él, volviéndose y mirando a los discípulos, reprendió a Pedro, diciéndo: "¡Quítate de delante de mí, Satanás! Porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres". (Marcos 8:31-33)
Estoy seguro de que Pedro esperaría ser alabado por su acción. Mateo nos dice que el Señor sí le alabó por haber dicho: "Tú eres el Cristo", pero luego nuestro Señor empezó a hacer algo que estos discípulos consideraban extraño: les describió la muerte por la que tendría que pasar. Esto es lo que Pablo llama más adelante: "la palabra de la cruz" (1 Corintios 1:18a). Vemos que tanto Mateo como Marcos nos dicen concretamente que fue precisamente en ese momento cuando empezó a enseñarles, algo que había insinuado con anterioridad. En los evangelios existen varios relatos sobre ello antes de este, y el suceso era algo que el Señor había sabido desde el principio. En el evangelio de Juan se nos dice que, al comienzo de Su ministerio en Jerusalén, Jesús les dijo a los judíos: "Destruid este templo y en tres días lo levantaré" (Juan 2:19). Le había dicho a Nicodemo, que había venido a Jesús de noche: "Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del hombre sea levantado" (Juan 3:14). Les dijo lo siguiente a Sus discípulos: "Pero vendrán días cuando el esposo les será quitado, y entonces, en aquellos días, ayunarán" (Marcos 2:20). Y pocos días antes, Mateo cuenta que les sería dada la señal de Jonás: "Como estuvo Jonás en el vientre del gran pez tres días y tres noches, así estará el Hijo del hombre en el corazón de la tierra tres días y tres noches" (Mateo 12:40). Pero estas alusiones tenían la naturaleza de acertijos, y los discípulos no le entendieron.
Pero en aquel momento Jesús empieza a decírselo con toda claridad. El tiempo del verbo griego del versículo 32 es tal que debiera traducirse por "continuó diciéndoselo con claridad". Tal vez durante el curso de varios días les habría estado enseñando lo que le iba a suceder. Nombró a los enemigos con los que se tendrían que enfrentar cuando llegasen a Jerusalén, a los sumos sacerdotes, a los escribas, a los fariseos, y describió lo que le harían. Otros relatos dicen que detalló lo siguiente: la flagelación y las palizas, así como el rechazo que implicaría, contándoles claramente lo que sucedería.
No creo que la reacción de Pedro fuese inmediata. Evidentemente, después de haber estado escuchando durante varios días a Jesús hablar de ese modo, ya no lo podía soportar más. Hablando en nombre de todos los discípulos, se llevó a Jesús a un lado y le reprendió. ¡Imagínense a Pedro reprendiendo a Jesús!, diciéndole: "Señor, no debes hablar de esa manera. ¡Es terrible!". Lo que estaba diciendo literalmente era: "Ten compasión de ti mismo. No hagas eso".
Podemos entender cómo se sentía; al menos eso espero. Imagínese usted cuál sería la reacción aquí en los Estados Unidos si, el día de la inauguración, un joven y popular presidente detallase para su nación todas las cosas que esperaba llevar a cabo durante el curso de su administración, dando una nueva nota de esperanza a su país y cautivándoles a todos mediante lo que parecería un programa de enorme éxito, que tuviese la intención de poner en práctica. pero que al final anunciase que padecía un cáncer terminal y que, sin duda, estaría muerto al cabo de una semana. ¿Se imagina usted la reacción que produciría? Las personas se quedarían atónitas, doloridas e incrédulas: "¿Cómo puede pensar en llevar a cabo todo lo que ha dicho si ese es el caso?". Esa es la reacción de los discípulos en este caso. Encuentran Sus palabras increíbles; se quedan muy sorprendidos, sobresaltados y desconcertados. Así que finalmente Pedro reprende al Señor.
Y en esas palabras de reproche de Pedro, según las palabras que nos ha transmitido Mateo, encontramos la filosofía básica de este mundo explicada de un modo muy exacto: "Ten compasión de ti mismo, Señor; ten compasión". Nada es más importante que tú". ¿No es así como viven los hombres? "Estoy dispuesto a renunciar a cualquier cosa, excepto mis propios intereses. No hay nada que sea más importante que yo". Y cuando Pedro pronunció esas palabras, Jesús le dijo: "¡Quítate de delante de mí, Satanás! Me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres" (Mateo 16:23). Así es como viven los hombres. Todos sentimos la presión ejercida sobre nosotros por esta filosofía. Lo primero es pensar en uno mismo. Cuidarse de uno mismo, proveer lo que queremos, porque nadie más lo va a hacer. De qué modo encontramos esa actitud en todo lo que vemos en la televisión, en las revistas y en el resto de los medios de difusión. Todo el sistema de publicidad de nuestros días gira sobre esa idea. "Se merece usted lo mejor. Se merece estas vacaciones. Se merece usted todo lo que le ofrecemos. Piense en sí mismo". Pero Jesús dijo que procedía de Satanás, ofreciendo lo que conduce a la desesperación, al vacío y a la muerte, a pesar de que produzca la sensación de ofrecernos satisfacción y hacer que nos sintamos realizados. Por eso reprende a Pedro, de un modo muy severo, agotándose por su modo directo y crudo de hacerlo: "¡Quítate de delante de mí, Satanás! Reconozco esa voz; la escuché cuando fui tentado en el desierto: ꞌHay otra manera de conseguir todo lo que Dios quiere para ti. Piensa en ti mismoꞌ". Para acabar este mensaje, quiero presentar ante nosotros lo que es realmente la palabra de la cruz, los elementos que la componen. Porque esto es lo que el apóstol Pablo nos dice, en Gálatas 6, que es la gloria del mensaje cristiano:
Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo ha sido crucificado para mí y yo para el mundo. (Gálatas 6:14)
"El cristianismo" sin la cruz no es cristianismo, sino un pobre y mísero sustituto. Lo que hace que sea cristiano es la palabra de la cruz. ¿Qué significa eso? Hay tres elementos, que encontraremos al continuar nuestro estudio de Marcos y que se encuentran en todos los evangelios y también en las epístolas. Para empezar, quiere decir el fin de lo natural, el fin de lo que llamamos "autosuficiencia", la "confianza en uno mismo". Esa es la filosofía de nuestros días, y ¡el mundo odia tanto este mensaje que se tiene que deshacer de él! No sólo es que no lo entiende, sino que lo odia literalmente. Cualquiera que lo predica es considerado como una persona que predica tonterías. Como cristianos, hemos sido llamados, o bien a creer en el Señor, o a escuchar las voces que nos susurran al oído, una de dos. ¿Cuál de ellas tiene razón? La palabra de la cruz significa el fin de la confianza en nosotros mismos. Según dice esta pequeña estrofa:
Tus mejores resoluciones a un lado habrás de dejar.
Tus más elevadas ambiciones tendrás que eliminar.
No tendrás que pensar jamás en ser salvo,
hasta que seas consciente de que estás perdido.
De algún modo permanece en cada uno de nosotros un deseo de tener alguna participación en nuestra salvación, de ofrecer a Dios algo que Él pueda usar, y que no tendría si nosotros no se lo diéramos, o sea, para hacer que Dios sea nuestro deudor en cierto grado. Pero la cruz acaba con todo eso; barre todo lo que es natural.
No, eso no nos gusta, pero esa es la palabra de la cruz. Significa desechar toda la vida natural. Nada de lo que tenemos por el hecho de nacer será nunca aceptable a los ojos de Dios. La cruz echa a un lado al hombre. No es que lo mejore de algún modo, sino que lo barre. No lo saca fuera para ser reorientado, sino que lo corta por lo sano.
Además, el segundo elemento está relacionado con el dolor y el sufrimiento. Porque no nos gusta vernos aislados, y por eso es por lo que a algunas personas no les gustan las palabras de los antiguos himnos. En ocasiones oigo decir a los cristianos: "No me gusta cantar esos himnos antiguos que hablan acerca de lo vil y sumido en el pecado que estoy", o "Sublime gracia del Señor que un infeliz salvó". Las personas dicen: "No soy un infeliz, no soy vil y no estoy sumida en el pecado". Esto significa, como es cierto, que nunca se han situado ante la grandeza y la gloria de Dios y no se han visto a sí mismas de la manera que lo hizo Job, cuando dijo: "me arrepiento en polvo y ceniza" (Job 42:6). Pero eso es lo que hace la cruz, y eso duele, porque representa que toda la confianza que habíamos depositado en nosotros mismos ha quedado reducida a nada; se ha convertido en cenizas.
¿Quién de nosotros, si pudiese escoger el programa mediante el cual servimos a Dios, incluiría jamás en él la derrota, el desastre, la desesperación, la decepción, la desilusión y la muerte? Pero con todo y con eso, son esos precisamente los elementos, nos dicen las Escrituras, que Dios encuentra absolutamente esenciales para llevar a cabo Su plan para nosotros, Su programa de redención. ¿La dificultad y el peligro? Sí, los incluiríamos. Representan un desafío para la carne y dan la impresión de ser algo cuando logra vencerlos. ¿Pero la derrota? ¡Nunca! ¿El deshonor? ¡Nunca! ¿El desastre? ¿La decepción? ¡No! ¿La muerte? ¡Inconcebible! Pero son los elementos que Dios escoge, así que el camino de la cruz produce dolor y nos lleva al final de nosotros mismos.
Jesús lo expresó con exactitud cuando dijo: "Lo que es de alta estima entre los hombres es abominación a los ojos de Dios". ¿Qué cosas son de alta estima entre los hombres? El prestigio, la posición social, el éxito, la riqueza y el dinero, la influencia, la fama y el poder. Todas esas cosas, dice Jesús, son abominación a los ojos de Dios. La norma por la que Él se rige son unos valores totalmente diferentes. La cruz es la idea más radical que jamás ha formado parte del conocimiento humano. No habremos entendido nunca el cristianismo hasta que no hayamos entendido la cruz. Al igual que estos discípulos, no habremos visto nunca a Jesús hasta que le hayamos visto como Uno que se dirige hacia la cruz. De modo que el Señor comienza a tocar sus ojos para que le puedan ver tal y como es.
Pero el tercer elemento del camino de la cruz, uno que se incluye siempre, es el que conduce a la resurrección. ¿No resulta extraño que los discípulos nunca parecieron escuchar a Jesús cuando, cada vez que les habló de la cruz, les dijo que después de tres días resucitaría de nuevo? Nunca comprendieron, ni mucho menos, lo que les quería decir. No llegaron nunca a ese punto. Parecían paralizados ante la cruz, sin poder llegar más allá de ella. La rechazaron, se negaron a escuchar acerca de ella, por lo que nunca comprendieron lo que el glorioso acontecimiento de la resurrección significaba. Nunca se lo preguntaron a Jesús; nunca le interrogaron en cuanto a su significado. Pero el camino de la cruz conduce siempre a la resurrección, a un nuevo principio, en términos diferentes. Conduce a la libertad, a ser hechos libres de la catástrofe y el desastre natural, a tener un espíritu de paz y reposo, a pesar de lo que le pueda suceder a nuestro cuerpo o a nuestra persona. Eso es lo que ofrece la resurrección: un nuevo comienzo según condiciones que son completamente diferentes.
Eso es lo que realmente quieren los hombres. Cuánto soñamos y anhelamos con ser libres, sanos, personas íntegras, adecuadas, capaces de enfrentarse a la vida, de hacer frente a lo que se nos presente, con el corazón en paz.
Pero proyectamos la imagen de Superman, de Batman y todas las otras repentinas estrellas que aparecen en nuestros días, pero ¿cómo podemos llegar allí? ¿Cómo podemos conseguir que esa imagen se convierta en realidad? Precisamente por medio de aquello que no nos gusta oír: el anuncio que, según Jesús, el camino es el de la cruz.
Necesitamos un segundo toque, ¿no es así? Todos nosotros luchamos con esto. Cada cristiano debe ser enseñado esto por el Espíritu de Dios. Jesús mismo dijo que habría estas dos etapas: "Venid a mí todos los que estéis trabajados y cargados, y yo os haré descansar" (Mateo 11:28). Ahí es dónde aprendemos quién es Jesús, en la plenitud de Su poder para darnos descanso de la lucha, aliviando nuestro corazón cargado. Pero eso no es todo: "Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón [habiendo perdido todo el orgullo, todo mi prestigio y mi posición social], y halláreis descanso para vuestras almas" (Mateo 11:29). Dos etapas. De esto nos da el Señor ejemplo por medio de la curación del ciego, y ahora trae, para nuestro conocimiento, la segunda etapa, mediante la cual podremos entender y ver claramente Quién es.
Oración
Padre nuestro, te pedimos que abras nuestros ojos de la misma manera que se los abriste a Pedro, no sólo para que veamos a nuestro Señor Jesús como Rey entre los hombres, como Gobernante de los acontecimientos de la historia, Ddirector de todos los asuntos de la vida, "Dueño del océano, de la tierra y del cielo", el que calma la tempestad, el que sana los dolores de la vida, sino también para que nos ayudes a que empecemos a entender que también Él está en medio de los sufrimientos, de las decepciones, de los desastres, que Él es Quien nos dirige, liberándonos de aquello que nos tiene atados, de nuestra "autosuficiencia" y de "la confianza en nosotros mismos", de todo ese deseo que sentimos de ser exaltados, de que pensemos que somos una gran cosa. Tú nos libras de todo ello y nos abres los ojos, para que le podamos ver tal y como es. Te pedimos que continúes haciéndolo, en Su nombre. Amén.