Master Washing the Feet of a Servant
El Siervo que gobierna

Cuando lo que está bien está mal

Autor: Ray C. Stedman


A estas alturas la mayoría de nosotros hemos visto El Violinista en el Tejado, y recordamos cómo Tevye, el personaje principal, empieza con una canción: "¡La tradición!". Toda la comunidad judía dependía y estaba gobernada por las tradiciones antiguas e inquebrantables del pasado. La tesis, que no se menciona, de la obra teatral y de la película es el modo en que se desafían estas tradiciones por causa del desasosiego y el desarraigo de aquella época, y que el quebrantar las tradiciones causaba sufrimientos y dificultades a muchas personas. Esto evoca la escena que examinaremos hoy en el evangelio de Marcos, que nos presenta el severo contraste entre el ministerio de Jesús, que está manifestando Su amor sanador a los hombres y las mujeres de toda la región, y la labor obstaculizadora de los escribas y los fariseos, que intentan, apoyándose en la tradición, acabar con el ministerio de amor. Thomas Dickson, uno de los grandes predicadores del siglo pasado, dijo en una ocasión: "La tradición fue la oposición más tenaz, más constante, más persistente y más demoníaca con que se encontró el Maestro. Le atacaba por dondequiera que iba, rechazando silenciosamente Su enseñanza". Eso es lo que veremos en este pasaje. Comenzaremos con el versículo 53, con las palabras que concluyen el capítulo 6, en el que Marcos describe algo más acerca del ministerio de sanidades de nuestro Señor.

Terminada la travesía, vinieron a la tierra de Genesaret y arribaron a la orilla. Al salir ellos de la barca, en seguida la gente le reconoció. Mientras recorrían toda la tierra de alrededor, comenzaron a traer de todas partes enfermos en camillas a donde oían que estaba. Y dondequiera que entraba, ya fuera en aldeas, en ciudades o en campos, ponían en las calles a los que estaban enfermos y le rogaban que los dejara tocar siquiera el borde de su manto; y todos los que lo tocaban quedaban sanos. (Marcos 6:53-56)

Esta es una preciosa escena del ministerio de Jesús. Como puede usted ver, la historia de la mujer con la hemorragia, que fue sanada tocando tan sólo el borde del talit (o manto) de Jesús, que iba de camino a la casa de Jairo, se había extendido por entonces por toda la región alrededor de Galilea. De modo que siempre que aparecía Jesús, la gente comenzaba de inmediato a traerle a los enfermos y a los que tenían plagas y a los que estaban endemoniados, para que pudieran tocar al menos el borde de Su talit, y, como nos dice Marcos: "... todos los que lo tocaban quedaban sanos". Este es uno de los más maravillosos cumplimientos de una preciosa y poética predicción, uno de los pasajes más majestuosos del profeta, en Isaías 35:

Entonces los ojos de los ciegos serán abiertos
y destapados los oídos de los sordos.
Entonces el cojo saltará como un ciervo
y cantará la lengua del mudo. (Isaías 35:5-6a)

Esto lo podemos hallar en el relato precioso y descriptivo de Marcos, en el que el Señor cumple esas otras palabras de Isaías, que cita Mateo: "Él mismo tomó nuestras enfermedades y llevó nuestras dolencias" (Isaías 8:17b). En un deliberado contraste con eso, Marcos pasa a relatar la historia de una delegación de fariseos y escribas:

Se acercaron a Jesús los fariseos y algunos de los escribas, que habían venido de Jerusalén; estos, viendo a algunos de los discípulos de Jesús comer pan con manos impuras, esto es, no lavadas, los condenaban, (pues los fariseos y todos los judíos, aferrándose a la tradición de los ancianos, si no se lavan muchas veces las manos, no comen. [Algunas versiones dicen: "se bautizan", es decir, se lavan todo el cuerpo.] Y otras muchas cosas hay que se aferran en guardar, como los lavamientos de los vasos de beber, de los jarros, de los utensilios de metal y de las camas.) (Marcos 7:1-4)

Con esto llegamos al tema del poder y el efecto de la tradición. En este primer párrafo, vemos algo acerca de la tremenda fuerza que tiene la tradición en nuestras vidas. No sólo era esto cierto de ellos en aquellos tiempos, sino que también es cierto en nuestro caso. Algunos de nosotros estamos aquí esta mañana porque es tradicional hacerlo. El domingo es el día que se va a la iglesia, y toda nuestra vida hemos ido a la iglesia el domingo; así que están aquí porque es lo tradicional. Hemos cantado algunos himnos porque es tradicional hacerlo en un culto de adoración de por la mañana. ¡Y haremos otras cosas porque es lo tradicional! Este poder del pasado es algo que nos afecta a todos en un momento u otro. Ahora bien, ¿es algo bueno o es malo? Aprenderemos en este pasaje, de labios de Jesús mismo, el elemento que hace que la tradición sea buena o que sea mala.

Fijémonos en que esta delegación de Jerusalén vino deliberadamente para intentar hallar algo con lo cual oponerse a Jesús. Su motivo era el antagonismo, y es evidente que había llegado la noticia de este movimiento popular, que se había extendido hasta Jerusalén, y los sumos sacerdotes y los principales de los judíos estaban preocupados por ello. Como vimos en nuestro último estudio, ya había llegado a oídos de Herodes el rey, que con su orientación política se había enterado de que este era un movimiento que se extendía rápidamente, lo cual era preocupante y representaba una amenaza. Por lo que se presentó una delegación de fariseos y de escribas procedentes de Jerusalén, con el propósito concreto de encontrar algo en el ministerio de Jesús con lo que se le pudieran oponer. Sabían que si podían hallar algún desafío a las tradiciones que disfrutaban de la aceptación popular por parte de Jesús, podrían hacer que la multitud se pusiese en Su contra. Eso nos hace ver con la fuerza con que se aferraban a esas tradiciones.

La que escogieron fue la siguiente: viendo a Jesús y Sus discípulos, se dieron cuenta de que algunos no se lavaban las manos antes de comer de la manera que estaba prescrita. Pero no lea usted esto como si fuesen unos discípulos sucios, como si nunca se molestasen en lavarse las manos antes de comer. No se trata, ni mucho menos, de un problema de higiene, porque estoy seguro de que lo hacían. No lo dudo ni por un momento, pero lo que molestó a los fariseos era que no lo hiciesen de la manera correcta. Lo que sucede es que entre los judíos, podría usted haberse lavado las manos con los mejores jabones y habérselas frotado como un médico que se preparase para cirugía, pero si no se hacía de una manera determinada, seguía estando tan impuro, desde el punto de vista ceremonial, como si no se las hubiese lavado.

En la Revised Standard Version hay una nota al margen que dice que una palabra del versículo 3, en la frase "lavarse las manos" es de un significado indeterminado que no se ha traducido, y es la palabra que significa "puño". Es evidente que los traductores tuvieron problemas entendiendo de qué manera encajaba la palabra en el contexto, pero los eruditos nos dicen que era la rígida costumbre entre los judíos lavarse de la siguiente manera: tenían que extender las manos, con las palmas hacia arriba, las manos ligeramente ahuecadas derramando agua sobre ellas. Luego se usaba el puño de una de ellas para lavar la otra y luego el otro puño para lavar la primera mano. Por eso es por lo que se menciona aquí el puño. Finalmente debían extenderse de nuevo las manos, con las palmas hacia abajo, echando agua sobre ellas una segunda vez para limpiar el agua sucia con la que se habían lavado las manos contaminadas. Sólo entonces estarían las manos de la persona ceremonialmente limpias. Puede que no estuviesen ni siquiera limpias, desde el punto de vista higiénico, pero lo estarían desde el ceremonial. Es decir, habría sido considerada aceptable a Dios, habiendo prestado una estricta atención al ritual de limpieza prescrito y pudiendo, de ese modo, comer de la manera apropiada. Esto era algo que tenían tan profundamente arraigado que, cuando los romanos metían a un rabino en la cárcel por haber cometido una ofensa, usaba el agua de beber para lavarse las manos de este modo. ¡Estando a punto de morir de sed! Lo cual demuestra lo importante que era para ellos observar las tradiciones.

Es cierto que las tradiciones habían empezado de un modo correcto. Es decir, no eran otra cosa que un esfuerzo por entender la Ley. El libro de Levítico requería que se realizasen ciertas abluciones y lavados y que se llevasen a cabo como una manera de enseñar a la gente cómo afrontar el pecado. Esa era la intención de la Ley, pero al aplicar estos requisitos a diferentes situaciones, se hicieron ciertas sugerencias en cuanto a la manera apropiada de hacerlo, y no había nada de malo en ello en especial, pero entonces los sacerdotes comenzaron a interpretar las sugerencias que se habían hecho y añadieron a las mismas. A continuación añadieron las interpretaciones de las interpretaciones, hasta que gradualmente se fueron acumulando una gran cantidad de tradiciones, que exigían una obediencia inflexible y escrupulosa hasta a los más insignificantes detalles, de manera que se olvidó el propósito de la Ley.

Eso es lo que ha sucedido en la iglesia cristiana. En el libro de los Hechos, nos encontramos con una gran libertad del Espíritu entre el pueblo de Dios. En los Hechos, nuestro Señor nunca hizo las cosas dos veces de la misma manera. Eso es algo precioso, pero no se puede deducir una ceremonia basándose en un ritual de la iglesia de los Hechos, porque el Señor se mueve con una gran libertad, de manera variada y espontánea dondequiera que leamos. Pero no tardaron aquellas maneras en quedar establecidas como la forma correcta de hacer las cosas, y se fueron añadiendo otras, además de las interpretaciones, hasta que con el paso de los años todas afirmaban ser la manera correcta de hacer las cosas, y muchos de nosotros hemos sido víctimas de esa situación. No sentimos que hemos adorado a menos que hayamos cantado el Gloria Patri o leído el Credo de los apóstoles o algo por el estilo. El Señor está tratando acerca de esto, y Marcos nos enseña de entrada la fuerza que tenía semejante tradición en las vidas de estas personas.

En la próxima sección leemos las palabras de Jesús con respecto a la tradición y aprendemos algo de su curso, es decir, de cómo se desarrolla:

Le preguntaron, pues, los fariseos y los escribas: "¿Por qué tus discípulos no andan conforme a la tradición de los ancianos, sino que comen pan con manos impuras?". Respondiendo él, les dijo: "¡Hipócritas! Bien profetizó de vosotros Isaías, como esta escrito: ꞌEste pueblo de labios me honra, mas su corazón está lejos de mí, pues en vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombresꞌ". (Marcos 7:5-7)

Esas son palabras muy perspicaces. Con la percepción aguda de nuestro Señor, llega al fondo mismo del asunto. Cuando los fariseos le preguntan: "Por qué no andan tus discípulos de acuerdo con la tradición?", lo primero que hace es mostrarles el efecto que tiene el cumplimiento de la tradición en sus vidas, haciendo de ellos unos hipócritas. "Hipócritas", les dice. ¡En ocasiones, cuando leo los evangelios, me quedo asombrado de la brusquedad del lenguaje de Jesús! De hecho, el relato de Mateo nos cuenta que los discípulos le dijeron después: "¿Te das cuenta de que has ofendido a esos fariseos?". Y la verdad es que les ofendió.

Pero veamos lo que hace en este caso. Está dejando claro el resultado que tiene la "alabanza" tradicional y usa la palabra del profeta Isaías para mostrar cómo es. Hay dos clases de hipocresía, según Isaías. En primer lugar, está lo que son las palabras apropiadas, pero con actitudes equivocadas. Todo lo externo está bien, pero interiormente, la mente y el corazón están equivocados, y Jesús dice que eso es hipocresía, pues lo que hacen es dar la impresión de que están haciendo algo religioso y relacionado con la adoración a Dios, pero en el interior la actitud es totalmente diferente.

Hace algún tiempo, cuando comenzó aquí en la costa oeste de los Estados Unidos la "revuelta juvenil", muchos de nosotros nos sentimos intrigados y ofendidos cuando los jóvenes nos decían de un modo u otro: "No queremos ir a las iglesias porque están llenas de hipócritas". Algunos de nosotros no entendíamos lo que querían decir. Sabíamos que era posible que hubiera algunas iglesias que estuviesen llenas de hipócritas, ¡pero la nuestra no! Teníamos sinceras dificultades al respecto. No podíamos ver dónde podría haber hipocresía en una iglesia evangélica, totalmente centrada en la Biblia, como la nuestra, pero lo que estaban diciendo era lo siguiente: "Usáis palabras grandilocuentes, palabras maravillosas ―"palabras-Dios", las llamaban―, pero no de verdad. Habláis acerca del amor, pero no amáis. Habláis sobre el perdón, pero no perdonáis. Habláis sobre la aceptación, pero no aceptáis". Y tenían razón.

Eso es lo que nos hace la tradición. Hace de la religión algo externo, algo que se experimenta hacia afuera y no hacia adentro. Siempre y cuando estemos cumpliendo con la forma externa prescrita, nos creemos que somos aceptables a Dios. Ese es el terrible peligro que conlleva la tradición. Esta forma en concreto, a la que se refiere Isaías aquí, en la que nos habla de las palabras correctas, pero las actitudes equivocadas, es algo muy extendido entre los cristianos. Todos lo padecemos, y debiéramos reconocerlo y admitirlo. Es una lucha que todos tenemos, sin excepción. Y ha dado como resultado lo que es probablemente el peligro más real que corre el mensaje evangélico de la iglesia, la santurronería de los cristianos, que creemos que porque hacemos las cosas "como es debido" y decimos las palabras "apropiadas" y creemos las doctrinas "correctas", estamos complaciendo a Dios por todo ello.

Tengo un amigo cristiano, un hombre de negocios sumamente inteligente y con una mente muy despierta, que tiene una gran imaginación. Un día me envió un artículo que había escrito y me pidió que comentase sobre él. Me he quedado con una copia del artículo desde entonces, porque es una declaración tan preciosa del peligro de la santurronería en la iglesia. Se titula:

¡POR FAVOR, NO ME LLEVEN AL HOSPITAL!

La escena no tenía sentido. Estaba tumbado en la calle, sangrando, y el conductor que le había atropellado se había dado a la fuga. ¡Necesitaba ayuda médica de inmediato!, a pesar de lo cual no hacía más que repetir: "¡Por favor, no me lleven al hospital!". Muy sorprendidos, todos le preguntamos por qué. Suplicando, nos dijo: "Porque yo formo parte del pesonal del hospital, y me daría vergüenza que me vieran así. No me han visto nunca sangrando y sucio; siempre me ven limpio y sano; ahora soy todo un espectáculo". "¡Pero si el hospital es para personas como usted! ¿Podemos llamar a una ambulancia?". "No, por favor, no lo hagan. Asistí a un curso para seguridad peatonal, y el instructor me criticaría por haberme dejado atropellar". "¿Pero a quién le importa lo que pueda pensar el instructor? Necesita usted que le curen". "Pero es que además hay otras razones. La encargada de admisiones se sentiría molesta". "¿Por qué?". "Porque siempre se enfada si alguien que tiene que ser admitido no tiene todos los detalles que necesita para rellenar el formulario. No he visto al que me ha atropellado, y ni siquiera sé qué marca de coche era ni su número de matrícula. Ella no lo entendería. Es una perfeccionista cuando se trata de los datos médicos. Es peor que eso; ni siquiera tengo mi tarjeta de la compañía de seguros Cruz Azul". "¿Y qué diferencia puede hacer eso?". "Bueno, si no me reconocen por el aspecto que tengo, no me admitirán, porque no admitirían a nadie con este aspecto sin una tarjeta de Cruz Azul. Tienen que asegurarse de que no tiene que pagarlo la institución. Ellos protegen a la institución. Colóquenme en la acera nada más. Me las arreglaré de alguna manera. Es culpa mía que me hayan atropellado". Con estas palabras intentó ir arrastrándose mientras todo el mundo se iba, dejándole solo. Tal vez lo consiguiese, y a lo mejor no. Es posible que esté todavía intentando detener la hemorragia".

¿Le parece a usted una historia extraña y ridícula? Podría suceder cualquier domingo en una iglesia con una membresía normal. Sé que podría pasar, porque anoche pregunté a algunos cristianos activos qué harían si el sábado por la noche se viesen aplastados por algún pecado inaceptable. Contestaron sin excepción: "No sentiría deseo alguno de ir a la iglesia a la mañana siguiente, para que me viese todo el mundo". Sea usted sincero, ¿iría usted? O se diría a sí mismo: "Me harían el vacío y me mirarían como si fuese un extraño, y no perteneciese allí para nada. Algunos de los más santurrones me acusarían de ser un hipócrita. La maestra de la escuela dominical se enfadaría conmigo por no haberme aprendido la lección que se había enseñado. Los que se sentasen junto a mí se sentirían avergonzados y no sabrían cómo reaccionar, porque no sabrían lo que sentirían los demás y no sabrían realmente cómo reaccionar ante un santo conocido que se hubiese contaminado".

Siguiendo el buen espíritu de aquella conversación, decidimos que si nos viésemos metidos en un lío, algo así como verse atropellados por un conductor que se diese a la fuga, sería mejor para nosotros irnos a jugar al billar en lugar de ir a la iglesia. Al menos allí encontraríamos quién se identificase con nosotros y quién nos comprendiese de verdad. Alguien nos diría en seguida: "No es el fin del mundo. A mí me ha pasado y lo he superado". Otro diría: "Veo que has fallado y te han descubierto. No dejes que eso te deprima. Conozco a un buen abogado que te ayudará". Un tercero añadiría: "Pues ahora te pareces más a nosotros de lo que parecías antes, y ahora sabemos que eres igual que nosotros".

La pregunta que realmente nos inquietaba era: ¿Dónde debiéramos encontrar el amor verdadero, en la sala de billar o en la iglesia de Jesucristo, que murió por los pecadores? ¿Actuará la iglesia realmente como tal hasta que cada uno de los cristianos que haya caído bajo el peso del pecado comience a suplicar: "Llevadme a la iglesia; allí están mis hermanos, y ellos me quieren. Allí podré restablecerme. Soy un miembro débil del cuerpo, pero cuando estoy afligido, los miembros fuertes se ponen de mi parte, y no necesito tener al día los pagos de mi tarjeta de Cruz Azul, y sé que cuando esto haya quedado atrás, no hablarán sobre el tema"? Pero de todo el grupo que asistió a la fiesta, no hubo ni una sola persona que dijese que se sentiría bien recibida en su iglesia si la noche anterior le hubiesen pillado cometiendo algún pecado y se hubiese sabido.

De eso es, precisamente, de lo que nos advierte el Señor aquí.

Isaías nos dice que existe una segunda forma de hipocresía. Es la que dice: "en vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres". Esto quiere decir que las filosofías del mundo se disfrazan como si fuesen acciones religiosas, lo cual es también algo que se ha difundido mucho en la iglesia. Es la idea de que si tomamos los principios y los preceptos por los que se rige el mundo, es decir, el atacarse los unos a los otros, defendiendo cada uno lo suyo propio, haciendo que cada uno nos preocupemos de sentirnos realizados, etc., y eso lo presentamos con palabras de las Escrituras, entonces estamos adorando a Dios; pero Jesús dice que eso no es otra cosa que hipocresía y que no es así como se le adora.

Llevamos ya varias semanas en las que hemos intentado cambiar el orden del culto de la mañana, con el fin de que sea más de adoración. Unos cuantos de nosotros estamos pensando, planeando y orando sobre ello. Algunos de ustedes nos han contado su reacción ante los cambios que se han introducido ya. Algunas de esas reacciones han sido positivas y otras negativas, pero el proceso ha llevado a muchos a preguntarse: "¿Qué es la adoración?". Esa es una buena pregunta: ¿Qué es la adoración?

Una de las cosas que estamos aprendiendo, gracias a esta experiencia, es que la adoración no es ni mucho menos algo exterior y que no puede serlo. Nuestro Señor dio, muy acertadamente, lo que es la mejor definición respecto a la adoración, cuando le dijo a la mujer que se hallaba junto al pozo: "Dios es espíritu, y los que lo adoran, en espíritu y en verdad es necesario que lo adoren" (Juan 4:24). Eso nos dice tres cosas:

En primer lugar, es necesario que la adoración sea sincera y es algo que debemos hacer interiormente, que sea al mismo tiempo profundo y real. No puede ser algo superficial, ni puede ser algo superfluo, no puede ser algo que se realice con la mente, sino con el corazón, sin que falte que las emociones se unan al proceso mental, porque hacer algo menos que eso es hipocresía.

En segundo lugar, la alabanza es, por lo tanto, algo individual. En cierto sentido, no es posible la alabanza pública. Podemos participar en un culto juntos, pero la adoración es algo que brota de dentro y se lleva a cabo "en espíritu", en su espíritu. Es la actitud que adopta usted en relación con la grandeza y la gloria de Dios, su manera de responder a Su bondad y a Su verdad, que es adoración. No tiene nada que ver con lo que esté haciendo su cuerpo en ese momento; poco importa si está usted inclinado, ni si tiene los ojos cerrados ni si está diciendo palabras concretas ni ninguna otra cosa. Dios está buscando a aquellos que le adoren en espíritu y en verdad, y, como es algo individual, es variado. Es decir, uno reaccionará de una manera, en un cierto nivel, y otro lo hará a un nivel diferente. Por lo que podemos esperar que se manifieste de muy diversas maneras, con diferentes expresiones. Por eso es por lo que es una equivocación que la alabanza se lleve a cabo de acuerdo a un modo determinado de expresarla, en una hora concreta, y que no cambie nunca.

Esto es algo que se enfatiza en la tercera cosa que dice nuestro Señor aquí: La adoración debe ser realista, es decir, según entendamos lo que es la verdad y la realidad. Esto significa que es algo que va desarrollándose, y la alabanza debe cambiar. No puede permanecer estática, porque nuestro conocimiento de la realidad cambia. Cuanto más sepamos, tantas más maneras de adorar encontraremos. En un sentido, todo cuanto puede hacer la iglesia el domingo por la mañana es brindar la oportunidad para que pueda usted adorar. Debe usted hacerlo, porque todo cuanto pueden hacer los que dirigen el culto es presentarle la oportunidad para que usted lo pueda hacer. Por lo tanto, la adoración es algo que se produce todo el tiempo en el corazón humano; por lo menos así debiera ser y es posible que sea.

Veamos lo que dice el Señor a continuación. Nos ha mostrado el peligro de la tradición, que es caer en la hipocresía; y ahora nos encontramos ante su desarrollo, comenzando con el versículo 8:

"Porque, dejando los mandamientos de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres: los lavamientos de los jarros y de los vasos de beber. Y hacéis otras muchas cosas semejantes". Les decía también: "Bien invalidáis el mandamiento de Dios para guardar vuestra tradición, porque Moisés dijo: ꞌHonra a tu padre y a tu madreꞌ y ꞌEl que maldiga al padre o a la madre, muera irremisiblementeꞌ, pero vosotros decís: ꞌBasta que diga un hombre al padre o a la madre: "Es Corbán (que quiere decir: ꞌMi ofrenda a Diosꞌ) todo aquello con que pudiera ayudarte" ꞌ, y no lo dejáis hacer más por su padre o por su madre, invalidando la palabra de Dios con vuestra tradición que habéis transmitido. Y muchas cosas hacéis semejantes a éstas". (Marcos 7:8-13)

Con esas palabras cortantes nuestro Señor está mostrando lo que sucede cuando la tradición es la que se impone. En primer lugar, se empieza por dejar a un lado el mandamiento de Dios y, por lo tanto, aparecen las tradiciones cuando intentamos, de algún modo, encontrar un sustituto que ofrecerle a Dios, en lugar de lo que realmente quiere que le ofrezcamos. En nuestra clase de la semana pasada para los internos, un hombre de negocios, que se había unido a nosotros, nos contó una experiencia que había tenido más o menos una semana antes. Un amigo suyo le había invitado a comer y le había dicho: "No sé lo que está pasando. Todo me está saliendo mal en la vida; estoy a punto de perder mi negocio porque se nos está hundiendo toda nuestra base financiera. Y no entiendo por qué está pasando, porque durante años le he dado dinero a Dios, le he entregado fielmente grandes sumas de dinero. ¡Es algo que siempre he puesto primero! Pero, a pesar de ello, todo se está viniendo abajo". Nuestro visitante le dijo: "¿Se ha detenido usted a pensar alguna vez que lo que Dios quiere no es su dinero, sino a usted?". Ahí es donde empieza la hipocresía, al apartarse del mandamiento de Dios.

Es interesante que la palabra griega que se usa aquí para "tradición" es la palabra "rendirse", que implica "renunciar" o "sustituir". Dios dice: "Le quiero a usted". Pero usted dice: "¿Dios, te importa que en lugar de a mí te entregue mi dinero, mi tiempo, mi esposa, mis hijos o mis intereses? ¡Pero a mí no me toques!". Es ahí donde empieza la tradición, apartándose del mandamiento de Dios, y el segundo paso es aferrarse con fuerza a la tradición de los hombres, que es un sustituto. Y el sustituto es siempre algo "bueno", porque ¡nunca se nos ocurriría darle a Dios algo malo! Pero no es eso lo que Él quiere.

El tercer paso, como indica nuestro Señor aquí, es negar y perjudicar tanto a Dios como a los hombres. Nos da un ejemplo de ello hablándonos acerca de los padres. La Ley dice: "Honra a tu padre y a tu madre"; eso representa mucho más que ser educados y amables; significa cuidar de ellos, especialmente cuando envejezcan. Los judíos habían ideado un pequeño truco, una manera "muy peculiar" de hacer las cosas. Jesús se refirió a ella diciendo: "Tenéis una manera muy hábil de rechazar el mandamiento de Dios". Casi les felicita por lo listos que fueron al hacerlo. Tomaron el dinero que deberían haberse gastado en sus padres y dijeron: "Éste es un donativo que le hacemos a Dios", se lo dedicamos a Él, y de ese modo se sentían libres para usar ese dinero, pero sus padres no lo podían tocar, porque el dinero había sido "dedicado" a Dios. El equivalente de nuestros días es conseguir una "desgravación" de impuestos. No quiero decir con eso que cualquier modo de eludir pagar impuestos esté mal, pero puede pasar y con frecuencia así sucede, y es una manera de tener el dinero en otra parte, que debería de usarse para otro propósito, y decir: "No pueden tocar ese dinero; lo lamento, lo tengo todo de modo que puedo desgravar impuestos, y por eso no pueden pedírmelo." Jesús deja todo eso al descubierto y nos dice que acabaremos perjudicando a otras personas cuando hagamos eso.

La semana pasada me encontré con un hombre que me dijo lo mucho que le preocupaban los matrimonios misioneros que se han "dedicado a Dios" hasta tal punto que descuidan a su familia, envían a sus hijos a un colegio interno, descuidan sus responsabilidades en el hogar, y todo lo excusan diciendo que "nos hemos dedicado a la obra de Dios". Eso es corbán, y es hipocresía.

Nuestro Señor va incluso más allá y, comenzando con el versículo 14, nos habla acerca del origen de la tradición:

Llamando a sí a toda la multitud, les dijo: "Oídme todos y entended: Nada hay fuera del hombre que entre en él, que lo pueda contaminar; pero lo que sale de él, eso es lo que contamina al hombre. Si alguno tiene oídos para oír, oiga". Cuando se alejó de la multitud y entró en casa, le preguntaron sus discípulos sobre la parábola. Él les dijo: "¿También vosotros estáis así, sin entendimiento? ¿No entendéis que nada de fuera que entra en el hombre lo puede contaminar, porque no entra en su corazón, sino en el vientre, y sale a la letrina?". Esto decía, declarando limpios todos los alimentos. Pero decía que lo que sale del hombre, eso contimina al hombre, porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lujuria, la envidia, la calumnia, el orgullo y la insensatez. [Todos los excrementos de la mente y del corazón son los que contaminan.] Todas estas maldades salen de dentro y contaminan al hombre. (Marcos 7:14-23)

¿Qué está diciendo acerca de las costumbres, las tradiciones que se van formando? Lo que dice es que no hay nada inherentemente malo en ellas y tampoco nada inherentemente bueno; lo que hacemos exteriormente no es ni bueno ni malo. Lo que pensamos y sentimos, y nuestra manera de reaccionar interiormente es lo que determina lo que es malo y lo que es bueno. Una costumbre puede ser perfectamente sana y loable, si el espíritu está adorando. La adoración "corporativa" aparte de eso es mala y degenerada, que corrompe y deshonra en los ojos de Dios. Y Él da en el clavo en cuanto al origen del mal que está en nosotros. Como es lógico, lo que está diciendo aquí es que todos nosotros somos criaturas caídas, y seguiremos siéndolo mientras estemos en esta vida. Es lo que nos dicen repetidamente las Escrituras. Somos cristianos con el Espíritu Santo morando en nosotros, lo cual quiere decir que en cualquier momento y en cualquier tiempo tenemos una manera de vencer todos estos males, por lo que no tenemos necesidad de actuar aparte de esta manera de pensar. Pero tampoco quiere decir que en esta vida vayamos a estar libres de las tentaciones y de las inclinaciones que producen estas actitudes que contaminan, según la lista arriba mencionada.

Esto es algo que es muy importante que todos sepamos. Es lo que hace a los cristianos libres y que no sean santurrones engreídos, cuando somos conscientes de que lo que nuestro Señor ha subrayado aquí es cierto y se aplica a cada uno de nosotros. No examine usted esta lista eliminando todo aquello que no se aplica a usted. Lo que Dios le está diciendo es: "Si es usted culpable de una sola de ellas, entonces es usted capaz de todas ellas". Solamente necesita las circunstancias apropiadas para demostrarle qué gran verdad es esta. Para citar nuevamente a mi amigo, el documento que ha escrito continúa diciendo:

Recuerdo a una de las mujeres más santas que he conocido, que me sorprendió diciéndome: "No hay pecado que yo no sea capaz de cometer. Podría ser una prostituta. Podría ser una asesina, podría cometer un desfalco". Yo estaba convencido de que no podría y pensé que lo que estaba haciendo era dar muestras de una gran humildad y, por eso, le felicité. Pero me interrumpió y me dijo: "No estás convencido de que hablo en serio, pero me doy cuenta de que si hay una persona que ha cometido un solo pecado que me considero incapaz de cometer, entonces no puedo amar a esa persona. El mismo pecado que se manifiesta en la vida de esa persona, en su forma, también se da en mí y se manifiesta de otras maneras. Hasta que no me convenza de eso, yo también soy una santurrona, orgullosa y arrogante.

Eso es explicarlo de una manera muy cruda, pero, según los términos que el Señor mismo ha usado, no hay, por lo tanto, diferencia alguna en lo que a nosotros se refiere. Solamente el proceso redentor de Dios nos libera de ello en un momento dado. Todas estas cosas malas permanecen en el corazón humano, y eso es lo que nos contamina a la vista de Dios. Nada de lo que podamos hacer externamente es mejor o peor; el cambio debe producirse interiormente.

Marcos continúa mostrando, en absoluta conjunción con este incidente, otra historia, y para empezar nos da la impresión de que ha cambiado el tema, pero no es así. Comenzando desde el versículo 24, dice:

Levantándose de allí, se fue a la región de Tiro y de Sidon. Entró en una casa, y no quería que nadie lo supiera; pero no pudo esconderse. Una mujer, cuya hija tenía un espíritu impuro, luego que oyó de él vino y se postró a sus pies. La mujer era griega, sirofenicia de origen, y le rogaba que echara fuera de su hija el demonio. Pero Jesús le dijo: "Deja primero que se sacien los hijos, porque no está bien tomar el pan de los hijos y echarlo a los perros". Respondió ella y le dijo: "Si, Señor; pero aun los perritos, debajo de la mesa, comen de las migajas de los hijos". Entonces le dijo: "Por causa de esta palabra, vé; el demonio ha salido de tu hija". Cuando la mujer llegó a su casa, halló a la niña acostada en la cama, y que el demonio había salido de ella. (Marcos 7:24-30)

Siempre se hacen dos preguntas con respecto a este incidente. El primero es: "¿Por qué fue Jesús a Tiro y a Sidón? Eran ciudades gentiles, ciudades cananeas. La mujer era cananita, nos dice Mateo. Pero a pesar de ello, Jesús salió inmediatamente después de haber estado enseñando acerca de la tradición y se fue a Tiró y Sidón. ¿Por qué? La única respuesta es que, como hemos visto en toda esta sección de Marcos, está enseñando a Sus discípulos una lección muy concreta. Esta era la primera lección, ilustrando en términos de raza lo que acababa de decir en lo que se refería a los alimentos. Todos los alimentos son limpios, y todas las personas lo son también, en el sentido de ser aceptadas por Dios. No existe distinción alguna entre los alimentos, como si alguno nos pudiese contaminar o no hacerlo, y tampoco hay distinción alguna en lo que se refiere a las personas. De modo que les condujo a una ciudad gentil, de manera que sus escrúpulos judíos se viesen inmediatamente desafiados.

La segunda pregunta es: "¿Por qué trató a aquella mujer con cierta dureza?". Mateo nos dice que cuando al principio la mujer le pidió que sanase a su hija, Él ni siquiera se dignó contestarle. Muchos se han preguntado por qué. Creo que la respuesta la encontramos en el relato de Mateo, donde se nos dice que ella se dirigió al Señor de la siguiente manera: "Señor, Hijo de David, ten misericordia de mi! Mi hija es gravemente atormentada por un demonio". "Hijo de David" es un término judío que se le da al Mesías judío. Ella se acerca a Jesús por el hecho de que es judío, siendo ella gentil. Por eso es por lo que Él le dijo: "Deja primero que se sacien los hijos", porque formaba parte del programa de Dios que Su evangelio fuese primeramente predicado a los judíos, y a continuación a los gentiles, lo cual no significa que Su intención fuese la de excluir a los gentiles. Pero debía seguir el orden, comenzando por los judíos y después los gentiles. Y cuando ella se acercó a Jesús bajo esa base, invocando todo el poder de la tradición judía, Él le dijo, de hecho, a la mujer: "Tendrás que esperar hasta que llegue el momento, hasta que el evangelio sea predicado a los gentiles, y entonces podré sanar a tu hija. Al acudir a mí bajo esta base, has impuesto unos límites y barreras a Dios y, hasta que no sean eliminadas, no podrás acudir a mí".

Pero nos encontramos con un cambio que es verdaderamente refrescante. La mujer, preocupada por su hija, agonizando por su niña, sigue insistiendo y le dice: "Sí, Señor, ya sé que eso es lo correcto. Es preciso que los hijos se alimenten primero y que luego se alimenten los perritos, pero hasta los perritos se alimentan de las migajas que caen de la mesa de los hijos". A continuación dice lo que nos cuenta Mateo: "Señor, ayúdame". El momento en que la mujer dejó de lado la tradición y el enfoque hebreo, y dijo sencillamente como una mujer preocupada por su hija: "Señor, ayúdame", la respuesta de nuestro Señor fue inmediata: "Ve, tu hija ha sido sanada". Valiéndose de este incidente, Marcos quiere que aprendamos que la tradición es una manera de erigir barreras entre nosotros y Dios, pero la fe los elimina todos y llega al corazón mismo de Dios. Cuando acudimos a Dios con una fe sencilla, sin hacer uso de ningún ritual o de palabras prescritas, sencillamente abriendo nuestro espíritu en su necesidad ante un Dios que suple nuestras necesidades, la respuesta es siempre instantánea e inmediata, y se produce la curación. Por eso es por lo que adoramos mediante nuestra respuesta interior, por lo que pensamos mientras cantamos y oramos, más bien que por la forma externa.

¿Está usted adorando a Dios esta mañana? ¿Está su espíritu abierto a Él, reconociendo una relación inmediata con Él, que nada tiene que ver con el hecho de que pueda estar usted de pie o sentado, inclinado, cantando u orando? ¿Ha acudido usted a Él como hijo de Dios, admitiendo su necesidad y respondiendo a Su provisión ante esa necesidad con un corazón agradecido, de modo que todo su ser participe, su espíritu, su mente, su voluntad, sus emociones y su cuerpo, en el orden apropiado y correcto? Las emociones no deben ocupar el primer lugar ni las acciones físicas, sino el responder con todo su ser, en espíritu y en verdad. Es entonces cuando estará usted adorando a Dios, y a tales es a los que Dios busca que le alaben.

Oración

Padre nuestro, te confesamos la cantidad de veces que hemos actuado ante Ti, haciendo lo externo, pero con el corazón alejado de Ti. También nosotros hemos sido culpables, como lo fueron las personas que menciona Isaías y de las que dijo: "Este pueblo de labios me honra, mas su corazón está lejos de mí". Nuestras palabras son las correctas, pero nuestras acciones son equivocadas. Y algunas veces hemos sido culpables de disfrazar la filosofía de este mundo con palabras de las Escrituras, pero, Señor, te damos gracias por Tu perdón. Gracias porque Tú entiendes nuestro estado de ánimo. Tú nos conoces, Señor, y Tú ya has provisto nuestro perdón y has hecho posible que seamos limpiados. Y ahora te adoramos en espíritu y en verdad, al gran Dios de la gloria, que sabe cómo enseñar a Su pueblo a adorarle. Te damos las gracias en el nombre de Jesús. Amén.