En esta serie presente nos estamos alejando de un mundo muy problemático y desesperado para dar seria consideración a la única explicación adecuada para el dilema humano jamás ofrecida. Esa explicación se expone muy brevemente en las palabras del apóstol Pablo en Efesios 6:10-13:
Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor y en su fuerza poderosa. Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo, porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este mundo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo y, habiendo acabado todo, estar firmes. (Efesios 6:10-13)
Si este diagnóstico es cierto, entonces es una locura intentar corregir los problemas del mundo sin tratar con este poder malvado que está tras ellos, estos principados y poderes de los que habla Pablo, que él llama: “los gobernadores de las tinieblas de este mundo”.
Hace algún tiempo oí de un hospital mental que había concebido una prueba inusual para determinar cuándo sus pacientes estaban listos para volver al mundo. Trajeron a cualquier candidato para el regreso a una habitación donde un grifo estaba derramando agua en el suelo. Le dieron al paciente una fregona y le dijeron que fregara el agua. Si el paciente tenía bastante sentido como para apagar el grifo antes de comenzar a fregar el agua, estaba listo para volver. Pero si, como en el caso de muchos de ellos, tomaba la fregona y comenzaba a fregar el agua con el grifo todavía derramando agua, sabían que el paciente necesitaba más terapia.
Nos reímos de eso, pero me temo que nos estamos riendo de nosotros mismos, porque eso es lo que mucha gente está haciendo. A cada cristiano que se enfrenta al mundo personal en el que vive, se le da la fregona de la verdad para utilizarla. Pero sólo podemos ayudar en ese mundo si tenemos la suficiente inteligencia como para derrotar primero la maldad que se está derramando en nuestros propios corazones desde estos gobernadores del mundo de las tinieblas. Eso es exactamente lo que el apóstol está deseando. No podemos ser de ninguna ayuda posible en las soluciones de los problemas del mundo si permanecemos como parte de esos problemas. Por lo tanto, el pasaje completo está diseñado para despertarnos y llamarnos la atención a la necesidad de entender la naturaleza de nuestro problema. Ya hemos visto que el diablo ataca a la humanidad de dos formas: directa e indirectamente.
El ataque directo, implicando un control obvio y total de la personalidad humana, aunque es el más dramático, es la forma menos peligrosa que el diablo utiliza. Hay relativamente pocos en este mundo que estén poseídos por demonios, aunque hay algunos. Pero es por medio del ataque indirecto que se hace la mayoría del daño. Como vimos, es mayoritariamente por medio de los canales del mundo y la carne que el diablo hace su ataque sobre la vida humana. El mundo es la sociedad humana, ciega y universalmente aceptando los falsos valores, los conceptos superficiales y las percepciones e ideas engañosas de la realidad, así como casi desesperadamente insistiendo en la conformidad a estos estándares y percepciones. La carne es ese deseo interno dentro de nosotros hacia la independencia total, hacia ser nuestros propios pequeños dioses y manejar nuestros mundos para complacernos a nosotros mismos. Es esa deriva continua dentro de nosotros hacia el egocentrismo y egoísmo.
Puedes ver inmediatamente lo universal que es esto. ¿Hay alguien que nunca haya tenido este problema? Obviamente, este es el campo de batalla principal donde luchamos en contra de esos gobernantes de las tinieblas. Esto no es algo alejado de nosotros, ni algo que ocasionalmente viene a ciertos pocos cristianos. Esta es una batalla en la cual todos estamos ocupados, cada momento de nuestras vidas. Nunca la ganaremos, a menos que entendamos eso y no lo veamos como algo reservado para los domingos, sino algo en lo que estamos envueltos de lunes a sábado también. La carne, ese campo de batalla interno, nos acompaña a todas partes a dónde vamos. No podemos escaparnos de él; no podemos volver a nuestra madre y dejarlo detrás de nosotros. Por lo tanto, debemos de comenzar nuestra batalla en este momento.
Pero alguien dice: “Pensaba que cuando uno se vuelve cristiano, Cristo te liberaba del reino de Satanás. El diablo ya no te puede tocar”. ¿Es ese tu concepto de la vida cristiana? ¡Nada podría ser más superficial, incompleto, y equivocado! Cuando te conviertes en cristiano la batalla sólo comienza. Entonces es cuando comienza. Es cierto que el diablo no puede nunca derrotar a un cristiano totalmente. Aquellos que son genuinamente del Señor, que han nacido de nuevo, que han venido a una relación redentora con Jesucristo, son librados de la derrota total. No vacilamos en enfatizar eso. El diablo nunca puede volvernos a la posición de control inconsciente que una vez ejercitaba sobre nosotros, como lo hace sobre el resto del mundo. Pero puede desmoralizar al cristiano. Nos puede asustar; nos puede abatir; nos puede derrotar de muchas formas. Nos puede hacer débiles y, por tanto, estériles e improductivos en las cosas de Dios. Es bastante posible ser más infeliz y desgraciado como cristiano de lo que lo eras antes de convertirte en cristiano, al menos durante algunos períodos de tiempo.
El diablo está especialmente interesado en derrotar a los cristianos. Después de todo, los mundanos que no han sido redimidos no son un problema para el diablo. Como Jesús lo dice: “Mientras el hombre fuerte y armado guarda su palacio, en paz está lo que posee” (Lucas 11:21). Todos los esfuerzos sinceros pero bastante patéticos de los mundanos para resolver los problemas de sus vidas por medio de la legislación, la educación y el cambio de ambiente no molestan al diablo en lo más mínimo. Está bastante contento dejándolos continuar reorganizando los pedazos del rompecabezas sin resolverlo nunca. Pero la presencia de cada cristiano en este mundo molesta mucho al diablo. ¿Por qué? Bueno, porque cada cristiano es una amenaza potencial a la solidaridad del reino del diablo, a su gobierno sobre el resto de la humanidad.
Si el diablo deja que el Espíritu de Dios haga lo que quiera, cualquier cristiano individual, sin excepción, puede ser una fuerza poderosa para destruir el reino de las tinieblas. Cada cristiano sería para otros una puerta de escapatoria del control inconsciente de este mundo de los gobernantes de las tinieblas. Cada cristiano sería un corredor de libertad, un centro de luz, dispersando las tinieblas y la ignorancia del mundo a su alrededor. El diablo no puede dejar que eso ocurra si lo puede evitar. Así que ataca a los cristianos, especial y particularmente. Reúne todas sus fuerzas en contra de ti, viniendo a veces como un “león rugiente” (1 Pedro 5:8), en algunas circunstancias catastróficas que parecen desequilibrarte para que no puedas permanecer en pie, o viniendo como un “ángel de luz” (2 Corintios 11:14), seduciendo, atrayendo, ofreciendo algo que parece la cosa apropiada para el momento apropiado. El diablo se queda a cargo en control directo de la vida humana cuando puede. Por lo tanto, encontramos a hombres como Hitler surgiendo en la escena mundial de vez en cuando, hombres demoniacos, motivados por pasiones extrañas e inexplicables. A veces nos ataca por medio del mundo, con su monstruosa presión para mantenernos en línea, para no ser diferentes, y su ostracismo de aquellos que intentan nadar contra la corriente. Pero más a menudo el diablo viene en disfraz, por medio del canal de la carne, de nuestro ser interior, con artimañas suaves, sutiles, sugestivas. Contra eso particularmente es contra lo que el apóstol nos está advirtiendo: las artimañas del diablo. Ahora debemos examinar más de cerca esta carne en nosotros:
De acuerdo a la Biblia, la carne, en este sentido simbólico, es identificada con el cuerpo que muere al final. En Romanos 8 el apóstol dice: “el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado” (Romanos 8:10). Diríamos: “El cuerpo está muriendo a causa del pecado”, pero el apóstol mira más allá hacia el final y dice que ya es como si estuviera muerto. Estamos de acuerdo con todo esto. Todos debemos morir, decimos. En este estado temporal antes de la resurrección, el cuerpo es la sede de pecado, o la carne, este principio malvado de egocentrismo en cada uno de nosotros. Por lo tanto, la carne va a estar con nosotros de por vida. Nunca nos escaparemos hasta ese maravilloso día de la resurrección de los muertos. El cuerpo está muerto a causa del pecado, y vivimos con ello, por lo tanto, de por vida.
Pero el cuerpo, alma y espíritu del hombre están inextricablemente atados juntos. Nadie puede entender esto. ¿Dónde vive tu espíritu en tu cuerpo? ¿Lo sabes? No, pero sabes que tienes un alma, aunque nadie puede localizarla en el cuerpo. La relación entre el cuerpo, alma y espíritu está más allá de nuestra comprensión. Pero porque están tan inextricablemente atadas juntas, la carne, conectada al cuerpo, toca al hombre completo. Es importante ver esto. Esto significa que el diablo nos puede influenciar en el cuerpo, en el alma y en el espíritu. Tiene acceso al hombre completo por medio del canal de la carne. Para decirlo de otra forma, somos sometidos a la influencia de estos gobernantes de las tinieblas de este mundo por medio de nuestra mente, nuestros sentimientos y nuestras acciones, por medio de nuestra inteligencia, nuestras emociones y nuestra voluntad ―aquello que elegimos hacer o decir― lo cual, por supuesto, es otra forma de describir nuestras acciones.
Necesitamos entender cómo funciona esto: Por medio del canal de la mente, la inteligencia, el diablo hace su apelación al orgullo humano. Consideramos nuestra razón como el mayor regalo que Dios le ha dado al hombre, y no sin justificación. Obviamente es nuestra habilidad de razonar, el resaltar conceptos abstractos y relacionarlos los unos a los otros, lo que nos hace superiores a los animales y nos separa del resto de la creación menor. Estamos orgullosos de nuestra habilidad de razonar. Es por medio de la apelación a nuestro orgullo que el demonio nos influencia a través del canal de la mente.
Por medio de los sentimientos, él obra sobre nuestros temores. La emoción es realmente nuestra característica más humana. No es cierto que básicamente seamos seres que nos gobernamos racionalmente. Nos gusta pensar que es por medio de nuestra lógica y razón que nos gobernamos a nosotros mismos, pero puede ser demostrado fácilmente que eso no es cierto. Realmente somos gobernados por nuestras emociones, nuestras ansias, nuestros deseos, por las cosas que queremos subconscientemente y que están profundamente arraigadas: nuestros instintos, si quieres llamarlo así. Es por medio de estos que el diablo nos influye, al alimentar nuestros temores. Tememos mucho perdernos la vida de alguna forma, o que seamos heridos por algún sacrificio por la causa de Dios.
En el ámbito de los hechos, o los asuntos prácticos, el diablo hace su llamada al placer, ya que el cuerpo es esencialmente sensual, o sea, está diseñado por Dios para responder al estímulo. Aprendemos temprano en la vida que hay ciertos estímulos que son muy placenteros, mientras que otros son desagradables. Aprendemos a buscar lo placentero y rechazar lo desagradable. Así que el cuerpo está constantemente buscando aquello que emociona o excita o agrada de alguna forma y apartándose de aquello que hace daño o hiere o causa algún tipo de reacción desagradable. Por lo tanto, el diablo por medio del ámbito de nuestros hechos.
Ves lo precisamente que se ilustra esto en la historia de Eva en el huerto del Edén. Se nos dice que cuando vio que la fruta era buena para comer, es decir, ofrecía las placenteras sensaciones de comer (la apelación al cuerpo), y era agradable a los ojos, o sea, despertaba en ella un sentido de belleza (la seducción de las emociones), y cuando vio que era deseable para alcanzar la sabiduría (he ahí la apelación al orgullo de la mente, a la inteligencia y al amor por la sabiduría), la tomó y comió. Estos son simples canales por los cuales los hombres son movidos, sea por Dios o el diablo, no hay ninguna diferencia. Así es el hombre.
Esto es lo increíble de la Biblia y la gran prueba de que es más que un libro humano. Es claramente el libro que entiende al hombre. Nos ayuda a entender cómo somos, y cuando lo aplicamos a la vida vemos que es exactamente correcto, que describe exactamente la forma en que funcionamos. Es importante notar que ambas fuerzas fuera del hombre, que obran sobre él ―Dios y el diablo― le mueven por medio de estos canales: las emociones, es decir, el corazón; la mente, o sea, la inteligencia; y la voluntad, el poder de elegir. “Bueno”, dices, “si ese es el caso, si el diablo y Dios ambos nos mueven por los mismos canales, ¿entonces cuál es la diferencia?”. La diferencia es simplemente esta: El diablo se mueve para crear desequilibrio, una excentricidad, hacia un extremismo. El diablo es el extremista original. ¡Que todos los grupos extremos tomen nota de eso! Dios se mueve, sin embargo, hacia el equilibrio, la armonía y la belleza. La diferencia no es cómo funcionan, sino la dirección en la que se mueven.
He aquí la grandeza del evangelio. Aquí el evangelio se ve en su llamamiento al hombre completo, a la vida completa. Por eso es obvio que es una dádiva divina. No habla a una parte de la vida sólo, sino que habla a la vida completa. El evangelio toca y explica toda la historia. Es una visión del mundo. Toma en cuenta cada aspecto de los problemas del hombre y la historia. Provee la infraestructura para cada ciencia, cada esfuerzo para investigar, cada advenimiento de la historia. El evangelio no se contenta simplemente con ajustar unos pocos problemas en el hombre. Es para eso para lo que estamos viniendo continuamente a Cristo. Queremos que Él resuelva esta inmediata situación difícil en la cual nos encontramos. Pero nunca se detiene ahí. Él nos conoce, y sabe que si soluciona este pequeño problema aquí, o aquel pequeño problema allá, ha tocado sólo una parte de nuestra vida, y el resto permanecerá fuera de equilibrio, descentrado. Así que el evangelio hace su apelación al hombre completo. Toca cada parte de su vida.
Puedes ver esto en la vida de nuestro Señor. Lee la crónica de los evangelios y verás qué maravilloso equilibrio hay en el Señor Jesús, qué perfecta entereza exhibe en cada circunstancia. Dice cosas que desafían absolutamente a los grandes pensadores de su tiempo, y escuchan con asombro a lo que tiene que decir y las perspicacia que exhibe. Dicen: “¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre!” (Juan 7:46). Pero Él no es todo intelecto, haciendo Su llamamiento sólo a los filósofos. Al leer la crónica ves que también es cálidamente humano. Está constantemente expresando compasión y preocupación humana. Es fácil tratar con Él. Lo que es más, manifiesta ambas, inteligencia y emoción, en acciones. No está contento meramente sintiendo ciertas cosas o hablando sobre ciertas grandes verdades, sino que estas encuentran su expresión final en acciones prácticas, en hechos, en acontecimientos inolvidables, indiscutibles, tales como la cruz y la resurrección. Su vida está, por tanto, anclada en la historia. Esa es la gloria de nuestra fe.
Puedes ver esta llamada al hombre completo en las Escrituras. ¡Qué maravillosa cordura de equilibrio se mantiene en la Biblia! Se ministra al hombre completo: las necesidades del alma, del cuerpo y del espíritu, todas mantenidas en un equilibrio delicado, con nada fuera de balance. Todo está en armonía; la mente, el corazón y la voluntad son todas movidas juntas. Cuando Dios toma a un hombre, toma al hombre completo y comienza a tocar cada parte de su vida. Ese es el evangelio. Cualquier cosa menos es un mensaje incompleto, un fragmento del evangelio. Tengo una deuda con el Dr. Martin Lloyd-Jones por mostrar que esto está bellamente expresado en uno de los conocidos himnos de Isaac Watts, Al contemplar la excelsa cruz:
La cruz excelsa al contemplar
do Cristo allí por mí murió…
¿Qué es esto? Bueno, es la mente ocupada. Cuando pienso sobre la cruz, cuando le doy una inteligente consideración a lo que significa, cuando pienso en todo lo que estuvo involucrado en esa hora suprema cuando Jesús colgó entre el cielo y la tierra, cuando contemplo la excelsa cruz en la cual el Rey del cielo murió, mi inteligencia es capturada. Veo que hay profundas y maravillosas cosas en este acontecimiento. ¿Y después, qué? Bueno, conmueve mis emociones:
De todo cuanto estimo aquí,
lo más precioso es su amor.
Estoy conmovido; mis emociones son inmediatamente capturadas. He aprendido que cuando la gente habla sobre la verdad de la Palabra y no les mueve emocionalmente, no han entendido realmente la verdad. La verdad está diseñada para alcanzar el corazón, para conmoverlo y para involucrarlo. Al leer esta canción ves cuan maravillosamente están involucradas las emociones:
El mundo entero no será
dádiva digna de ofrecer.
He aquí el sentido de grandeza de la obra de la cruz, el alcance de ella y la gloria de ella.
Amor tan grande y sin igual…
¿Qué es lo que hace el amor? ¡Exige! He ahí la voluntad incitada a la acción.
... en cambio exige todo el ser.
El hombre completo está totalmente comprometido. ¡Esa es la forma en la que Dios obra! ¿Pero qué hace el diablo? Bueno, intenta crear desequilibrio, construir un elemento de la naturaleza del hombre a expensa de otros, empujarnos a un extremo, volvernos personas que se caracterizan por tan sólo una cosa. En vez de personas completas, son grotescas caricaturas de hombres. Hay muchos que tienen orgullo en enfatizar una parte de su ser sobre todo lo demás. Hay intelectuales; los llamamos “mentes pensantes”, “cerebros”. Dicen que no hay nada más importante en la vida que la mente, la habilidad de razonar, y se dan a sí mismos al desarrollo de esta área de su vida. ¡Como resultado, son distraídos, tan poco prácticos que apenas puedes vivir con ellos! Porque están desequilibrados, los llamamos excéntricos.
Luego está la gente emocional, aquellos que dicen: “Oh, no me hables de cosas intelectuales. No tengo paciencia para esas cosas. Quiero experimentar la vida, sentirla y participar de las cosas”. Estas personas están siempre viviendo en sus sentimientos, sus emociones. A veces los llamamos “cabezas huecas”, porque nunca parecen utilizar lo que hay en sus cabezas. Estas son personas quienes, cuando les preguntas qué piensan, dicen: “¿Cómo puedo saber lo que pienso hasta que no haya oído lo que tengo que decir?”. O están preocupados sobre sus sentimientos internos, siempre sintiendo en su interior, examinándose a sí mismos sin fin. No hay nada malo con el examen propio. Es gran parte de la vida cristiana. Pero estas son personas que nunca hacen nada más. Están constantemente mirándose a sí mismas, examinándose a sí mismas, retorciendo sus manos, expresando melancolía y morbosidad sobre lo que encuentran.
Y, por supuesto, hay aquellos que dicen: “No tengo paciencia con el pensador, o con el que siente. Soy un hombre práctico”. “Cabeza dura”, los llamamos, invueltos sólo en acciones, preocupados sólo con asuntos prácticos. “¿A qué te dedicas?” es siempre el tema con ellos. Los tres extremos están mal. Están desequilibrados; no son lo que Dios planeó que fuera el hombre. Es el diablo quien nos empuja a ellos. Es el diablo quien toma cada uno de estos elementos e intenta desequilibrarnos con ellos.
Toma el ámbito de la mente, por ejemplo. Son las artimañas del diablo que buscan exaltar la razón con exclusión de la fe. La fe es una función de las emociones, el alma. Por eso la fe es la característica más humana del hombre, porque es una función del alma, ese elemento del hombre que es nuestro motivador básico. Por eso todo el mundo puede ejercitar la fe. No eres humano, ni siquiera estás vivo, si no puedes ejercitar la fe. Pero el demonio trata de moverse desde un equilibrio en esta área a una exultación de la razón al apelar a nuestro orgullo. Nos encanta pensar de nosotros mismos como lógicos, que nos movemos de un pensamiento a otro lógicamente. Justificamos todo lo que hacemos en base a que es un desarrollo lógico de una cierta suposición que hemos tomado. Pero esta exaltación de la razón abre la puerta al error y el engaño.
Uno de los grandes ejemplos de esto, del cual oímos mucho en el pasado, fue en la aparición del libro, Honest to God (Sincero para con Dios). Este libro ha molestado a muchos cristianos, y justificadamente, y ha suscitado mucha controversia y discusión tanto en el mundo religioso como en el mundo intelectual. ¿Cuál es su tesis? Fue escrito por un obispo de la Iglesia de Inglaterra. Está simplemente diciendo que la Biblia, tal y como es y ha sido durante siglos, es demasiado primitiva. Ya no se dirige a un “hombre maduro”, a un “hombre que ha llegado a la mayoría de edad”, al “¡hombre del siglo veinte!”. La Biblia, el autor dice, ofende la integridad del hombre moderno; hace estragos sobre su credulidad. Ya no podemos aceptarla como una crónica histórica; ya no podemos considerarla de esa forma. Es tan sólo el intento de parte de la iglesia primitiva de expresar cosas en forma mítica. Estas cosas no ocurrieron realmente, sino que son reportadas como si hubieran ocurrido para que podamos entender la gran verdad tras ellas. El hombre “que ha llegado a la mayoría de edad” necesita tener un nuevo concepto de Dios. El hombre necesita entender a Dios con una luz diferente. ¿Cuál es este nuevo concepto? ¿Cuál es esta maravillosa perspectiva a la cual el hombre maduro ha llegado por fin, por medio de la difícil lucha de las edades, habiendo finalmente crecido y ahora pudiendo ver algo nuevo sobre Dios? ¿Qué es? Bueno, es que Dios ya no es el Padre, como nuestro Señor Jesús le presentó (que ridiculiza como el concepto de “el Viejo en el cielo”). Dios no es un Padre, es ese sentido. La nueva idea es que Dios es el “Terreno de nuestro ser”. “Ah”, dice, “si quieres realmente ser un hombre inteligente, si quieres entender lo que es todo este asunto que el cristianismo ha estado presentando todo este tiempo, entonces múdate a este nuevo concepto de Dios: ¡Él es el Terreno de nuestro ser!”. El libro completo desarrolla este tema como un avance revolucionario en el pensamiento teológico.
El hecho es que este es el conocimiento más primitivo posible sobre Dios. Vayamos a la historia del viaje del apóstol Pablo al centro del intelectualismo de su día, la ciudad de Atenas, y lee su gran discurso a los atenienses en el Areópago. Al caminar alrededor de la ciudad la encontró saturada de superstición. Encontró evidencias de una fe supersticiosa, ignorante, pagana, en todas partes a donde fue; incluso encontró un altar con la inscripción: “Al dios no conocido”. Les dijo: “Al que vosotros adoráis, pues, sin conocerlo, es a quien yo os anuncio” (Hechos 17:23b). Comenzó a ese nivel. Dijo: “El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas ni es honrado por manos de hombres, como si necesitara de algo, pues él es quien da a todos vida, aliento y todas las cosas” (Hechos 17:24-25). Ya sabían eso sobre Dios. Ese es el nivel más simple de fe: fe primitiva, fe que resulta de una búsqueda ignorante y a tientas de Dios. Este libro enseña cuan inteligentemente triunfa el diablo en empujar la mente del hombre, por medio de una apelación a su orgullo, mostrando lo que piensa que son nuevos avances, pero que no son nada más que el entendimiento más simple, más primitivo de Dios.
De nuevo, en este ámbito de la mente, el diablo está constantemente intentando crear duda. Es aquí donde planta sus herejías e incita las falsas enseñanzas. Las falsas enseñanzas son siempre una posición extrema, una exageración de un aspecto particular de la verdad. Puedes tomar todas las falsas enseñanzas que están presentes en el mundo hoy, compararlas con la Biblia, y verás que es simplemente tomar algún aspecto de la verdad y exagerarla grandemente: el extremismo. Esa es siempre la maniobra del diablo, su método favorito de obrar: el empujar a un extremo.
Hace esto incluso sobre sí mismo. Intenta hacer que la gente crea que no hay un diablo. Obra astutamente de esa forma. ¿Qué es lo más importante cuando estás intentando cautivar algún animal salvaje? La ocultación. Intentas ocultarte a ti mismo; no quieres ser visto. Esto es lo que hace el diablo. Convence a la gente que no hay tal cosa como el diablo. Entonces es perfectamente libre de hacer exactamente lo que quiere hacer con la humanidad. Pero si alguien se despierta y se niega a tomar esa posición, entonces, ¿qué hace? Bueno, viene y dice: “¡Estás en lo correcto! Por supuesto que hay un diablo. Tú lo sabes y yo lo sé. ¡Pero mi poder, mi astucia y mi estrategia son tan grandes que más vale que des todo tu tiempo y pensamiento a los esfuerzos para derrotarme!”. Por lo tanto, empuja a otro extremo que llevará a la superstición, el vudú y todas las demás posiciones extremas en esa dirección.
Con los cristianos, el diablo obra de esta forma en el ámbito de la mente. Consigue que nos preocupemos demasiado con ciertos puntos de teología. Hay cristianos que se enorgullecen de ser estudiantes de la Biblia y que conocen profundamente la teología. Deambulan por todos los bosques oscuros de las diferencias teológicas y escalan las cumbres heladas de las doctrinas del monte Everest, como la predestinación y los decretos de Dios y tales cosas. Para ellos, todos los asuntos son doctrina. O quizás es profecía, o códigos numéricos de la Biblia, o sea, los números de la Biblia. Se involucran tanto en estudiar los números de la Biblia que acaban contratando una computadora para poder estudiar su Biblia. ¡Extremismo! Esa es la acción del diablo; eso es lo que hace.
Toma el ámbito de los sentimientos. He aquí un área prolífica del ataque satánico. Estamos tan acostumbrados a creer nuestros sentimientos. Desde que somos bebés hemos estado reaccionando a la forma en la que nos sentimos, y aceptamos la forma en la que nos sentimos como una descripción legitima y precisa de la forma que son las cosas. Nada puede ser más ingenuo. No hay nada que sea más incierto y más exagerado que nuestros sentimientos. La mayoría del tiempo no se relacionan con la realidad de todo porque están sometidos a muchas influencias.
El diablo mueve a algunos cristianos a vivir en un plano de euforia, de júbilo constante. Cuando se juntan, sus reuniones son una revuelta de palmas, gritos y júbilo religioso, o quizás más precisamente, una juerga religiosa. A otros los empuja al extremo opuesto. Piensan que expresar la felicidad como un cristiano es una marca de pecado. Están siempre en melancolía e introspección, morbosidad. O le pide a la gente que se desplacen de uno a otro; una vez están en lo alto y la próxima están deprimidos, un día están en las cimas de la felicidad y el siguiente día, a causa de sus sentimientos, están en las profundidades de la depresión. Viven en un balancín. Si esto te describe a ti, entonces ya has sucumbido a las artimañas del diablo.
Esto es lo que el diablo quiere que hagamos, esto es lo que nos mantiene derrotados. Consigue que algunos estén preocupados y que muestren compasión hasta el punto de que están intensamente ansiosos todo el tiempo, llenos de preocupación y fastidiosa queja. Pero cuando ven que eso está mal, entonces el diablo busca empujarlos al otro lado, y se vuelven insensibles y cínicos; no les importa nadie. El diablo se dirige en este ámbito a nuestros temores, mientras que Dios apela a la fe. De la fe viene la esperanza y el amor, pero el diablo empuja al contrario. Quiere que demos lugar a nuestros temores. La cosa que Jesús dijo una y otra vez a Sus discípulos fue: “No temáis. No estéis temerosos; no estéis ansiosos; no estéis preocupados”. ¿Por qué? Porque “Yo estoy con vosotros”, dijo. El temor viene de la desesperación, el opuesto de la esperanza, y el odio, lo opuesto al amor. Eso es lo que busca el diablo. Si das lugar al temor, pronto estarás desanimado y derrotado. Si das lugar a la derrota, comenzarás a odiar, y entonces el diablo habrá llevado a cabo su propósito. Ha destruido, ha arruinado, ha desolado aquello que Dios ama y desea bendecir.
Toma el ámbito de las acciones. Aquí de nuevo el diablo está constantemente trabajando, buscando involucrarnos en hacer cosas. Ah, pero queremos divertirnos cuando hacemos cosas, queremos cosas placenteras, y así consigue que algunos busquen una continua ronda de algo nuevo, algo emocionante. Tenemos que estar continuamente satisfechos con alguna actividad excitante. El diablo empuja a otros en otra dirección. Todo lo que quieren es la misma cosa, una y otra vez. Están siempre con el mismo rollo. El tradicionalismo, lo llaman, y lo defienden. Dicen: “¡Esta gente está siempre corriendo tras cosas nuevas! Eso no es para mí. Yo quiero lo mismo para el desayuno cada mañana, para la comida todos los días, para la cena cada noche. Vengo a casa a la misma hora, leo la misma página del mismo periódico a la misma hora del día”. Todo es igual. Dios nunca planeó que la vida fuera vivida de esa forma, o de la otra forma. La voluntad de Dios para el hombre representa una gran carretera a través del centro de la vida donde el hombre completo es ministrado. Es por ahí por donde el Señor Jesús caminó, y es ahí donde nos llevan las Escrituras, si caminamos por ellas. Este es el sondeo mínimo de este tema hoy. No puedo cubrir toda la variedad desconcertante de formas en las que el diablo nos puede influenciar y atacarnos. No he dicho casi nada sobre su ataque por medio del mundo, con sus ilusiones, sus atracciones y sus presiones para amoldarse: “Todo el mundo lo hace, sabes. Esta es la cosa ‘de moda’”. El diablo nos consigue de esa forma. Pero es por eso que tenemos las Escrituras, es por eso que se nos da la Palabra de Dios, para que nos pueda instruir en todas las formas de la maldad. No es de extrañar que no escapemos si no nos dedicamos a entenderlas.
Pero quizás he dicho bastante para incitarte a preguntarte a ti mismo: “¿Quién es capaz de estas cosas? ¿Cómo podemos entender todo esto? ¿Quién puede esperar ganar contra tal variedad de formas de ataque que ni siquiera reconocemos que están mal? ¿Quién puede ni siquiera comprender, mucho menos contestar, estos sutiles y poderosos ataques contra la vida humana?”. ¿Te deja bastante desanimado? Si es así, entonces déjame decir que no has entendido lo que Pablo está diciendo aquí. Su palabra a nosotros es:
Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor y en su fuerza poderosa. Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo. (Efesios 6:10-11)
Se ha hecho una provisión. Quizás la actitud más saludable que podríamos tener ante esta revelación es el ser abrumadoramente conscientes de nuestra debilidad. Es cuando reconocemos que somos débiles que estamos listos para “fortalecernos en el Señor y en su fuerza poderosa”, y estamos listos para dar consideración inteligente a lo que es eso y cómo hacerlo. Es ahí donde comenzaremos la próxima vez: “Vestíos de toda la armadura de Dios”. Examinaremos los recursos que Dios ha proveído mediante los cuales podemos permanecer en pie en medio de esta dificultad, estas tinieblas, este ataque sobre nosotros, y derrotarlo y vivir en victoria, indiferentes e invictos. Entonces, y sólo entonces, podremos ser capaces de tomar cualquier cosa que la vida nos presente.
Oración:
Enséñanos, Padre, a tener la humildad de admitir que no hemos estado haciendo un trabajo muy bueno en este sentido, que hemos estado engañados, hemos sido trastornados y atrapados una y otra vez por las artimañas del diablo. Señor, concédenos la voluntad de escuchar, de dar una cuidadosa, considerada y continuada atención al camino a la victoria provisto por medio de Jesucristo, nuestro Señor. Él ha sabido desde el principio que nos enfrentaríamos a este tipo de batalla y ha estado intentando decirnos que hemos sido duros de oído. Señor, haznos atentos a esta palabra. En el nombre de Jesús oramos. Amén.