Large Ancient Amphitheater at Ephesis
La guerra espiritual

Defensa contra la derrota, Parte 1

Autor: Ray C. Stedman


En esta pr

sente serie estamos intentando entender la vida, en ambas, en la escena más grande del mundo y sus caminos, y en la situación inmediata en la cual nos encontramos. Ya hemos visto que es una lucha. Este pasaje que estamos examinando en Efesios demuestra que la vida es un conflicto. Y nuestra experiencia confirma esto. No nos gusta, quizás, pero no podemos negarlo. Cuando nos preguntamos a nosotros mismos: “¿Por qué es la vida una lucha?”, el apóstol Pablo dice que lo que normalmente nos imaginamos no es el problema; no es la carne y sangre; no son otras personas. Estamos muy dispuestos a echarle la culpa a otra persona. Pero Pablo dice que no es contra carne y sangre, sino más bien que estamos luchando contra los principados y poderes, los gobernantes de las tinieblas de este mundo, los espíritus malvados que están en las regiones celestes. Phillips traduce esa última frase: “agentes espirituales de la central misma de la maldad”.

En mensajes previos intentamos examinar lo que se quiere decir con la frase “las artimañas del diablo”, cómo obra el diablo en su astucia, atrapándonos con subterfugios y estratagemas. Ese sondeo fue muy apresurado e incompleto. Nos tomaría muchos mensajes cubrir las estrategias que el diablo puede utilizar para influenciar nuestras vidas. Pero quizás vimos bastante como para hacernos comprender algo de la debilidad e ineptitud en nuestra propia fuerza y sabiduría para derrotar las estratagemas del diablo.

Lo que es más, vimos que estamos bajo ataque del diablo por medio de los canales del mundo y la carne. El mundo es la sociedad humana influenciada por las filosofías satánicas y reflejando las ideas satánicas. La carne es esa compulsión interior hacia el egocentrismo que es una herencia de la caída de Adán. Porque la carne es intensamente personal e ineludiblemente presente, intentamos concentrarnos en esto. Vimos que, por medio de la carne, el diablo nos ataca a través de los canales de nuestra mente, nuestras emociones y nuestras actividades. Estas constituyen la composición del hombre, como seres humanos. Aprendimos que el diablo tiene como objetivo crear desequilibrio, dar importancia exagerada y excentricidad, inflando algún aspecto de la vida a proporciones intolerables.

Su meta es siempre el producir desanimo, confusión o indiferencia. Donde sea que nos encontremos a nosotros mismos como víctimas de un estado de confusión e incertidumbre, o desanimo o derrota, o una actitud indiferente, insensible hacia la vida o hacia otros, ya hemos sucumbido a las artimañas del diablo.

¿Estás desanimado? ¿Estás confundido, inseguro, no sabiendo qué es verdad, qué es correcto, cuál es la respuesta? ¿Estás indiferente, dejando que la vida te pase de lado, viviendo cada momento con cinismo, indiferente a lo que sea el resultado? Si es así, entonces ya te has vuelto una víctima de las artimañas del diablo. Si estas condiciones continúan, el final será infertilidad, futilidad, una vida echada a perder, la ruina. Esta es la meta del diablo.

Jesús dijo que el diablo es un mentiroso y un homicida, cuya meta es destruir, arruinar, distorsionar y pervertir la vida humana. Pero, como ya hemos visto, esto no necesita ser así. El mismo pasaje que estamos estudiando describe la defensa adecuada de Dios contra las artimañas del diablo. Se nos ruega y se nos anima que la utilicemos. “Fortaleceos en el Señor”, dice el apóstol, “y en su fuerza poderosa” (Efesios 6:10). Es posible permanecer en pie; es posible derrotar. Esta palabra nos anima mucho. Pero sólo eso no es suficiente. Eso nos dice que hay una respuesta, pero no nos dice exactamente cuál es. Nuestra pregunta siempre es: “¿Cómo hacemos esto?”. “¿Cómo, exactamente, llegas a estar “fortalecido en el Señor y en su fuerza poderosa?”. La respuesta es: “Vestíos de toda la armadura de Dios” (Efesios 6:11a). Es ahí donde debemos de comenzar hoy. Pablo dice:

Estad, pues, firmes, ceñida vuestra cintura con la verdad, vestidos con la coraza de justicia y calzados los pies con el celo por anunciar el evangelio de la paz. Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. Tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios. (Efesios 6:14-17)

Puedes ver que este es un lenguaje muy figurativo. Estas no son entidades en sí mismas, sino que son símbolos de algo real. Para poder entenderlas debemos de mirar tras las figuras a la realidad. Tenemos una pista del significado de esta armadura en lo que ya he mostrado. La armadura es la forma de ser fortalecidos en el Señor y en Su fuerza poderosa. La armadura no es nada más que una descripción simbólica del Señor mismo. La armadura es Cristo, y lo que está dispuesto a ser y hacer en cada uno de nosotros. Cuando Pablo habla de estas varias piezas, está hablando de Cristo y de cómo hemos de considerarle, cómo hemos de tomar posesión de Él como nuestra defensa contra las estratagemas del diablo. No es meramente Cristo disponible para nosotros, sino Cristo en nuestra posesión.

En Romanos 13, Pablo declara este concepto: “Al contrario, vestíos del Señor Jesucristo y no satisfagáis los deseos de la carne” (Romanos 13:14). Así mismo, escribiéndole a su hijo en la fe, el apóstol le dice a Timoteo: “Tú, pues, hijo mío, esfuérzate en la gracia que es en Cristo Jesús” (2 Timoteo 2:1). Es ahí donde radica nuestra armadura. Cristo es nuestra defensa. Por lo tanto, necesitamos estudiar esta armadura para poder aprender a tomar posesión de Cristo en una forma práctica. La verdad general, he descubierto (y estoy seguro que tú también), no nos ayuda mucho.

Es fácil hablar en generalidades vacías sobre el vivir cristiano. A veces escogemos una frase de las Escrituras y la utilizamos casi como un encantamiento, algún tipo de defensa mágica, yendo por ahí repitiendo ciertas palabras. Pero esa no es la forma que la Biblia sugiere. Esa es la forma en la que las sectas tratan la Biblia. Nos es fácil decir con poca sinceridad a algún cristiano que está luchando en medio de un tiempo difícil: “¡Cristo es la respuesta!”. Bueno, sí, Cristo es la respuesta, ¿pero cómo es Él la respuesta? Eso es lo que necesitamos saber, y esto es lo que esta armadura describe. Jesucristo es la respuesta como una defensa específica en contra de cosas específicas. Antes de examinar la armadura más precisamente, hay dos cosas que necesitamos notar que son resaltadas en este texto:

Primero, hay dos divisiones o clasificaciones generales de las piezas de esta armadura, indicadas por el tiempo de los verbos que son utilizados. La primera división, cubriendo las tres primeras piezas, es algo que ya hemos hecho en el pasado si somos cristianos: “ceñida vuestra cintura con la verdad”, “vestidos con la coraza de justicia”, “calzados los pies con el celo por anunciar el evangelio de la paz”. Todas estas se refieren a algo ya hecho, si somos cristianos en lo más mínimo. La segunda división incluye aquellas cosas que han de ser puestas o tomadas en el momento presente: “tomad el escudo de la fe”, “tomad el yelmo de la salvación”, “y la espada del Espíritu”. Hay, primero, cosas que ya nos hemos puesto una vez y nunca necesitamos ponérnoslas de nuevo. Pero debemos estar seguros que están ahí y recordarnos a nosotros mismos su significado. Segundo, hay aspectos de Cristo que tomamos una y otra vez cuando nos sentimos bajo ataque.

La segunda cosa a notar sobre esta armadura es que el orden en el cual las piezas nos son dadas es muy importante. Aprende a prestar cuidadosa atención al orden en el cual las Escrituras ponen las cosas. El orden de las listas de estos artículos es muy, muy importante. No puedes invertirlas o mezclarlas. La razón por la que muchos cristianos fallan en ejercitar apropiadamente la espada del Espíritu es porque primero nunca se ciñeron la cintura con la verdad. No puedes hacerlo en el orden opuesto. Las Escrituras son muy exactas en esto; al examinarlas, notemos cuidadosamente el orden.

Ahora queremos rápidamente tomar las tres primeras de estas que constituyen la primera división de esta armadura: “Ceñida vuestra cintura con la verdad”; ese siempre es el sitio a comenzar en cualquier momento en el que estés bajo ataque. Cuando te sientas desanimado, derrotado, incierto, confundido, abatido, deprimido o indiferente, este es el sitio a comenzar: “Ceñida vuestra cintura con la verdad”. Los oficiales en el ejército romano llevaban faldas cortas, muy parecidas al kilt escocés. Sobre ellas tenían una capa o túnica que estaba sujeta a la cintura con un cinturón. Cuando estaban a punto de entrar en la batalla se remetían la túnica debajo del cinturón para dejar sus piernas libres y sin trabas para la lucha. Ceñir la cintura era siempre un símbolo de disposición para la lucha. Es por eso que esto está primero. No puedes hacer batalla hasta que no te ciñas la cintura con la verdad.

Cuando estás amenazado por el desánimo, la frialdad y humores parecidos, ¿cómo luchas? ¿Cómo te defiendes? Bueno, te acuerdas que, cuando te convertiste en cristiano, te ceñiste la cintura con la verdad. ¿Qué significa eso exactamente? ¡Significa que has de recordarte a ti mismo, al venir a Jesucristo, que encontraste las verdad detrás de todas las cosas, encontraste a Aquel que Él mismo es la verdad, la llave a la vida, el secreto del universo, la realidad final! Encuentras la verdad utilizada en ese sentido en esta misma carta. En el capítulo 4, versículo 20, el apóstol le dice a estos efesios:

Pero vosotros no habéis aprendido así sobre Cristo [es decir, impureza y libertinaje, etc.], si en verdad lo habéis oído, y habéis sido por él enseñados, conforme a la verdad que está en Jesús. (Efesios 4:20-21)

Él es la verdad, Él es la realidad, Él es la llave a la vida: “en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento” (Colosenses 2:3). “Bueno”, alguien dice, “¿cómo sabes eso? ¿Cómo sabes que no estás llevando a cabo un acto de fe ciega sin ninguna evidencia para soportarlo? Dices que crees en Jesús, pero le has aceptado como la autoridad sin la más mínima evidencia. Eso es fe ciega”. Pero eso no es lo que un cristiano hace. La fe cristiana no es fe ciega. Cuando creemos que Cristo es la verdad, lo creemos porque Él demostró que era la verdad. Necesitamos partir de esa base.

¿Cómo demostró que era la verdad? Primero, por lo que dijo. Lee las cosas que dijo, ¡cosas incomparables! Dio las perspectivas más claras en cuanto a lo que era la vida humana que nunca se hayan dado al oído del hombre. Incluso sus enemigos dicen eso. Nadie jamás vio tan claramente como Él; nadie jamás ha investigado tan profundamente o ha apuntado tan precisamente a los elementos que forman la vida humana y el pensamiento. En lo que dijo puedes ver que habló la verdad. “¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre!” (Juan 7:46).

Pero no sólo eso; demostró la verdad por lo que hizo. Esta crónica del Nuevo Testamento es un increíble relato de poderosos hechos y acontecimientos históricos. ¿Milagros? Sí, hay evidencias de la intrusión del reino espiritual ―ese ámbito invisible de la realidad― al ámbito visible. Lo culminó todo, por supuesto, al enseñar que había resuelto el único problema que es insoluble para cada hombre, el problema de la muerte. ¡Se levantó de entre los muertos! ¿Quién jamás ha hecho algo así? ¿Qué otro filósofo, qué otro pensador, qué otro hombre que haya puesto un reto al hombre ha hecho algo así: solucionar el problema básico de la vida? Por eso sé que Jesucristo es la verdad, porque ha solucionado el problema de la verdad.

Esto, por cierto, es la razón por la que los enemigos de las Escrituras luchan tan ferozmente para destruir la historicidad de esos acontecimientos, si pueden. Quieren que pensemos que no importa si estas cosas eran históricamente ciertas. Por supuesto que eran históricamente ciertas, y por supuesto que importan, ya que estos acontecimientos demostraron que Jesús era la verdad.

Pero no es sólo por lo que dijo y lo que hizo, sino además, por lo que es. Trae esto al presente. ¿Qué ha sido para ti? ¿Qué ha sido para otros? Considera tu propia vida cristiana y sus comienzos. ¿Te redimió? ¿Te ha liberado? ¿Ha roto algunas cadenas en tu vida? ¿Ha sido tu amigo? ¿Te ha vuelto al equilibrio y la armonía? Ha sido demostrado que a lo largo de los siglos los hombres han pedido ayuda a otros. Quizás te falte valor y llames a un héroe contemporáneo para ayudarte, pero nada ocurre. Quizás te falte sabiduría y llames a uno de los grandes filósofos actuales. O quizás te falte elocuencia; quizás clames: “¡Shakespeare, ayúdame!”, pero no te llega ninguna ayuda. Sin embargo, durante veinte siglos los hombres y las mujeres en apuros desesperados han estado clamando: “Señor Jesús, ayúdame”, ¡y la ayuda es dada! ¡La redención viene! Así sabemos que Él es la verdad.

Acuérdate que todos los sistemas conflictivos y las filosofías han de ser probados en todos los puntos, no sólo en uno. Muchas filosofías pueden hacer algo. Ah, sí, muchos sistemas que están básicamente mal todavía pueden ayudar en un área limitada. Pueden ayudar en algún sitio; pueden llevar a cabo algún bien. Pero, amigos cristianos, debemos aprender que eso nunca es la señal de la verdad. Porque algo haga algún bien no significa que sea una señal de verdad. La verdad es una entidad completa. La verdad es realidad, la forma en la que las cosas realmente son. Por lo tanto, es la explicación de todas las cosas. Sabes que has encontrado la verdad cuando encuentras algo que es lo bastante amplio, lo bastante profundo y lo bastante alto para abarcar todas las cosas. Eso es lo que hace Jesucristo.

Lo que es más, la realidad final nunca cambia. He aquí otra señal. La verdad nunca necesita ser puesta al día, nunca necesita ser modernizada. Si algo era cierto hace diez mil años, todavía es cierto hoy. Si es cierto hoy, era cierto hace cien mil años. La verdad no necesita ser puesta al día.

Disfruto de la historia del hombre que vino a su viejo amigo, un profesor de música, y le dijo de esa forma frívola que nosotros los modernos utilizamos: “¿Cuáles son las buenas noticias hoy?”. El hombre viejo no dijo ni una palabra. Caminó a lo largo de la habitación, cogió un martillo y le dio un golpe a un diapasón. Al sonar la nota a través de la habitación, le dijo: “Eso es Do. Es Do hoy, era Do hace cinco mil años, y será Do dentro de diez mil años en el futuro. La soprano que vive en el piso de arriba canta fuera de tono, el tenor al otro lado del pasillo canta sus notas altas desafinadas, y el piano en la planta baja está desafinado”. Tocó la nota de nuevo y dijo: “¡Eso es Do, amigo mío, y esas son las buenas noticias hoy!”. Eso es Jesucristo, invariable. Es “el mismo ayer, hoy y por los siglos” (Hebreos 13:8). Es así cómo sabes que tienes la verdad. Acuérdate eso cuando te sientes derrotado, cuando estás bajo ataque, cuando las dudas inundan tu mente. Acuérdate que has ceñido tu cintura con la verdad; has encontrado a Aquel que es la Roca firme:

Sobre la Roca Firme estoy,
Y sólo en Cristo fuerte soy.

Ahora observa la segunda pieza de la armadura, la coraza de justicia: ¿Te la has puesto? “Vestidos con la coraza de justicia”; ¿qué significa eso? Bueno, eso es Cristo como la base de tu justicia permaneciendo ante Dios, tu aceptación ante Él. Si la tienes puesta puedes descansar seguro de que tu corazón, tus emociones, están seguramente guardadas y adecuadamente protegidas contra el ataque. Este quizás es el terreno más frecuente de ataque contra la fe cristiana. Los cristianos, por un medio u otro, por medio de una circunstancia u otra, a menudo sienten una falta de seguridad. Se sienten indignos de Dios. Sienten que son un fracaso en la vida cristiana y que Dios, por lo tanto, ciertamente les rechazará, que ya no está interesado en ellos. Están muy conscientes de sus fallos y defectos. El crecimiento ha sido tan lento. El primer júbilo de la fe se ha perdido, y sienten que Dios está enfadado con ellos o que está distante, en algún sitio lejano. Hay un sentimiento constante de culpa. Su conciencia siempre está machacándoles, haciéndoles infelices, desdichos. Sienten que Dios les culpa. Esto es simplemente un ataque satánico, un medio de oponer y destruir lo que Dios planea hacer.

¿Cómo contestas a un ataque así? Has de acordarte de que tienes que ponerte la coraza de justicia. En otras palabras, no permaneces por tus propios méritos. Nunca fue así. Nunca tuviste nada que valiera la pena por ti mismo para ofrecer a Dios. Renunciaste a todo eso cuando viniste a Cristo. Dejaste de intentar ser suficientemente bueno para agradar a Dios. Viniste por Sus méritos. Viniste en base a la justicia que Él te atribuye, aquello que Él te da a ti. Comenzaste tu vida cristiana así, y no hay ningún cambio ahora. Todavía estás en esa base.

Es por eso que Pablo comienza su gran octavo capítulo de Romanos con las palabras: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús” (Romanos 8:1). ¡Ninguna condenación! Estás creyendo una mentira cuando crees que Dios está enfadado contigo y que te rechaza. Acuérdate que permaneces por los méritos de Cristo: “nos hizo aceptos en el Amado” (Efesios 1:6). Más adelante en el capítulo pregunta: “¿Quién acusará a los escogidos de Dios?” (Romanos 8:33). Dios es el que justifica, el único que tiene derecho a acusarnos, y nos ama. Por lo tanto, no hay separación. “¿Quién nos separará del amor de Cristo?” (Romanos 8:35a). ¿Quién puede hacer esto?

Ahora, esto no significa que Dios ponga Su mano sobre las cosas que sabemos que están mal en nuestras vidas y diga, “Ah, bueno, esto no importa. No te preocupes por ellas”. Por supuesto que no, sino que significa que Él las ve y dice: “Vale, pero todavía no ha aprendido todo lo que tenía planeado enseñarle”. Y Él trata con nosotros como un padre, en amor y disciplina paciente, como un padre, no como un juez.

Mira como el apóstol Pablo mismo utilizó esta coraza de justicia cuando estaba bajo presión para estar desanimado y derrotado. ¿Alguna vez has pensado en las luchas que él personalmente tuvo en este ámbito? Aquí había un hombre que era de baja estatura, común y corriente en su apariencia personal. De hecho, hay muy buenas evidencias para indicar que incluso era repulsivo para muchos. Tenía una enfermedad física que le había desfigurado y que le hacía desagradable de mirar. Lo que menos tenía era lo que llamamos una presencia imponente. Su pasado era anti-cristiano, y nunca podía escaparse completamente de eso. Había sido el perseguidor más hostil y brutal que la iglesia había conocido. Constantemente se estaría encontrando con familias de seres queridos que él había matado. Mucha gente le recordaba a menudo que no era de los doce apóstoles originales, que su llamamiento era sospechoso, que quizás no era realmente un apóstol. Escribiéndoles a los corintios sobre estos mismos asuntos, dice de sí mismo en el capítulo 15: “Yo soy el más pequeño de los apóstoles, y no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la iglesia de Dios” (1 Corintios 15:9).

¡Qué terreno para el desánimo! Cómo de fácil hubiera sido para él decirse a sí mismo: “¿De qué sirve? Aquí estoy trabajando como un esclavo, trabajando hasta el agotamiento, haciendo tiendas de campaña e intentando predicar el evangelio a esta gente, y mira las bendiciones que Dios les ha traído, pero a ellos nos les importa. Me lanzan recriminaciones a la cara. ¿Por qué seguir intentándolo?”. Pero eso no es lo que hace. El próximo versículo dice: “Pero por la gracia de Dios soy lo que soy; y su gracia no ha sido en vano para conmigo” (1 Corintios 15:10a). Ahí está utilizando la coraza de justicia. “No me importa”, dice, “lo que he sido; no defiendo lo que soy. Simplemente te digo, por la gracia de Dios, soy lo que soy. Lo que soy es lo que Cristo me ha hecho. No estoy permaneciendo por mi propia justicia, estoy permaneciendo apoyado en esto, soy aceptado por gracia, y mi situación personal no hace ninguna diferencia en lo más mínimo”. Así que su corazón fue preservado del desánimo. Podía decir: “Seguro, todas estas cosas son ciertas, pero eso no cambia el hecho de que soy un hombre de Dios y tengo Su poder. Él está en mí, y todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:13). Por lo tanto, se recordó a sí mismo que cuando se convirtió en cristiano se había puesto la coraza de justicia y nunca se permitió estar desanimado, ya que no contó consigo mismo para nada. Contó con Cristo.

Entonces esta tercera pieza de armadura: “calzados los pies con el celo por anunciar el evangelio de la paz”. Los zapatos son absolutamente esenciales para luchar. Imagínate a un soldado vestido en armadura de pies a cabeza, pero sin zapatos, un soldado descalzo. Imagínate lo rápidamente el áspero suelo le destrozaría los pies y le produciría moratones. Pronto, a pesar del hecho de tener todo el equipamiento que necesitaba, no podría participar en la lucha. Sus pies le volverían inadecuado para la lucha. Pero con un robusto par de zapatos estaría listo y equipado, capaz de luchar. Eso es lo que significa esta frase. El equipamiento aquí es realmente la palabra “preparación” en griego: “calzados los pies con preparación producida por el evangelio de la paz”. Es la paz en el corazón lo que te hace capaz de luchar.

¿Qué significa esto? Bueno, de nuevo es Cristo, pero Cristo esta vez es nuestra paz: nuestra fuente de calma, euforia, es decir, un sentimiento de bienestar. Fíjate en la relación de una pieza con otra y la importancia del orden que destaque anteriormente. La primera pieza nos dice que Cristo es la verdad, el secreto final de la realidad. Hemos llegado a casa; hemos dado con la llave de la vida de Jesucristo. Eso es algo para que lo capte, lo entienda y lo crea la mente. ¿Y entonces qué? Bueno, entonces le conocemos. Permanecemos en Sus méritos. Nos ponemos la coraza de justicia. Venimos a esa base de lo que Él ha hecho, y no lo que nosotros hacemos. ¿Y cuál es el resultado de eso? ¡Nuestros corazones están en paz! Pablo dice: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 5:1). ¡Calma, valor! Para utilizar el término moderno y, creo, el más preciso, tenemos buena “moral”. Nuestra moral es alta. Estamos listos para cualquier cosa. Ningún terreno puede ser demasiado áspero para Cristo; y tenemos a Cristo. Por lo tanto, tenemos buena moral.

¿Te acuerdas de los oscuros días en Inglaterra cuando estaban sufriendo los bombardeos aéreos, y las bombas estaban lloviendo todo el tiempo? La situación era realmente desesperada. Entonces, Winston Churchill hablaba por la radio al pueblo inglés cuando sus corazones estaban llenos de derrota y desánimo. A veces estaban casi dispuestos a rendirse. Pero la voz de ese hombre hablándoles daba ánimos a la nación, y su moral era fuerte. Eso es lo que Cristo hace. Es capaz de hablar paz a nuestros corazones.

Una señora me dijo esta mañana: “Oh, si tan solo pudiera expresarte algo de la sanación interior, la paz que ha venido a mi corazón por medio de una experiencia reciente. ¡Qué júbilo, incluso aunque era un tiempo de agonía y angustia!”.

Este es el sitio a comenzar. No es una batalla contra la gente. Es una lucha interior, una lucha en el ámbito de la vida del pensamiento, en el ámbito de nuestras actitudes. Es una batalla en el ámbito de tu perspectiva de la situación en la cual te encuentras. Este es el sitio a comenzar. Cíñete la cintura con la verdad. Acuérdate que en Jesucristo tienes una demostración que ningún hombre puede igualar en todo el mundo. He aquí la clave de la vida, Aquel a quien vale la pena escuchar. ¡Creedle, gente cristiana, creedle! Si sois cristianos en lo más mínimo, si has aceptado a Cristo como Aquel que tiene la explicación de la vida, entonces cree lo que dice. Actúa en base a ello. Eso es ceñirse con la verdad.

La coraza de justicia protege las emociones. No tienes que estar desanimado. Por supuesto que has fracasado ―yo fracaso, todos fracasamos―, pero para aprender a derrotar eso es para lo que estamos aquí. Aquel que ha venido entiende todo esto. Sabe que vamos a fracasar y sabe que vamos a luchar. Sabe que será una experiencia con altibajos y un tiempo de batallas, y perderemos algunas de ellas. Pero dice: “Yo me he encargado de todo eso. No tienes que permanecer por tus propios méritos. Permanece en los míos. No estés desanimado; no estés derrotado; ganaremos. Sé lo que estoy haciendo, sé cómo guiarte, sé a qué circunstancias traerte, y estaré contigo en medio de ellas”.

El tercer requisito es tener los pies calzados con la preparación, la disposición, de un sentimiento de paz. El sitio a comenzar es recordar quien eres, lo que eres y, sobre todo, a Quién tienes. Sé fuerte en Su fortaleza y por Su causa. Acuérdate que perteneces a la familia de Cristo. Las Escrituras dicen que Él no se avergüenza de llamarnos hermanos. Dios no está avergonzado de ser llamado nuestro Dios. Sé fuerte por Su causa. Alejémonos siempre de este subjetivismo: “¿Qué es lo que me va a ocurrir, y cómo me siento?”, acordándonos que Dios nos ha investido con Su honor. Aprende a hablarte a ti mismo y contesta a lo que te dices. Así descubrirás que si te pones esas tres cosas, la batalla casi es ganada ahí mismo. Tendrás poca dificultad para derrotar la maldad si comienzas ahí.

Oración:

Padre nuestro, haz estas palabras claras, simples, prácticas y útiles para nosotros. Que vengan a nosotros justo donde estamos y nos ayuden en el conflicto en el que estamos ocupados. Que nuestros corazones sean elevados por la consciencia de que Aquel que está en nosotros es adecuado para todas las cosas. En el nombre de Cristo oramos. Amén.