Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor y en su fuerza poderosa. Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo, porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este mundo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo y, habiendo acabado todo, estar firmes. (Efesios 6:10-13)
En nuestro mensaje introductorio vimos que este pasaje es la respuesta de las Escrituras al lamento de los líderes de nuestros días quienes, en total confusión y desconcierto, están haciendo preguntas tales como estas: “¿Por qué no podemos solucionar los problemas básicos de la vida humana? ¿Por qué no nos podemos entender a nosotros mismos? ¿Por qué es que estamos tan definativamente indefensos e incapaces en el asunto de cambiar la naturaleza humana? ¿Por qué es que cada generación tiene que luchar las mismas batallas que las previas lucharon?”. La respuesta de Pablo a esas preguntas es ir más allá de los antagonistas meramente humanos, visibles al mundo y reportados en nuestros periódicos, a lo que llama “los principados y las potestades, los gobernadores de las tinieblas de este mundo, las huestes espirituales de maldad en las regiones celestiales,” o sea, el reino de maldad.
En el último mensaje examinamos brevemente algunas de las reacciones a esta visión de la vida. Vimos allí algunos que están dispuestos a rechazar esto, que se niegan a creer en los poderes invisibles, sean buenos o malos. Rechazan toda la idea de cualquier tipo de reino espiritual y dicen que ni hay Dios ni diablo. Por supuesto, cualquiera que desee hacerlo es libre de tomar esa decisión, pero cuando lo hacen, de hecho rechazan el testimonio de Jesucristo como una autoridad en estas áreas, y el testimonio de millones de cristianos a través de los siglos, así como las conclusiones inteligentes y consideradas de muchos hombres que no son cristianos, todos los que reconocen la existencia de un reino espiritual como este. Cualquiera que elige el tomar una posición voluntaria lo hace como un asunto de su voluntad, ya que no hay evidencia que apoye esto. Debe al final enfrentar el hecho de que no tiene respuestas a los problemas y los enigmas de la vida. No tiene con lo que explicar las preguntas que constantemente se presentan al hombre en su vivir diario.
Poner nuestra esperanza sólo en el hombre mismo es estar continuamente desilusionado en esta constante lucha del hombre para mejorarse a sí mismo. Es por eso que aquellos que suscriben tal posición al final asumen el espíritu de escueto pesimismo al considerar la vida. Puedes ver esto reflejado en muchos de sus escritos. H. G. Wells, quien más o menos en la última década fue un espectacular defensor de su teoría de que el hombre tenía la capacidad de mejorarse a sí mismo, se hundió cada vez más profundamente en una ciénaga de pesimismo al observar la escena mundial hasta su último libro, terminado justo antes de su muerte, y revelo su total desesperación en su título: La mente a la orilla del abismo.
Entonces vimos que había otros que creían en un reino de bondad, o sea, que creen en Dios y quizás en los ángeles, pero que se niegan a aceptar esta proposición de la existencia del diablo. Dicen que pueden aceptar la existencia de Dios y del cielo y de las cosas que constituyen la bondad, pero rechazan totalmente la idea de un diablo. Esta es una postura totalmente irracional. Cualquiera que se suscribe a esa posición no tiene una base lógica para hacerlo, ya que la misma revelación que nos cuenta sobre Dios nos cuenta sobre el diablo. Las mismas autoridades (Cristo y Sus apóstoles) que hablan claramente sobre Dios, hablan igual de claramente sobre la existencia del diablo. Incluso el lenguaje mismo que utilizamos para describir el reino de Dios y su constitución revela la existencia también de otro reino. ¿Por qué decimos, por ejemplo: “el Espíritu Santo”? Estamos por tanto reconociendo la existencia de espíritus profanos. No podemos hacer esa distinción a menos que reconozcamos la existencia de espíritus profanos. Tal posición realmente revela un deseo de deshacerse de aquello que no nos gusta de la Biblia. Si leemos nuestras Biblias de esa forma, deshaciéndonos de todo lo que no nos gusta, finalmente llegamos al residuo que queda, y lo que queda es simplemente lo que preferimos. En la base de ese acercamiento a las Escrituras, la única autoridad, realmente, soy yo mismo, lo que yo creo que es verdad y lo que yo elijo aceptar. La revelación es reducida a un área minúscula y circunscrita que nosotros personalmente, por alguna razón u otra (mayoritariamente emocional), elegimos aceptar. Y entonces, por supuesto, ya no estamos discutiendo la cuestión de si hay o no un diablo. Estamos discutiendo la autoridad de las Escrituras. Nos hemos mudado a una proposición bastante distinta.
Ahora digo todo esto porque me doy cuenta que hay muchos que están dispuestos a rechazar esta enseñanza sin ni siquiera darle una consideración inteligente. Todo nuestro acercamiento a esto encontrará valor solo cuando los hombres y las mujeres se tomen en serio esta presentación de las Escrituras al respecto. Ninguna otra explicación comprende los problemas de la vida como lo hace esta. Ninguna otra explicación de la maldad del mundo toma en consideración todos los aspectos de la vida humana. No dudo en hacer una declaración tan fuerte como esta. Cualquier otra cosa es superficial, si no artificial. Cualquier cosa menos es trivial e inadecuada, si no es inherentemente errónea e irreal.
Al examinar este pasaje, por lo tanto, debemos de esperar aprender mucho sobre este reino de maldad, estos espíritus malvados en las altas esferas quienes Pablo dice están tras este insoluble problema de la maldad humana. Fíjate que el apóstol insinúa que los únicos que pueden batallar contra las fuerzas de las tinieblas con éxito son los cristianos, “porque no tenemos lucha contra sangre y carne… ”. ¿Quiénes somos “nosotros”? Ciertamente esto no es el hombre en general, sino que son los cristianos que están señalados en la palabra “nosotros”. Somos nosotros los cristianos quienes no estamos contendiendo contra sangre y carne. El mundo lucha a este nivel, pero el cristiano lucha contra principados, potestades y poderes. Ahora bien, esta no es una posición que es particular a Pablo. Esta es la enseñanza consistente en toda la Biblia, desde Génesis a Apocalipsis. La Biblia indica que todos los hombres son víctimas de estas fuerzas invisibles. Todos los hombres en todas partes, sin excepción, son víctimas; pero sólo los creyentes pueden ser vencedores.
Jesús mismo deja este punto absolutamente claro. Hay una historia en Lucas 11 de la reacción de nuestro Señor al desafío que le fue presentado al estar expulsando demonios. Esta actividad de nuestro Señor es un área de su ministerio que es continuamente puesta en duda por aquellos que eligen un acercamiento intelectual a las Escrituras. No les gusta este asunto de expulsar demonios, y lo explican de varias formas. Diremos más sobre esto más tarde en esta serie, pero en el relato bíblico ciertas personas dijeron de Él que el expulsar demonios resultó de Su relación con Beelzebú, el príncipe de los demonios, otro nombre para Satanás. Dijeron que fue por el poder de Satanás, por el poder de Beelzebú, que estaba expulsando demonios. (Beelzebú, por cierto, significa “señor de la basura”. Los judíos consideraban el infierno como un vertedero universal, y en un sentido muy real estaban en lo correcto, porque eso es exactamente lo que es el infierno: una vida echada a perder, un vertedero.) El dios que reinaba sobre este vertedero era el diablo, y porque un vertedero siempre atrae moscas, llamarón a Beelzebú el señor de las moscas. (Hay una novela escrita sobre ese mismo tema.) Así que ciertas personas están acusando a Jesús de expulsar demonios por la autoridad de Beelzebú, el señor de las moscas. Jesús dijo: “De igual manera, si Satanás está dividido contra sí mismo, ¿cómo permanecerá su reino? Os digo esto ya que decís que por Beelzebú echo yo fuera los demonios” (Lucas 11:18). Su argumento es simplemente este: Satanás nunca hace eso. Satanás nunca lucha en contra de sí mismo. Satanás es demasiado inteligente, demasiado astuto, demasiado sagaz como para jamás dividir sus fuerzas de esa forma, ya que si lo hiciera, sabe que su reino caería. Por lo tanto, Jesús está sugiriendo que cualquier hombre que está bajo el control de Satanás no tiene ninguna posibilidad de redención aparte de una fuerza externa que intervenga. Fíjate cómo lo pone en el versículo 21 de Lucas 11:
Mientras el hombre fuerte y armado guarda su palacio, en paz está lo que posee. (Lucas 11:21)
¿Quién es el hombre fuerte? Satanás. ¿Cuál es el palacio? El mundo. ¿Cuáles son las posesiones? La humanidad en todas partes. En los tres versículos que presentan esta figura del hombre fuerte hay tres grandes principios que emergen: El primero, encontrado en el versículo 21, es que el hombre, sólo, contra Satanás, es incapaz e inútil. Esta es la posición invariable de las Escrituras. Juan dice: “Sabemos [los cristianos] que somos de Dios, y el mundo entero está bajo el maligno” (1 Juan 5:19). Esta es la posición de la Biblia: que el mundo ha caído bajo el control de Satanás. No el mundo de los árboles, las montañas, los lagos y los mares; ese es el mundo de Dios. Cantamos: “El mundo es de mi Dios”, y tenemos razón, pero el mundo de la sociedad humana organizada ha caído bajo el control de Satanás, y no hay posibilidad de escapatoria aparte de una intervención desde afuera. Ya que, como Jesús dice: “Mientras el hombre fuerte y armado guarda su palacio, en paz está lo que posee” (Lucas 11:21). No puede haber ninguna amenaza desde dentro al control de Satanás.
Eso es muy revelador, ya que ahí nuestro Señor está apuntando a la razón del continuo fallo de los métodos usuales que los seres humanos utilizan para corregir las maldades y las injusticias, los métodos usuales de reforma. Fallan porque no comprenden el problema esencial. Todos nuestros métodos de intentar corregir las maldades que vemos en la vida humana son simplemente reorganizaciones de las dificultades. Tenemos éxito sólo en revolverlas un poco hasta que toman una forma distinta. Pero nuestros métodos nunca pueden solucionar el problema central de la maldad, porque no comprenden el poder de Satanás.
El hombre bajo Satanás no es un ser feliz. Está para siempre inquieto, irritado y descontento. Por eso el mundo continuamente refleja esas cualidades. El hombre ve los problemas que crea este tipo de existencia, y siempre está intentando remediarlos. Se ocupa intentando resolver estos problemas que surgen, estas dificultades de las que informan nuestros periódicos, pero lo que todos sus esfuerzos llevan a cabo es meramente reordenar el patrón hasta que toma una forma diferente. Entonces el hombre se congratula y dice orgullosamente: “¡Hemos solucionado este problema!”. Pero sólo se ha movido a un síntoma distinto de la misma enfermedad. Como C. S. Lewis dijo tan acertadamente: “Ninguna ingeniosa organización de malos huevos crea una buena tortilla”. Cuando el ciclo de problemas es completado, comienza de nuevo, y decimos: “La historia se repite”.
¿Cuáles son los métodos usuales de la reforma humana? Los puedes enumerar fácilmente. Casi invariablemente son la legislación, la educación, y un ambiente mejorado. Cada problema al que nos enfrentamos es normalmente enfocado al utilizar una o una combinación de estos tres. La legislación es la ley; es meramente el control del hombre externo. No tiene nada que ver con el hombre interno y no puede hacer nada por él. No cambia la naturaleza básica del hombre, sino que simplemente le restringe para que no pueda manifestar ciertas cualidades bajo ciertas condiciones. La educación es una de las peores cosas que podemos hacer a una personalidad trastornada, a una mente retorcida. La posición de las Escrituras es que todos nosotros nacemos con mentes retorcidas. Algunos de nosotros estamos más retorcidos que otros; son aquellos que llamamos “¡mentes retorcidas!”. Educar una mente retorcida es sólo hacerla más inteligente en su maldad, y esto es lo que resulta. El criminal educado es mucho más inteligente, más sutil y más difícil de detener. La mente educada, acercándose a los problemas humanos de personalidad, sólo echa sobre ellos una inteligente pátina de conocimiento que sirve para cubrir las verdaderas dificultades. La educación no cambia básicamente al hombre; le hace más inteligente. Un ambiente mejorado no le cambia, tampoco. No sé cuánto va a tardar la sociedad humana en aprender que cuando tomas a un hombre, le sacas de los barrios pobres y le pones en un ambiente más agradable, no le haces absolutamente nada al hombre mismo. En un rato, con el tiempo, hará del nuevo ambiente una pocilga también.
Estas son las estrategias usuales para la reforma. No es mi intención sugerir que huyamos de ellos. Todos tienen ciertos valores, pero no comprenden el problema básico. Es por esto que, después de pasar toda una vida intentando cambiar al hombre con estos métodos, aquellos que son pensadores cultos en esta área siempre acaban con una terrible perspectiva de pesimismo. Escucha estas palabras del difunto Bertrand Russell, el filósofo ateo:
La vida del hombre es una larga caminata durante la noche, rodeado de enemigos invisibles, torturado por el cansancio y el dolor, hacia una meta que pocos pueden esperar alcanzar y donde ninguno puede pasar mucho tiempo. Uno por uno, al caminar, nuestros camaradas desparecen de nuestra vista, tomados por las silenciosas órdenes de la omnipotente muerte. Ciegos al bien y al mal, sin cuidado por la destrucción, la omnipotente materia circula en su camino implacable. Ya que el hombre, condenado hoy a perder lo más querido, mañana pasa por las puertas de la oscuridad, quedando solo para acariciar, antes de que caiga el golpe, los pensamientos idealistas que ennoblecen su pequeño día.
Esas elocuentes palabras catalogan la pura desesperación en la cual cae el hombre cuando está lejos de Dios. Hay un creciente sentido de desesperación en todas partes hoy. Es la comprensión inconsciente de la inutilidad del hombre bajo Satanás. Ahora examina el versículo 22 de las palabras de nuestro Señor en Lucas 11:
Pero cuando viene uno más fuerte que él y lo vence, le quita todas las armas en que confiaba y reparte el botín. (Lucas 11:22)
¿Quién es aquel que es más fuerte? Es Jesús. Está hablando de sí mismo. Dice que cuando un hombre fuerte, completamente armado, guarda su palacio, sus posesiones están en paz, y nada se puede hacer contra él, y menos con todo las posesiones mismas. Pero cuando viene uno que es más fuerte, rompe el poder de ese hombre fuerte y libera sus esclavos. Aquí declara un segundo principio: La victoria de Cristo, hecha personal a un individuo por fe, rompe el poder de Satanás. He aquí las “buenas nuevas” del evangelio. Lo cantamos:
Quebranta el poder del mal,
al preso libra hoy;
Su sangre limpia al ser más vil;
¡Aleluya!, limpio estoy.
En el misterio de la cruz de Jesús, y en el poder de Su resurrección, aplicada por fe, nosotros hombres y mujeres, que hemos nacido en una sociedad que está bajo el control de la mente satánica, descubrimos que la fuerza que nos arruina está rota, su poderosa garra es soltada, y somos liberados. No hay ningún otro poder que pueda hacerlo. Es por esto que el evangelio cristiano es una cosa tan exclusiva. Es por eso que los cristianos son perfectamente justificados cuando dicen que no hay ninguna otra respuesta a los problemas del hombre; no hay ningún otro poder que pueda tocar el problema básico de la vida humana. Sólo hay Uno “que es más fuerte”, que ha venido al mundo y ha comprendido el poder de este espíritu de las tinieblas y ha roto su poder sobre la vida humana.
Cuántos hay a través de los siglos de la cristiandad, y también aquí esta mañana, que pueden dar testimonio de esto. No solo las prostitutas y los alcohólicos y los drogadictos, no solo aquellos que han sido agarrados por el poder de los malos hábitos, sino también aquellos que son mantenidos bajo el poder de las malas actitudes: el mal genio, la lujuria, el fariseísmo, la amargura y el orgullo. Las cadenas más fuertes no son aquellas alrededor del cuerpo, sino alrededor de la mente. Los escritores de las Escrituras dejan eso claro. Dicen: “entre los incrédulos, a quienes el dios de este mundo les cegó el entendimiento” (2 Corintios 4:4a). Ese gran documento sobre la libertad humana, la Epístola a los romanos, abre a ese nivel. Pablo sugiere que el mayor antagonismo en contra del evangelio no viene de los incultos, sino de los cultos, aquellos que, “pretendiendo ser sabios, se hicieron necios” (Romanos 1:22) y cambian la gloria de Dios por una mentira. La mente se vuelve ciega y el resultado es mentes en tinieblas, que son externamente cultas y respetables, pero están cegadas en estas áreas que tocan los problemas profundamente arraigados de la vida humana.
Ahora bien, el evangelio es que Jesucristo ha venido a liberar a los hombres. Juan dice que Jesús vino al mundo “para deshacer las obras del diablo” (1 Juan 3:8). No hay una explicación adecuada de Su venida aparte de eso. Pablo dice: “Él nos ha liberado del poder de las tinieblas y nos ha trasladado al reino de su amado Hijo”. Pablo mismo fue elegido como apóstol a los gentiles y, en esa dramática experiencia de conversión en el camino a Damasco, le dijo al Señor, a quien vio en la gloria: “¿Qué quieres que yo haga?” (Hechos 9:6). Jesús respondió: “Pero levántate y ponte sobre tus pies, porque para esto he aparecido a ti, para ponerte por ministro y testigo de las cosas que has visto y de aquellas en que me apareceré a ti, librándote de tu pueblo y de los gentiles, a quienes ahora te envío para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe que es en mí, perdón de pecados y herencia entre los santificados” (Hechos 26:16-18).
Para eso es el evangelio; no tiene ningún otro propósito. Si intentamos canalizarlo primero a áreas más pequeñas de la vida, tal como aplicarlo a las preocupaciones sociales, sólo revelamos cuán lejanamente hemos equivocado su propósito. El evangelio al final encontrará su camino ahí, ciertamente, pero primero debe hacer su primer impacto sobre este problema básico de la vida. La humanidad está en la sujeción de un poder sobre el cual no puede hacer nada. El único que nos puede liberar de esto es Jesucristo. Ya lo ha hecho en el misterio de Su cruz, y por medio del poder y la gloria de Su resurrección. Cuando un hombre o una mujer cree eso, y se compromete a sí mimo sobre esa base, descubre que todo esto se vuelve práctico y real en su experiencia. Esto es lo que llamamos conversión. Ese es el comienzo de la batalla.
¿Vosotros cristianos, alguna vez pensáis sobre vosotros mismos de esta forma? Dices: “Mis pecados han sido perdonados”, pero alguna vez continúas, diciendo: “He sido redimido del poder de las tinieblas, sacado del poder de Satanás al reino de Dios”. ¿Alguna vez piensas sobre ti mismo de esa forma? ¿O somos como aquellos que Pedro menciona?, quienes “habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados” (2 Pedro 1:9). Nuestro Señor revela un principio más en este pasaje en Lucas, versículo 23:
El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge, desparrama. (Lucas 11:23)
Está diciendo aquí que no hay ningún territorio neutral disponible, y ninguna simple declaración es suficiente. No hay un tercer grupo posible. Jesús dijo: “El que no es conmigo, contra mí es”. Siempre hay aquellos que dicen: “Entiendo algo del evangelio, y debo confesar que creo que hay mucho valor en la fe cristiana. Soy un amigo del cristianismo. Creo que tiene un gran impacto moral que traer a nuestro mundo, pero no tengo interés en personalmente aceptar a Cristo. Creo que me mantendré neutral”.
Jesús dice que esto es imposible. No hay ninguna neutralidad: “El que no es conmigo, contra mí es”. El que no ha recibido la redención forjada está todavía bajo el cautiverio y el control de los poderes de las tinieblas de Satanás. No hay excepciones. Es por eso que Cristo es la crisis de la historia. Habló de Sí mismo de esa forma, como el diferenciador de los hombres. Él está aquí, dividiendo la congregación. En esta audiencia, al observarla, solo hay dos grupos. Hay aquellos que están con Él, plenamente con Él, porque son Suyos ―le han recibido, le conocen, le aman, han participado de Su vida―, y hay aquellos que están en contra de Él: “El que no es conmigo, contra mí es”.
Pero ninguno de los dos puede decir, como algunos son tentados a decir: “Bueno, si ese es el caso, entonces quiero ser un cristiano, pero no sé qué pensar sobre todo este control interno. Estoy dispuesto a aceptar las formas externas. Estoy dispuesto a unirme a la iglesia. Estoy dispuesto a dar mi nombre a esto, unirme a la muchedumbre cristiana y hacer todas las cosas correctas, pero interiormente todavía creo en dirigir mi propia vida y manejar mis propios asuntos”. Jesús dice que no puedes hacer eso, tampoco: “El que conmigo no recoge, desparrama”. Hay una cosa que revelará si realmente estás con Él o en contra de Él, y eso es la influencia de tu vida. ¿Qué es eso?
Jesucristo ha venido al mundo para juntar a los hijos de Dios. Su fuerza, Su influencia en el mundo, es una influencia que junta, derrumbando las divisiones, atando los corazones juntos, reuniendo de nuevo a las familias, haciendo que la gente viva junta en armonía, derribando todas las barreras de raza, sanando heridas, trayendo a naciones juntas. Pero también hay una fuerza que desparrama, que divide. ¿Cuál es? Es el egocentrismo. Esta es la fuerza más divisiva conocida en la vida humana. Cuando los hombres se juntan, la cosa que les divide en grupos más pequeños es su preocupación establecida en sus propios asuntos. Son egocéntricos.
Por lo tanto, la gran pregunta de la vida es: ¿Cuál es básicamente el carácter de tu vida? ¿Es el egocentrismo, o es el darte a ti mismo? ¿Estás con Él o en contra de Él? ¿Estás recogiendo con Él en un ministerio sano e íntegro, o, cuando te unes a un grupo, una familia, una organización, una empresa o nación, eres un factor divisivo? ¿Separas a la gente? ¿Causas que se peleen los unos con los otros, que estén en desacuerdo unos con otros? ¿Y en tu propia familia? Dices que eres un cristiano. Muy bien. ¿Están tus hijos más atraídos a la fe a causa de ti? ¿O están alejándose de ella a causa de ti? Nuestro Señor aquí apunta directamente al núcleo de la vida. La vida del hombre es desnudada y juzgada finalmente en base a su relación con Él. La evidencia de esa relación es la influencia que ejercemos.
Voy a dejarlo ahí. La pregunta que cada uno debe hacerse a sí mismo: “¿Soy un vencedor o una víctima?”. Somos incapaces de hacer nada sobre esto nosotros mismos. Nada que podamos hacer en nosotros mismos puede cambiar esa situación. El hombre no es libre. No es capaz de llevar a cabo sus propias decisiones excepto en un área muy limitada, y es su ilusión de libertad la que le hace imaginar que es un ser libre, libre de ataduras. De acuerdo a la Biblia, el hombre está bajo un control intacto y absoluto de una fuerza malvada que, bastante aparte de su conocimiento, está controlando sus pensamientos y sus reacciones. Somos totalmente incapaces de hacer nada sobre esto hasta que ese poder sea roto por la aceptación de Aquel que ha venido a romper las obras del diablo.
De esto trata la comunión. El comer el pan y beber el vino, los cuales son los símbolos del cuerpo y la sangre de Jesucristo, y no ser liberado por el Hijo de Dios, es llevar a cabo un acto blasfemo. Pero si Cristo te ha liberado, entonces participar de la comunión es una experiencia reconfortante. Es recordar de nuevo esa redención que ha venido y ha roto las cadenas de Satanás, destruido el poder coercitivo, rasgado la oscuridad y dejado entrar la luz, haciendo así posible que seamos hombres y mujeres como Dios planeó que fuéramos. Si no has conocido esa redención puedes conocerla ahora. Quizás hayas tenido que decir: “Si lo que has dicho es cierto, entonces todavía soy un incrédulo. Todavía estoy bajo el poder de Satanás”. Entonces, el evangelio viene a ti ahora, y este es su mensaje: En un solo momento puedes pasar de la muerte a la vida. En un momento de compromiso, confiando en Cristo y Su obra, no confiando ya en nada que estés intentando hacer para hacerte lo bastante bueno, puedes decir: “Señor, heme aquí. Sálvame”. En ese momento pasas de la muerte a la vida. Eso es la conversión.
En el silencio de este momento puede que hayan muchos que quieran tomar la decisión, que dirán: “Señor, si esto es cierto, si esta es la razón por la cual la vida humana nunca puede progresar más allá de lo que lo ha hecho en todos estos siglos de lucha y tinieblas, entonces ya no quiero ser parte de eso. Quiero pasar de la muerte a la vida. Señor Jesús, sálvame”. Con esas palabras abrirás la puerta que le permite hacer Su obra salvadora.
Oración:
Padre nuestro, oramos para que muchos que han estado buscando las respuestas puedan, en este momento presente, pasar de las tinieblas a la luz, desde el poder de Satanás al reino de Dios, y sean liberados, puestos en libertad. Para nosotros, Señor, quienes ya hemos experimentado esto y conocemos algo de la realidad de este poder liberador en nuestra vida, oramos para que vengamos a esta mesa con corazones profundamente agradecidos. Pedimos que nunca nos olvidemos de que hemos sido liberados, que Jesús hizo esto por nosotros cuando no podíamos hacer nada por nosotros mismos. Que celebremos este banquete de amor con un corazón lleno de amor por Aquel que nos amó y que se dio a Sí mismo por nosotros. Oramos en Su nombre. Amén.