El apóstol Pablo nos ha estado pintando un cuadro en el capítulo 5 de 2ª de Corintios. Línea tras línea y pincelada tras pincelada, ha estado dibujando un retrato de la vida cristiana en medio de un mundo que muere. Hemos estado aprendiendo cómo debería ser un cristiano en un mundo como el nuestro hoy, el cual es comparable al mundo del primer siglo, lleno de desesperación, corrupción, engaño, desesperanza y oscuridad.
Como hemos visto a lo largo de este capítulo, un cristiano debe ser alguien en cuyos ojos haya una gran luz de esperanza al mirar al futuro, alguien que ha de saber que hay un “peso de gloria” esperándole, para el cual las presentes pruebas y dificultades le están preparando, y nos están preparando, como pone Pablo. Y ha de saber que esta “leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria” (2 Corintios 4:17). Así que un cristiano que vive hoy debería tener luz en sus ojos cuando mira al futuro; y debería tener fuego en su corazón, una pasión nacida de dos fuerzas motivadoras tremendas, las cuales ya hemos visto en este pasaje:
Primera, debería tener un gran respeto por el hecho de que no puede engañar a Dios; no puede esconder nada de Él. Ha de ser consciente de que un día todos los motivos ocultos, todos los secretos interiores de su corazón serán desvelados y manifestados ante el tribunal de Cristo, cuando veamos nuestra vida exactamente como fue, tal como Dios la vio. “Entonces conoceremos como somos conocidos”. El efecto de eso sobre el apóstol era motivarlo continuamente a vigilar lo que estaba haciendo, a ver si era correcto, y estar lleno de las actitudes y acciones correctas. “Conociendo, pues, el temor del Señor, persuadimos a los hombres” (2 Corintios 5:11a), dice. Un poco más tarde, en el mismo pasaje, tenemos el segundo motivo. Pablo dice: “El amor de Cristo nos constriñe” (2 Corintios 5:14a). Nos controla; nos saca de nuestros esquemas. La consciencia de que Cristo lo ama, lo ha perdonado y habita en él y lo valora, siempre lo sostiene y sustenta en medio de cualquier cosa por la que esté pasando. Nunca está solo. Eso es un tremendo poder que motiva al apóstol, tal como debería ser con nosotros.
La tercera cosa que Pablo ha dibujado aquí es el cambio de punto de vista que sobreviene a un cristiano. Dice: “Ya no miramos a la gente desde un punto de vista humano. No los juzgamos con criterios externos; no los valoramos porque sean ricos o influyentes o famosos. Los vemos a todos como hechos a la imagen de Dios, pero habiendo perdido la semejanza a Dios. No obstante, son susceptibles de ser restaurados a esa relación” (véase 2 Corintios 5:16). Cualquier vida, no importa cuan disoluta, perdida, vacía o solitaria sea, puede, por el toque de la vida divina, ser restaurada a la utilidad, gozo, paz y poder. Puede ser parte de una nueva creación que Dios está realizando.
Hemos de vivir así. Tenemos que tener eso en nuestro pensamiento cada día. Hemos de renovar nuestras mentes por el Espíritu de Dios, de modo que siempre miremos a la vida de esa forma, porque así es como es en realidad. Habiendo dicho eso, el apóstol procede a describir el ministerio que Dios nos ha dado. Estas palabras están entre las más notables de las Escrituras. Son una descripción de la obra más grandiosa, poderosa y efectiva que está realizándose en el mundo hoy. No me cabe duda al decir eso; sin embargo, es una descripción de vuestro ministerio y el mío, lo que Pablo llama “el ministerio de reconciliación”. Escuche estas palabras de 2ª de Corintios, capítulo 5, versículos 18 al 20:
Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación: Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogara por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios. (2 Corintios 5:18-20)
¡Qué ministerio tan tremendo es ese! ¡Qué apropiado es que lo estemos considerando durante estas Navidades, cuando celebramos de nuevo esa irrupción primera de nuestro Señor dentro del tiempo y el espacio, viniendo a reconciliar a los pecadores con Él! Necesitamos entender este “ministerio de reconciliación” muy cuidadosamente porque este es nuestro ministerio. Para hacer esto es para lo que nos ha llamado a cada uno de los que conocemos a Cristo. Para eso nos ha puesto en este mundo. Este no es meramente el ministerio de Pablo, o el de un apóstol, ni siquiera el de un pastor. Es nuestro ministerio. Fíjese cómo usa Pablo las palabras “nosotros” y “nos” por todo este pasaje. Él lo compartía con aquellos cristianos de esa época temprana en Corinto, y lo comparte con nosotros hoy. Eso es lo que Dios nos ha dado como tarea. Hay cinco cosas en este pasaje sobre las que me gustaría llamar su atención; fíjese primero que este ministerio viene a nosotros de Dios mismo; se origina en Él:
Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación: (2 Corintios 5:18)
Pues bien, si este ministerio viene de Dios, eso significa que usted y yo somos responsables ante Él de hacer esto. Cuando Pablo iba por todo el mundo romano, no tenía que contactar con los doce apóstoles en Jerusalén para obtener permiso para ir a otro país. Ellos no le dieron su encargo; lo hizo Dios. Él no les mandaba informes mensuales sobre como le iba. No tenía una junta de autoridad sobre él, ni nosotros tampoco la tenemos en este sentido.
Cuando viajo a través del país, en algunas iglesias encuentro que el pastor piensa que es su responsabilidad controlar todo lo que pasa, todos los ministerios de la gente, si es que tienen alguno. Ellos tienen que obtener permiso de él, o del consejo de la iglesia, para organizar reuniones en su casa. Bueno, es cierto que el conocimiento de cualquier ministerio que se desarrolle en casa debería ser compartido con el personal de una iglesia. Se les debería permitir ayudar, dar consejo, pero nadie es responsable de ese ministerio excepto Dios mismo.
Usted no tiene que tener permiso del pastor o los ancianos aquí en la iglesia Peninsula Bible Church para desarrollar un ministerio en su casa para alcanzar a sus vecinos. Esa es responsabilidad de usted ante Dios. Él le dio la casa; Él le puso en ese vecindario; Él le pidió que se acercara a los que le rodean. Él le ha dado el “ministerio de la reconciliación”, así que usted lo hace ante Él.
Eso es lo que importa. Todo empieza con Dios. Él nos envía; Él nos lo encargó, como se lo encargó a Pablo. Pablo deja claro que Dios nos reconcilia a nosotros primero, de modo que no vayamos con algo de lo que no sabemos nada. Vamos con lo que hemos experimentado nosotros mismos. Eso ayuda mucho. Ustedes son la mayor autoridad mundial en lo que les ha ocurrido. Nadie puede decirles otra cosa. Cuando usted va contando cómo Dios le ha reconciliado, sanado la ruptura, cómo Él cruzó el vacío entre usted y Él, y usted se encuentra ahora rodeado de Sus divinos brazos, sustentado por Su gracia divina, y perdonado por Su divino amor, entonces usted puede compartirlo con los demás. Ese es el “mensaje de reconciliación”. La segunda cosa a notar está en el versículo 19. Este es un ministerio poderoso que reconcilia al mundo:
Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. (2 Corintios 5:19)
Este es un mensaje que, sobre todos los demás, el mundo necesita saber. El problema con la gente en todas partes es que no tienen seguridad, ni sentimiento de aceptación, ni sentimiento de valía. El problema universal de nuestros días es el de la propia imagen. Todos tienen una pobre imagen de sí mismos. Incluso la gente pretenciosa, que intenta fingir que son autosuficientes, tienen ese problema. En el fondo de su corazón saben que es una tapadera; saben que realmente no se sienten así. A menudo están asustados y frustrados. Tienen que fingir que fueron capaces de manejarlo todo, pero, al final del día, saben que no es así.
La razón por la que la gente se siente así es porque siente una alienación, un alejamiento de Dios. Viven en un universo que obviamente saben que no les pertenece. Ellos no lo hicieron; ellos no lo gobiernan. El mundo entero funcionaba mucho antes de que usted y yo apareciéramos en él. La gente lo sabe; por tanto, se sienten incómodos. El distanciamiento y la alienación son el problema supremo de nuestros días. Cualquier siquiatra o sicólogo se lo dirá.
Bien, a ellos está dirigido este mensaje. Estamos perdidos, estamos alienados, estamos desconectados del Dios que lo gobierna todo. Así que este es un mensaje que da en el blanco de los corazones humanos en todas partes. No hay ninguna diferencia cualquiera qué sea el color de su piel, sus antecedentes, o cómo se crió. Usted puede decirle esto a un salvaje de la jungla; puede decírselo a un hombre de negocios en los mercados financieros de San Francisco o Wall Street; se lo puede decir a un artesano, un fontanero, un doctor, un abogado o quien sea. Todos necesitan esta noticia universal enviada al mundo. Note que hay dos caminos por los que llega:
Primero, la característica de este mensaje, si es realmente el mensaje correcto de Dios, será que no viene hablando del juicio de Dios sobre el pecado. Cuando me gradué en el seminario hace unos 30 años, vine aquí con la idea de que mi trabajo como predicador era hacer que los hombres tomaran conciencia de su pecado y hablarles del juicio de Dios sobre el mal. Fui formado en una generación teológica a quienes se les enseñaba que hay que asustar a la gente antes, para que se conviertan en cristianos; hacerles creer que van a ir al infierno, de modo que cuando vean las llamas ardiendo bajo ellos, cuando sientan que se les chamusca el pelo, entonces se arrepentirán de su maldad.
Entonces, empecé a enterarme por versículos como este. Vi cómo lo enfocaban los apóstoles y cómo el Señor mismo lo enfocaba, y ese no era el mensaje. (Eso es lo que en última instancia usted tiene que decir a alguna gente que rechace este mensaje de gracia, pero no se empieza por ahí). Este es un mensaje donde Dios está diciendo: “No necesitamos hablar de juicio. Ya me he encargado de eso”. Como Pablo pone aquí: “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados”.
Después de algunos años, aprendí que todo lo que tengo que hacer es ir a la gente, dando por sentado que ellos se duelen de sus pecados, del mismo modo que yo me dolía de los míos, y hablarles de un Dios que entiende eso, que quiere aliviarles de ese dolor y ha hecho algo al respecto. Por lo tanto, Él no estaba dispuesto a arrojarme al infierno; Él está abriendo Sus brazos e invitándome a allegarme a un Padre amoroso, para ser recuperado. Ese es el mensaje. Con esa palabra vamos.
Alguien me dijo, después del primer servicio esta mañana, que se sentía de la misma manera que yo me sentía en el pasado, con respecto a cuál era el mensaje del evangelio. Dijo que era como la canción “Viene Santa Claus a la ciudad”, la cual oímos tanto en esta época del año:
Él sabe cuando duermes,
él sabe cuando te despiertas,
él ve cuando eres bueno o malo,
así que, sé bueno, por el amor de Dios.
No, esa no es la manera en que Dios nos mira. Este mensaje es que Él ve nuestro dolor, nuestra soledad, nuestro vacío, nuestras luchas y ansias de ser algo diferente a lo que somos. Él ve nuestro sentimiento de frustración porque parece ser que no podemos aclararnos. Él viene con una palabra de liberación que dice: “Lo sé. Sé que no puedes lograrlo y he hecho algo al respecto. Me he encargado de todo el problema del pecado. Ahora hablemos solamente de una relación y de atraer a la gente para que venga”.
No lea esto como si quisiera decir que a Dios no le preocupa la maldad humana. Alguna gente lo lee de esa manera. Piensan que Dios es tan amoroso que no le importa si ellos pecan o no; Él simplemente lo olvidará todo, y usted podrá venir. Pero, no, esa no es la noticia del evangelio. Dios se toma el pecado muy en serio. Cualquiera que asuma que las “buenas noticias” son que a Dios no le importa el pecado ha malinterpretado las Escrituras totalmente. A Dios le importa muchísimo el pecado. Lo ve como una cosa muy dañina. La única cosa que dice este pasaje, y la sigue diciendo muy claramente (en el versículo 21), es que Dios ha hecho algo, a un coste tremendo, para quitar el problema del pecado. Le importa tanto que estuvo dispuesto a pagar ese coste.
La segunda manera en que funciona esto es que Dios envía personas para que sean reconciliadores. Nos envía a usted y a mí para ser pacificadores; nos ha confiado el mensaje de reconciliación. Por eso es por lo que Dios le ha puesto en el vecindario en el que vive, para que pueda ser una isla de luz, expandiéndose con el mensaje de reconciliación.
Ayuda saber que usted no tiene que ir a sus vecinos y amigos y decirles que todo lo que están haciendo está mal. La mayoría de ellos están viviendo vidas sucias que nos ofenden. No podemos evitar sentirlo así, pero algunas cosas que estamos haciendo les ofenden a ellos también. Tenemos que hacer frente a esa realidad. Vamos a ellos y les hablamos del hecho de que no somos diferentes. Nuestras vidas interiores y nuestros pensamientos son a menudo tan repugnantes como cualquier cosa que ellos hacen. Pero estamos tratando con un Dios que ha hecho algo al respecto, que entiende ese problema y que se encargará de nosotros con amor, gracia y perdón. Ese es un mensaje enteramente diferente. Es con esa palabra sanadora con la que Dios nos envía a todos los que nos rodean. Para eso estamos aquí, para que podamos ser mensajeros de reconciliación.
Así que Pablo continúa señalando, en el versículo 20, la tercera cosa sobre esto: Este mensaje requiere una aceptación voluntaria. No es verdad que todo el mundo está salvado automáticamente. Alguna gente hoy enseña que Dios en Cristo pagó la deuda del pecado, y, por tanto, todo el mundo es salvo; ellos no lo saben, pero lo descubrirán cuando mueran, porque de repente se despertarán en la gloria. Dirán: “No merecemos estar aquí”, y Dios dirá: “¡Sorpresa! Cristo pagó por tus pecados, y por eso estás aquí; todo el mundo lo consigue”. No, eso no es verdad. Mire lo que dice el versículo 20:
Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogara por medio de nosotros; os rogamos… (2 Corintios 5:20a)
En realidad, la palabra “os” no debería estar ahí. Pablo no se está dirigiendo a estos corintios; ellos ya estaban reconciliados. Él les está contando lo que predica a otros.
... os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios. (2 Corintios 5:20b)
No habría razón para esa clase de ruego suplicante de parte de Dios si fuera verdad que todo el mundo es automáticamente salvado por la muerte de Cristo. No hay salvación universal. Cuando usted recibe esta palabra y la acepta para sí mismo, al establecer una relación personal con el Señor Jesús, es cuando el beneficio de Su muerte se le aplica, y es usted salvo. Es cuando sus amigos y vecinos la reciben. Por eso es por lo que Dios nos envía como embajadores. Ya sabe cuánto salen en las noticias los embajadores y las embajadas. En los cinco últimos años tres embajadores americanos han sido brutalmente asesinados en el cumplimiento de su deber. Hoy día estamos agitados como nación por el hecho de que nuestra embajada en Teherán fue asediada y capturada con unos 50 rehenes. Esto ha precipitado quizás la mayor crisis mundial desde la crisis de los misiles cubanos. ¿Por qué enviamos embajadores? Pues, porque no siempre los países se relacionan muy bien unos con otros. Es necesario que las cosas se expliquen, que se aborden con diplomacia, precaución y cuidado. Eso es lo que un embajador tiene que hacer. Ha de ser un representante del gobierno, conduciéndose a sí mismo con tal cuidado y confianza que el mensaje que el gobierno busca transmitir sea dado de la manera menos dolorosa y ofensiva posible. Bueno, pues, eso es peligroso. Usted puede conseguir que le maten o le tomen cautivo como a un embajador de este mundo hoy.
Pablo se veía a sí mismo como esa clase de persona, como un embajador por Cristo, rogando en nombre de Cristo, como si Cristo mismo estuviera rogando a los hombres que se reconcilien con Dios, que acepten y se adhieran a este perdón que Dios estaba ofreciendo. “Rogamos”, dice, “suplicamos a los hombres. No les ordenamos que se salven. No los condenamos. Les rogamos que se vuelvan y respondan al amor de Dios”. No hay un cuadro más hermoso en la Biblia que este que dibuja Pablo de Dios y Su omnipotente poder. El Dios que puede hacer todas las cosas, que puede llevar a cabo Su voluntad, siempre que quiera, no obstante, viene y ruega a los hombres y mujeres culpables que se vuelvan y sean perdonados. Nada es más descriptivo de esto que aquellas palabras de Jesús cuando lloraba sobre la ciudad de Jerusalén: "¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, pero no quisiste!" (Mateo 23:37, Lucas 13:34).
Creo que lo que pasa a menudo con nosotros es que nos enfrentamos a la posibilidad de ser rechazados y nos da miedo. Sin embargo, si entendiéramos el mensaje con el que venimos, sería mucho más fácil. Hace años, cuando yo estaba en el seminario de Dallas, recuerdo que el doctor Lewis Sperry Chafer, el gran fundador del seminario, estaba un día ilustrando en clase este mensaje de reconciliación de un modo que jamás he olvidado.
Dijo que al principio cuando Dios creó al hombre en el jardín del Edén era así: puso sus manos juntas, con las palmas hacia adentro, el hombre y Dios cara a cara en perfecta asociación de uno con el otro. Luego vino la caída; el hombre le dio la espalda a Dios. El doctor Chafer le dio la vuelta a su mano dejando claro que el hombre se había dado la vuelta alejándose de Dios. Eso es lo que dice Isaías, ¿no es cierto?: “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros” (Isaías 53:6). Así que, como Dios es un Dios de justicia, Su justicia requería que Él respondiera. Él volvió Su espalda al hombre, y el hombre ha estado alienado de Él desde entonces. Pero en la obra de la cruz (y, por supuesto, esta estaba disponible para el hombre antes de que Cristo apareciese, porque la cruz es un acontecimiento eterno), Dios se reconcilia con el hombre. Se vuelve, de modo que su rostro encara al hombre otra vez, y ahora el mensaje se dirige a todos los hombres en todas partes: “Volveos ahora y reconciliaos con Dios”. Cuando eso ocurre se restaura la paz. Este es el mensaje de reconciliación. Hemos de ir a los hombres de todo lugar y decirles: “Reconciliaos con Dios”.
El cuarto aspecto de esto es que el resultado que se consigue es la “justicia de Dios”, la misma cosa que los hombres quieren obtener. Los hombres quieren estar bien con Dios. ¿Ha notado usted alguna vez lo sensibles que somos al hecho de que la gente piense que actuamos bien o no? Nada más que alguien le acusa, ¿qué es lo que empieza usted a hacer? Usted empieza a justificarse, ¿no es así? Y justificación es la palabra usada en la Biblia para justicia. Usted empieza diciendo: “Bueno, lo hice por tal cosa” o “Esto es lo que tenía en mente. Creo que era correcto que hiciera eso”. Anhelamos hacerlo bien. Todo el mundo lo anhela. Este es el gran mensaje que tenemos. Hay una manera de estar bien con Dios y se describe para nosotros aquí, en el versículo 21:
Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros seamos justicia de Dios en él. (2 Corintios 5:21)
Ese es uno de los versículos más gloriosos de la Biblia. Está describiendo, por supuesto, esa misteriosa transacción que tuvo lugar en la cruz cuando Jesús ―el que no conoció pecado, el único cuya vida fue vivida justamente, sin fallos, sin culpa, sin maldad, quien nunca hizo algo malo― fue sometido al sufrimiento por todos los pecados de usted, míos y de todo el mundo. Yo no lo entiendo. “Él tomó nuestro lugar”, dice, y Dios estuvo de acuerdo. Fue algo que planearon entre ellos. Dios envió a Su Hijo al mundo a hacer eso mismo, y lo hizo en la cruz, para convertirse en pecado por nosotros.
Lo que eso significó para Él, ninguno de nosotros podemos imaginarlo realmente. Hace años cuando yo era un cristiano reciente, recuerdo una canción que se cantaba en las iglesias con frecuencia en aquellos días, basada en la parábola de la oveja perdida a la que el pastor fue a buscar. Un verso en particular se me quedó clavado en la mente desde entonces:
Ningún rescatado comprendió
lo profundo del agua que cruzó,
ni lo oscuro de la noche que el Señor pasó,
hasta encontrar la oveja que, perdida, se halló.
No, nunca lo entenderemos. Jamás sabremos cuánta agonía de mente y corazón y espíritu le aplastaba, ni cómo los oscuros terrores del infierno cayeron sobre Su alma allí en la cruz.
Sabemos que Dios no se toma el pecado a la ligera, que hay que hacer algo para solucionar el problema de nuestra maldad. Pero ya ha sido hecho. Eso es lo importante. Dios ha solucionado el problema de todos nuestros pecados, cada uno de ellos, poniéndolos sobre Su Hijo. Él ha pagado completamente la pena que la justicia exige, de modo que, cuando llegamos a Dios, Él no cede transigiendo cuando es bueno con nosotros; su justicia ha sido satisfecha. Por tanto, Su amor está desatado y libre para manifestarse a nosotros. Él nos acepta en amor y nos da, según este versículo, la justicia de Cristo mismo. Yo no lo entiendo tampoco, pero lo creo. Eso me da un maravilloso sentimiento de aceptación y de ser amado. Pues bien, no lo lea equivocadamente. Dice: “para que nosotros seamos justicia de Dios en él”. Conozco a un montón de cristianos que lo leen como si significara: “Eso me da la oportunidad de empezar a intentar portarme bien. Si trabajo duro durante toda mi vida cristiana para ser una buena persona, entonces finalmente llegaré a ser justicia de Dios”.
No, no dice eso en absoluto. No es algo que usted vaya a llegar a ser según como se porte. Es algo que usted es ahora mismo. Usted empieza su vida cristiana sobre esa base. ¡Usted ya tiene, instantáneamente, cuando cree en Jesús, la justicia de Cristo! Usted es justo, está perdonado, está restaurado. Esa es la manera en que Dios nos trata. A causa de tener ya esa justicia, no tenemos que ganárnosla. Es nuestro deleite, entonces, empezar a comportarnos justamente y empezar a ser justos, porque lo somos. Espero que entiendan eso, porque esas son las “buenas noticias”. No son buenas noticias llegar a alguien y decirle: “Cristo ha perdonado sus pecados hasta ahora, pero de ahora en adelante será mejor que vigile, porque tendrá que pagar por todos los demás”. No, no, eso no es el evangelio. Las “buenas noticias” son que todos son perdonados, durante toda su vida, incluso aquellos que todavía ni siquiera ha cometido.
Dios sabe de sus luchas. Se ha encargado de eso. Nunca va a echarse atrás y jamás va a actuar de manera diferente hacia usted. Porque ese problema está solventado, Él puede acompañarle y ayudarle a aprender cómo actuar con justicia sobre esa base. Y lo hará, dándole ánimo, perdonándole, restaurándole, fortaleciéndole y quedándose a su lado hasta que la vida termine. Esto es lo esplendoroso. Aquí nos enteramos de cómo un Dios de justicia puede llegar a alguien duro, sin amor, autocomplaciente, egoísta, hiriente y dañino pecador, como usted y como yo, y no tener en cuenta sus transgresiones contra él. Esa es la manera en que lo hace, porque “el que no conoció pecado fue hecho pecado por nosotros, para que pudiéramos ser hechos justicia de Dios en él”. La noticia final en esta sección (ignore la desorientadora división de los capítulos aquí) se dirige a los creyentes de Corinto:
Así, pues, nosotros, como colaboradores suyos, [este es un mensaje ahora de Dios a través de Pablo] os exhortamos también a que no recibáis en vano la gracia de Dios, porque dice:
En tiempo aceptable te he oído,.
y en día de salvación te he socorridoAhora es el tiempo aceptable; ahora es el día de salvación. (2 Corintios 6:1-2)
No acepte la gracia de Dios en vano, dice Pablo. ¿Qué quiere decir con eso? ¿Es posible “aceptar la gracia de Dios en vano”? La “gracia de Dios” es un término general que cubre todo lo que Dios ha hecho por nosotros en Cristo. Significa ser reconciliados con Dios. Así que Pablo está diciendo esto a gente que ya está reconciliada: “Bueno, no deje que eso sea en vano, vacío, sin valor en su vida”. “¡Vaya!”, dice usted, “¿Significa eso que pueden perder la salvación después de obtenerla?”. No, Pablo no está diciendo eso para nada. Eso está contestado claramente en otros pasajes. Lo que está diciendo aquí es que, cuando usted recibió a Cristo, Él vino a habitar en usted para hacer dos cosas básicas: una, mostrarle la diferencia entre el bien y el mal. (Hay un montón de cosas que usted piensa que están bien y en realidad están mal, y algunas de las cosas que usted piensa que están mal en realidad están bien. Cristo ha venido a mostrarle la diferencia.) Segunda, para darle el poder de hacer lo bueno y rechazar lo malo.
Para eso es para lo que ha venido, y Su intención es que usted lo ponga en práctica en cada área de su vida. Si hay algún área donde usted no le escucha, donde no le hace caso, y no aplica o extrae de él la fuerza que necesita para actuar, entonces en esa área, usted tiene a Cristo, pero es como si no lo tuviera. No le aprovecha de nada. En esa área de su vida usted ha recibido “la gracia de Dios en vano”. Ahora, Dios le ayudará, está obrando para cambiar eso, pero mientras usted no esté de acuerdo, “de nada os aprovechará Cristo” (Gálatas 5:2), tal como dice Pablo a los gálatas.
Así que, ¿cuándo hace usted esto? Bien, eso es lo segundo que dice. Hay sólo una palabra en el reloj de Dios, que es “ahora”. “Ahora es el tiempo aceptable”. “Ahora es el día de salvación”. ¿Cuándo va usted a empezar a actuar con amor hacia la gente con la que vive? “Bueno”, dice usted, “he estado planeando hacerlo después de empezar el año. Voy a hacer un propósito para Año Nuevo”. “No”, dice Dios, “ahora es el tiempo aceptable”. El tiempo del diablo es siempre mañana. Por eso nunca nos ponemos a ello. El tiempo de Dios ese siempre hoy, ahora. ¿Cuándo va usted a acercarse a sus vecinos y hacerse amigo de ellos, para poder tener la oportunidad de compartir con ellos el cambio en su propia vida y corazón? Este es el único tiempo que tiene. Usted no tiene el ayer; ya pasó. Puede que no tenga el mañana. Lo que tiene es el ahora; por tanto, la Palabra de Dios siempre se dirige a nosotros de este modo existencial. Si usted va a actuar y ve algo que tiene que hacerse, hágalo ahora. No espere. Empiece a vivir ahora. Entre en la vida ahora. Ese es el tiempo de Dios. Nada más servirá. Así que, al contemplar Pablo este gran mensaje de súplica de Dios, acercándose a un mundo moribundo y desesperado con una cura para sus problemas, rogándole al hombre, Pablo nos ve involucrados en ese proceso con Él. Y su llamamiento a nosotros es: “No esperen. Háganlo ahora”.