¿Qué razón hay para vivir? Esa es una cuestión que embarga a muchos corazones, tanto cristianos como no cristianos. Estos son tiempos de crisis. Lo sentimos muy fuertemente en esta hora presente. Muchos están turbados por el aspecto sombrío del futuro. La tasa de suicidios entre los adolescentes se está disparando y la desesperación se extiende. Así que, muchos preguntan: “¿Qué razón hay para vivir?”. Hay una respuesta maravillosa provista por este pasaje de Segunda de Corintios 5, la cual estudiaremos hoy. Espero que ayude a muchos.
Esta semana estuve en una conferencia al sur de California, donde escuché la primera noche un mensaje muy penetrante y perspicaz del doctor Charles Malik, un espléndido hombre de estado cristiano de Líbano, quien una vez fue presidente de la asamblea general de las Naciones Unidas. Él hizo un análisis muy incisivo de dónde nos encontramos en el mundo hoy y los factores que hay detrás de la crisis en la que vivimos. Nos dio doce puntos importantes, porque él creía que el mundo occidental no estaba suficientemente concienciado de los eventos tan peligrosos e importantes que se acercan sigilosamente hacia nosotros.
Conforme desarrollaba estos puntos, uno podía ver cómo, creciendo por todos lados, aparecen presiones y peligro para nuestra vida nacional, así como para nosotros como individuos. Cuando terminó, como creo que a menudo ocurre en estos tiempos de mirar sólo a las cosas que se pueden ver, nos dejó con una gran sensación de desesperanza por haber ido demasiado lejos y porque no hay mucho que podamos hacer al respecto. La desesperanza de nuestro tiempo y época quizás nunca ha sido descrita más elocuentemente que por ese hombre, tan elocuente que es, Malcolm Muggeridge, hablando en la institución Hoover, aquí en Stanford, no hace mucho. Él resumió el fin de la civilización occidental con estas palabras:
La conclusión final podría ser que, mientras otras civilizaciones han sido derribadas por ataques de los bárbaros desde fuera, la nuestra tiene la particular diferencia de que entrena a sus propios destructores, proveyéndoles con facilidades para propagar su ideología destructiva a lo ancho y lo largo, todo a costa del gasto público. Así el hombre occidental ha decidido abolirse a sí mismo, creando su propio aburrimiento que nace de su propia riqueza, su propia vulnerabilidad que nace de su propia fuerza, su propia impotencia nacida de su propia erotomanía, tocando él mismo la trompeta que echa abajo las murallas de su propia ciudad. Y, habiéndose convencido a sí mismo de ser demasiado numeroso, trabajó con píldoras, escalpelo y jeringa para ser menos, hasta que, por fin, habiéndose formado a sí mismo en la imbecilidad, y contaminado y drogado hasta la estupefacción, le dio un patatús y, gastado y maltrecho como un brontosaurio viejo, llegó a la extinción.
El mundo del siglo primero tenía un aspecto igualmente lúgubre, y no había más motivos para la esperanza en tiempo de los apóstoles de los que hay en nuestros propios tiempos. Pero, cuando usted se vuelve a las páginas del Nuevo Testamento, nunca ve una reacción de desesperación. Hay un grito de triunfo y esperanza recorriendo todas estas páginas, aunque sus circunstancias no parecían más esperanzadoras que las nuestras.
Fíjese cómo lo expresa Pablo al introducir este pasaje para nosotros. Versículo 6: “Así que vivimos confiados siempre”; luego, otra vez, en el versículo 8: “Pero estamos confiados”. Esa nota ha sonado una y otra vez por todo este pasaje. En el versículo 1 del capítulo 4, dice: “teniendo nosotros este ministerio según la misericordia que hemos recibido, no desmayamos”; y, en el versículo 16 del capítulo 4, dice: “Por tanto, no desmayamos”.
La clave, por supuesto, son las palabras “por tanto”. Por lo que ha estado diciendo, vivimos confiados, dice, no desmayamos. “Por tanto”; ¿qué significa eso? Bien, por toda la narración ha estado hablando del poder, la actividad y la disponibilidad de Dios. Esa es la base de la esperanza cristiana. Esa es la respuesta a la desesperación que nos inunda, el hecho de que Dios va a hacer algo, está haciendo algo, y se puede contar con Él para actuar. Ahí es donde debe surgir la renovación de la esperanza en un individuo. Dios va a actuar en ambos aspectos, en el futuro más allá de la muerte, y va a actuar y está actuando en el presente, justo en medio de las amenazas y los peligros de la vida como la conocemos. En este pasaje, en el capítulo 5, versículos 6 al 17, el apóstol ve tres efectos muy prácticos y útiles para nosotros de nuestra relación con Dios. El primero ya ha sido declarado: “Tenemos confianza”. Teniendo esta relación, conociendo a esta clase de Dios, viviendo en medio de esta clase de vida, por consiguiente, estamos confiados. Él ve dos razones para ello:
Así que vivimos confiados siempre, y sabiendo que entre tanto que estamos en el cuerpo, estamos ausentes del Señor (porque por fe andamos, no por vista). Pero, estamos confiados, y más aún queremos estar ausentes del cuerpo y presentes al Señor. (2 Corintios 5:6-8)
La primera razón es que estamos en contacto con el Señor por fe, no por vista. No lo vemos; Él no viene y se sienta a nuestro lado y nos habla y pone su brazo alrededor de nuestros hombros y nos anima, pero, sin embargo, tenemos Su presencia con nosotros. Esa es siempre la primera gran razón para un valor y fuerza renovados. Jamás habrá circunstancia por la que pasemos que signifique que estamos abandonados y dejados a nuestros propios recursos.
El Señor mismo lo expresó de esta manera a los discípulos en el aposento alto. Ese fue un momento de turbación; sus vidas estaban en peligro; pero Él dijo: “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí" (Juan 14:1). Y un poco más tarde: “No os dejaré huérfanos; volveré a vosotros (Juan 14:18). Por el Espíritu estaré allí, y mi presencia irá con vosotros”. Él ha prometido: “Y yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:20b). Espero que, como cristianos, nunca olvidemos esta promesa. Eso es real y vital. Eso nos sostendrá y nos alentará, no importa cuál pueda ser nuestra situación. No estamos solos. Él está con nosotros. Caminamos por fe, no por vista. Tenemos una provisión plena de amor, paz y gozo para mantenernos en medio de cualquier cosa. ¿No es esa una razón suficiente para decir: “Así que vivimos confiados siempre”?
Pablo ve otra razón. Dice que preferiría estar lejos del cuerpo y en casa con el Señor. Está mirando adelante, hacia el futuro, y resumiendo lo que vimos en los primeros cinco versículos de este capítulo, al gran peso de gloria que nos está esperando, para el cual las presentes circunstancias y pruebas nos están preparando. Está mirando hacia adelante. Esta es siempre una característica de los cristianos que entienden el mensaje del cristianismo. Son como niños que esperan con anhelo la Navidad. No miran hacia atrás a la fiesta de Halloween, ni siquiera a la de Acción de Gracias, sino hacia adelante, a la Navidad. Eso es lo que está por venir a nosotros, y el gozo de ello despiertan expectación y un sentimiento de emoción esperanzada. Eso es lo que Pablo dice que nos da valor en nuestros esfuerzos hoy. Tal como lo expresa en Romanos 8: “Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos” (Romanos 8:25). Esperamos con anhelo estar “en casa” con el Señor.
Me encanta esa expresión. Fíjese cómo lo dice aquí. La palabra se usa en ambos sentidos: para nuestra vida en el cuerpo y para nuestra venidera presencia con el Señor. Ambas se dice que son una experiencia como de estar “en casa”. ¿Qué quiere decir con eso? Bueno, usted se siente “en casa” en su cuerpo ahora mismo, ¿no? Usted no se siente extraño en él. No se siente forzado en él. Se siente relajado. Se sentiría muy tenso y forzado si no tuviera su cuerpo. Usted se siente en casa en él. Eso es lo que significa. Ahora, usando el mismo lenguaje, el apóstol dice que, cuando usted deje este cuerpo terrestre y le sea dado el cuerpo de gloria que le está esperando, usted estará como en casa también. No será una experiencia de tensión o diferencia, sino natural. De hecho, más adelante en esta carta, en el capítulo 12, él habla de ser arrebatado al tercer cielo, ante la presencia de Dios. Él dice: “si en el cuerpo, o fuera del cuerpo, no lo sé” (2 Corintios 12:3b). “No sabría decirlo. Me sentía tan en casa que no había ninguna diferencia”.
Eso es darnos ánimo para que no tengamos miedo, porque aquello a lo que nos dirigimos no es algo temible ni terriblemente diferente. Estaremos en casa con el Señor, en Su misma presencia, no viéndolo ya sólo con el Espíritu interior, sino cara a cara. Si es verdad que, como Pedro expresa: “Vosotros, que lo amáis sin haberlo visto” (1 Pedro 1:8a). ¿Cuánto más será verdad cuando lo veamos cara a cara? Así que, se nos da valor para pasar las dificultades de estos días y estar confiados, porque nos dirigimos hacia la luz en lugar de las tinieblas. Ese es el primer resultado. Entonces el apóstol ve otro efecto de nuestra fe en los siguientes versículos. Lo dice muy claramente en el versículo 9:
Por tanto, procuramos también, o ausentes o presentes, serle agradables. (2 Corintios 5:9)
Note lo que quiere decir eso: “presentes” (eso significa con el Señor, porque a eso es a lo último que se ha referido), o “ausentes” (lejos del Señor, aquí en el cuerpo); de cualquier modo, el propósito y meta de nuestras vidas es agradar a Dios. Ese es un principio eterno. Eso es algo que no va a cambiar cuando dejemos esta tierra. La única y auténtica razón que tenemos para estar aquí en la tierra es complacer a Dios, ser una delicia para Él, dar alegría a Su corazón, cuando nos mira y trabaja con nosotros. Así como nuestros hijos nos agradan a menudo, así hemos de agradar al Señor. Ese es el único propósito de vivir, y eso es lo que Pablo está diciendo aquí. Hay dos maneras en que eso se manifiesta. Pablo trata de ellas con mucha precisión: Primero, en el área de nuestros motivos. En esta, saca toda la cuestión del “tribunal de Cristo” y, en conexión con el agradar a Dios, dice:
porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo. (2 Corintios 5:10)
Este es un concepto muy frecuentemente temido y malentendido por mucha gente. El apóstol habla de un “tribunal de Cristo”, y eso siempre causa terror en nuestros corazones. Mucha gente, me temo, identifica esto con esa solemne e impresionante escena del capítulo 20 del Apocalipsis, donde todos los muertos, pequeños y grandes, están de pie delante del “gran trono blanco” de Dios. En un imponente momento del juicio, “los libros fueron abiertos” (Apocalipsis 20:12b); dice que las vidas son revisadas y los destinos eternos establecidos. Es una escena terriblemente impresionante, y muchos piensan que es a esto a lo que se refiere.
Pero, si usted lo lee de esa manera, ha errado totalmente el sentido de la Escritura. Este no es un juicio para establecer el destino. Esto es una evaluación personal dada a cada individuo por el mismo Señor de cómo ha sido su vida realmente. Sería como si usted y el Señor caminaran juntos por todas las escenas pasadas de su vida, y Él le señalara la auténtica naturaleza de lo que usted hizo y dijo, y lo que había detrás de todo eso.
La característica primaria del “tribunal” es que es un tiempo en el que se nos revela lo que ha estado escondido en el silencio, en los rincones interiores de nuestros propios corazones. Y no es sólo una revelación a nosotros, sino también a los demás. De hecho, la palabra que se usa aquí es una muy interesante. Dice: “que todos... comparezcamos”. Literalmente, “todos seremos puestos de manifiesto”; “seremos desvelados”, en cierto sentido, ante el tribunal de Cristo, a los ojos de todo el mundo. De eso se trata. Este es el momento del que Jesús hablaba cuando dijo: “Lo que habéis hablado al oído en los aposentos, se proclamará en las azoteas”. Y se describe para nosotros en la primera carta a los corintios, capítulo 4, donde Pablo dice: “Así que no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual aclarará también lo oculto de las tinieblas y manifestará las intenciones de los corazones” (1 Corintios 4:5). De eso está hablando.
Lo que a Dios le importa no es tanto cuánto hacemos, como solemos pensar, sino por qué lo hacemos. Hay, por supuesto, algunas cosas que no hemos de hacer y que le molestarían si las hiciésemos. Hay ciertas áreas bien delineadas de pecado que son siempre pecado. Se mencionan en todas partes de la Escritura: asesinato, adulterio, mentira, robo, etc. Estas están invariablemente mal, y hacerlas significa desagradar al Señor.
Pero también hay multitud de cosas que aparentemente están bien y que usted puede hacer y, aun así, no agradar al Señor. Si la razón por las que usted las hace es ganar gloria o fama para usted mismo, o saldar cuentas con alguien, o para establecer algún afecto inapropiado y equivocado, que Dios no aprueba, entonces están mal. Su motivación es importante. Y más que eso, como hemos estado aprendiendo de este pasaje, con lo que usted cuente, sus recursos, es algo importante para Dios. ¿Con qué cuenta usted para tener éxito?, ¿con su habilidad, su educación, su formación, su historial, algo que venga de usted? ¿O cuenta usted con que Dios habita en usted para hacer el trabajo y llevarlo al éxito a Sus ojos y no a los ojos de los hombres? Eso es lo que agrada a Dios.
En Hebreos hay un versículo que nos dice eso: “Pero sin fe es imposible agradar a Dios” (Hebreos 11:6a). La fe debe estar presente en lo que hacemos o, no importa lo que hagamos, no le agradaremos. Pablo lo entiende; por lo tanto, quiere que ese momento de revelación ante el tribunal de Cristo no sea un momento que traiga vergüenza sobre él, o un momento de encarar las cosas que rehusó encarar en la vida, sino un momento de gozo. El Señor tendrá la alegría de mostrarle muchas cosas que él pensaba que eran fracasos y que, en realidad, eran éxitos, y cosas que hizo, de las que nadie oyó hablar, que serán sacadas a la luz y expuestas vívidamente ante los demás.
Así que es un tiempo de revelación, pero es también un tiempo de evaluación, cuando nos enteraremos por primera vez de quién tenía razón y qué actitudes deberíamos haber tenido o no. Es un tiempo útil para ver la verdad sobre nosotros mismos. Si eso le asusta, quiero decirle esto: Hay algo que usted puede hacer al respecto. Se encuentra en Primera de Corintios 11, donde Pablo dice: “Si, pues, nos examináramos a nosotros mismos, no seríamos juzgados” (1 Corintios 11:31). De eso es de lo que está hablando. El tribunal de Cristo en cierto sentido ha empezado ya. Eso es lo que el Señor hace conmigo todo el tiempo. ¿Lo hace con usted? Él está siempre, por Su Espíritu, señalándome que tuve una mala actitud o una motivación errónea al hacer algo. A veces, Él me señala un motivo correcto y me confirma que estaba haciendo lo correcto, con la actitud correcta, y, tanto si la gente lo acepta como si no, Él lo entendió. Así es cómo funciona el tribunal de Cristo. Si nos permitiéramos a nosotros mismos encarar la verdad de esa manera ahora, no la tendremos que encarar en el tribunal de Cristo. No será sacada allí, porque ya habrá sido aclarada.
Por eso es tan importante que, al crecer como cristianos, permitamos al Señor que nos haga ver cómo somos en realidad. No deberíamos resistirnos y rehusar reconocer que Él tiene razón acerca de las cosas. La marca del progreso espiritual es siempre la creciente toma de conciencia que adquirimos de todas las posibilidades y el potencial para el mal que habita en nuestros corazones. Ese ha sido mi caso. Encuentro que cuanto más viejo me hago más consciente soy de lo equivocado que he estado, de a cuánta gente he herido sin querer, y tengo una conciencia creciente del control que el mal ha tenido sobre mí en mi vida y en mis relaciones. Con todo, eso no me hace desesperar, porque sé que Dios lo ha visto todo desde el principio. Él se ha encargado de ello y lo ha dejado de lado. Esa no es la base de mi relación con Él en absoluto. Él me ha dado el regalo de la justificación. Él me ama. Le gusto. Esa es mi relación con Él. Pues bien, todo eso es verdad ante el tribunal de Cristo también. Será un tiempo de revelación, de evaluación, pero también un tiempo de aliento, donde veremos y aprenderemos el valor real de muchas cosas que pensábamos que nadie sabía y que nosotros mismos a menudo no entendíamos.
En la conferencia que mencioné, yo estaba con un pastor de San Antonio, Texas, que me contó del tiempo en que el huracán Beulah devastó todo el sur de Texas. Miles de personas se vieron forzadas a salir de sus hogares, y las iglesias se abrieron para darles refugio. En esta ciudad fuertemente católica, cientos de las personas que la iglesia bautista de este pastor alojó, eran católicas. Se les dio comida y refugio durante unos siete días; la gente de la iglesia hizo comidas para alimentarlos; se les permitió dormir en los bancos de la iglesia, y se organizaron actividades recreativas, servicios de adoración, etc. Al final, me dijo, el obispo católico, un hombre piadoso, vino a darle las gracias. Han sido amigos durante algunos años, y este hombre le dijo: “Quiero dar las gracias a su gente por lo que han hecho por mi gente. Sé que probablemente no significa mucho para usted oírme decir eso porque sólo soy un hombre, pero uno de estos días usted va a comparecer ante el Señor mismo. Él le mirará con esos hermosos ojos que tiene y dirá: ꞌBuckner, cuando acogiste a esos refugiados, eso fue hacer una cosa maravillosa, y quiero darte las gracias por elloꞌ. Entonces eso significará algo para usted”.
Es verdad, ¿no es así? El tribunal de Cristo no está ahí sólo para una evaluación sincera y para comprender la necesidad de tener motivaciones correctas en lo que hacemos y una correcta dependencia de los recursos, sino que también será un tiempo de recibir aliento: “Entonces, cada uno recibirá su alabanza de Dios” (1 Corintios 4:5b). En este punto mucha gente pregunta: “Bueno, ¿qué pasa con las recompensas? Eso me interesa”. Déjeme decirle algo. Yo he tenido que repasar y revisar algunas de mis ideas en este sentido. Cuando era un cristiano joven en crecimiento, me enseñaron que todas esas coronas, la corona de la vida, la corona de la justicia, la corona de gloria, etc., que se mencionan en las Escrituras, son la recompensa que usted obtiene en el tribunal, si es que acaso merece alguna recompensa. Pero he llegado a comprender que eso no es verdad. Una corona es un símbolo, básicamente, del regalo de Dios para nosotros, que es la vida eterna. La vida en sus variadas capacidades, énfasis y aspectos está simbolizada por coronas, las cuales siempre son regalos en las Escrituras. Usted nunca gana una corona de gloria, ni una corona de vida. Usted no puede ganarse la corona de justicia. La justicia es un regalo que ninguno de nosotros puede ganar. Son símbolos, por tanto, del regalo de vida eterna que Dios nos da gratuitamente en Jesucristo nuestro Señor.
Bueno, entonces, ¿qué es lo que usted puede ganar o perder en el tribunal de Cristo? La respuesta es: la oportunidad de exponer la naturaleza de la vida que se le ha dado. El grado en el que usted puede poner de manifiesto eso, es lo que estamos determinando con nuestra fidelidad aquí, el grado en el que puede demostrar la gloria de Dios, la oportunidad que se le dará de manifestarla. Eso difiere según cada persona. En la parábola de los talentos, Jesús dijo que a algunos que usaron sus talentos, que aprovecharon las oportunidades, que fueron fieles en su dependencia de Dios y con motivaciones correctas, se les daría autoridad sobre cinco ciudades, y a otros, sobre diez. ¿Qué significa eso? Significa que se les darán oportunidades aun mayores, una mayor área de manifestación de la naturaleza de la vida y la gloria de Dios que han recibido como regalo.
Eso es lo que Pablo quiere decir cuando habla de “correr la carrera” (1 Corintios 9:24) y “prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3:14). Él está preocupado, dice, de modo que golpea su cuerpo, “y lo pongo en servidumbre, no sea que, habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado” (1 Corintios 9:27b). Es lo que dice en Primera de Corintios 3:13: “la obra de cada uno se hará manifiesta”, de dónde viene, cuál es el motivo que hay detrás, y de qué recursos dependía. Entonces, si un hombre tiene éxito, “él recibirá recompensa” (1 Corintios 3:14b), una gran oportunidad de mostrar esa vida, o, “él sufrirá pérdida” (1 Corintios 3:15b). No tendrá esa oportunidad. Eso es lo que el tribunal de Cristo determina. En relación a eso, Pablo sigue diciendo, no sólo hemos de llevar vidas que agraden a Dios en nuestras motivaciones, sino también en nuestras acciones fieles, pues dice:
Conociendo, pues, el temor del Señor, persuadimos a los hombres; pero a Dios le es manifiesto lo que somos, y espero que también lo sea a vuestras conciencias. No nos recomendamos, pues, otra vez a vosotros, sino os damos ocasión de gloriaros por nosotros, para que tengáis con qué responder a los que se glorían en las apariencias y no en el corazón. Si estamos locos, es para Dios; y si somos cuerdos, es para vosotros. (2 Corintios 5:11-13)
¿Qué está diciendo aquí? Mirando a su propia vida, él dice: “Encuentro una tremenda motivación al saber que todos los motivos ocultos de mis acciones van a salir a relucir ante todo el mundo”. Él le llama a eso “el temor del Señor”. No el temor del Señor en el sentido de temblar ante Dios, sino de respeto por Dios, el conocimiento de que Dios es el Dios de la verdad, y que nadie puede rebajar eso; nadie puede escapar de ver la verdad acerca de sí mismo. Y usted no puede implorar a Dios escapar de esta circunstancia. Él no hace acepción de personas. Sabiendo esto de Dios, Pablo dice: “Me motiva para ser sincero y fiel en el trabajo que me ha encomendado hacer, el de persuadir a los hombres”.
No lea esto como si Pablo estuviera diciendo: “Voy por ahí predicando fuego del infierno y condenación, para que la gente venga a Cristo”. Eso no es lo que quiere decir con el “temor del Señor”. Es en su propia vida donde está enfrentándose a eso. Está diciendo: “Sabiendo que Dios se portará sincera, honrada y fielmente y, sin embargo, amorosamente conmigo, quiero que cada momento de mi vida cuente; no quiero desperdiciar mi vida. No quiero pasarla fingiendo que soy algo que no soy. Quiero ser sincero y abierto y genuino en todo lo que digo y hago”. Por eso es por lo que dice: “a Dios le es manifiesto lo que somos, y espero que también lo sea a vuestras conciencias”.
“Es más”, dice Pablo, “mis acciones están motivadas por el deseo de contestar a mis críticos. Hago esto para que podáis tener una respuesta que dar a aquellos que están criticándome”. Entonces, hace una lista de algunas de las cosas que estaban diciendo. Algunos de ellos decían: “Oh, ya conoces a Pablo. Está loco. Está chalado”. Probablemente se referían a su narración de su conversión en el camino de Damasco, cuando la luz brilló de repente y vio al Señor. Él contaba esta historia en todas partes, y al oírla la gente diría: “Es un soñador. Está chalado”. Pablo dice: “Si estoy loco, recordad que es por Dios. Yo lo veo y, haga lo que haga, lo hago por Él. O si me comporto normalmente”, dice, “incluso eso es por vosotros, porque es lo que Dios me ha enseñado”. Así que su preocupación es que sus acciones sean fieles y honestas y abiertas, y por los motivos apropiados, y por usar las oportunidades que tiene mientras tenga tiempo. Luego, la última cosa que ve aquí es el vivir la vida por los demás, motivado por el amor:
El amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que, si uno murió por todos, luego todos murieron; y él por todos murió, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos. (2 Corintios 5:14-15)
Aquí está otra vez el segundo gran motivo en la vida del apóstol: “El amor de Cristo nos constriñe”. En realidad, es una palabra que significa “nos controla”, nos saca de nuestros esquemas, nos motiva y luego nos guía hasta después de llegar allí; eso marca los límites de lo que deberíamos y no deberíamos hacer. Eso, dice, viene del sentimiento de que Dios le ama.
Quiero decirles que no sé de nada más grande y poderoso como factor motivante que eso. Algunas veces me aterroriza lo que Dios puede hacerme si no me comporto. Eso me motiva algunas veces. Es una motivación inferior, pero ahí está. Pero lo que me empujará, cuando nada más lo haría, es la continua experiencia del amor de Cristo por mí, una renovación de espíritu que obtengo de la consciencia de que Él me ama; Él está por mí; Él está de mi lado; se deleita en mí. Les digo que eso me moverá como nada lo haría. Eso es lo que Pablo está experimentando aquí, la consciencia de que es amado por Dios. No hay nada como eso. Le da un sentimiento de seguridad, de valía propia, de buena imagen de sí mismo. Si usted tiene una mala imagen de sí mismo, entonces, por el amor de Dios, empiece a pensar en lo que Dios dice de usted, cómo le ama y cómo Cristo le ama y se dio a sí mismo a usted, y eso lo cambiará todo.
Él también dice que ha aprendido que la muerte de Cristo le liberó de la necesidad de vivir para sí mismo. No conozco nada más relevante para el día de hoy que esa afirmación. A todas partes que me vuelvo, oigo a la gente hablar sobre lo que tienen que hacer para “satisfacer sus necesidades”. “No voy aquí o allá, porque no satisface mis necesidades”. Pues quiero decirles esto: Jesucristo murió para liberarles de ese síndrome. Usted no necesita satisfacer sus necesidades; Él ya las ha satisfecho. Si usted no se ha enterado de que Él ha satisfecho sus necesidades, jamás conseguirá satisfacerlas de ninguna otra manera. Nadie más es capaz de satisfacerlas. Si usted carga a la gente con esa tarea, se encontrará sufriendo el rechazo de los demás, porque ellos saben que no pueden satisfacerlas. Eso es lo que significa.
“Cristo murió por todos”, y eso significa que “todos han muerto”, para que puedan entender que ya no viven para sí mismos. Después de tener sus necesidades satisfechas por Cristo, cuando usted se vuelve e intenta satisfacer las necesidades de los otros, descubre que ese es el secreto de la vida tal como debería ser vivida. Eso es lo que Pablo está diciendo aquí: “Él por todos murió, para que los que viven ya no vivan para sí”, ya no más con sus necesidades como el centro de sus vidas, intentando montarlo todo alrededor de sí mismos, “sino para aquel que murió y resucitó por ellos”. ¿En qué le afectará esto a usted? Hay dos cosas que continúa diciendo: Primera, esto hará que vea a todos los demás de forma diferente, y entonces hará que los trate de una forma diferente. Pues,
... de aquí en adelante a nadie conocemos según la carne... (2 Corintios 5:16a)
Ya no los miramos del mismo modo que lo hacíamos. “Hubo un tiempo”, dice Pablo, “en que nos impresionaba la gente que tenía poder o dinero o fama. Los seguíamos por todas partes, los imitábamos, queríamos estar cerca de ellos, dejábamos caer sus nombres y queríamos que se nos asociara con ellos. Había otra gente que pensábamos que eran grises y sin valor para nosotros, y los tratábamos como a basura”, dice él; “no queríamos tener nada que ver con ellos. Pero ya no. Ya no tratamos a la gente de esa manera. De hecho, hubo un tiempo”, dice, “en que tratamos a Cristo de ese modo”. Esta es la única referencia en todo el Nuevo Testamento que indica que es posible que Pablo oyera a Jesús personalmente. Pues dice:
... y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así. (2 Corintios 5:16b)
¿Qué pensó de Él? Bueno, pensó que era un despreciable predicador callejero, un charlatán alborotador y demagogo, salido de una sucia y oscura ciudad, de la cual nadie pensaba que pudiera salir algo bueno. Pensaba que, como Jesús no tenía ninguna posición de categoría política, ni familia influyente, ni cultura, ni educación, pues no valía nada. Intentó lo mejor que pudo exterminar la religión que se reunía a Su alrededor, porque lo consideraba un impostor y un farsante.
“Pero”, dice, “ya no. Hemos aprendido a mirar a la gente de manera diferente. Ahora vemos a Cristo por quien Él era, el Señor de la gloria, el Rey de los siglos, el Príncipe de vida, Dios mismo hecho hombre”. Todos esos grandes pasajes cristológicos que Pablo usa vienen a la mente aquí en este punto. Él dice: “Ya no lo tratamos así. Ya no tratamos a los demás así. Los vemos por lo que realmente son, hombres y mujeres hechos a la imagen de Dios, pero que han caído de ese estado. Son víctimas de las mentiras del diablo, del poder de Satanás, pero son importantes, gente que cuenta, porque la imagen de Dios está en ellos y puede ser despertada a la vida de nuevo. Y dice: “Ya no hacemos ningún caso a su riqueza o a su estatus, o a su fama o cualquier otra cosa. Todos, incluso el más oscuro, bajo y débil entre nosotros es un posible hijo de Dios, hecho a la imagen de Dios, y es tremendamente importante”.
Así es cómo trataba Pablo a la gente. He llegado a comprender que esa es la señal de alguien que entiende el cristianismo. Está libre de sesgos y prejuicios y de tratar a la gente según su estatus. Empieza a ser el mismo para todo el mundo, no importa quienes sean. Por tanto, dice Pablo, ahora los tratamos de manera diferente:
De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es: las cosas viejas pasaron; todas son hechas nuevas. (2 Corintios 5:17)
¿Qué quiere decir con eso, en este contexto? Significa sencillamente que siempre hay esperanza para todos. No importa quienes sean, es posible nacer de nuevo. No importa lo violentos que sean oponiéndose al evangelio, pueden cambiar. Un Dios creador puede alcanzar al caso más perdido, oscuro, bajo, ruin y alejado. Y, cuando son alcanzados, usted nunca tiene que perder la esperanza por ellos, porque ya son parte de una nueva creación. Dios ha empezado un trabajo que va a terminar. A menudo doy a alguna gente por perdida. ¿Hace usted eso?
Me encontré con alguien justo la semana pasada a quien había conocido hace algunos años. Él me había ofendido e irritado tanto entonces por su inmadurez que le di por perdido. Pensé que jamás llegaría a nada como cristiano. He retenido en mi mente la imagen de ese hombre en ese momento, sin permitirme ningún pensamiento de que hubiera cambiado alguna vez. Pero cuando lo encontré la semana pasada, me quedé asombrado de cómo había crecido y cuánto había cambiado. Yo pensaba que nadie podría cambiarlo, pero Dios lo hizo, ¡y lo hizo sin ninguna ayuda por mi parte en absoluto! Eso es lo que he aprendido. Puede que, pasando el tiempo, usted no sea capaz de hacer nada, pero Dios puede y lo hará.
Si usted está en Cristo, usted es una nueva creación. El que ha empezado la buena obra en usted no fallará en cuanto a cumplirla hasta el día de Cristo. Así que, siempre hay esperanza, incluso para usted y para mí. Por tanto, hemos de tratar a todos de forma distinta, porque ya no vivimos para nosotros mismos, sino para Él, quien murió y fue resucitado. Bueno, eso es un gran cambio. ¡Qué gran razón para continuar y vivir hoy! De todos los tiempos de la historia este es el mejor tiempo para dar testimonio cristiano. ¡Qué gran privilegio será ante el tribunal de Cristo saber que representamos Su nombre y amamos en Su nombre en medio del vacío, la muerte y la oscuridad de un mundo agonizante! Gracias, Señor, por este privilegio.
Esquema de 2 Corintios 5:6-17
Resultados de nuestra esperanza, 5:6-17- Tenemos ánimo, 6-8
- Porque estamos en contacto con el Señor por fe ahora, 6-7
- Porque prevemos algo incluso mejor, 8
- Vivimos vidas que agradan a Dios, 9-13
- En nuestros motivos ocultos, 9-10
- Un principio eterno, 9
- En vista del tribunal de Cristo, 10
- Un tiempo de revelación
- Un tiempo de evaluación
- Un tiempo de aliento
- En nuestra actividad continua, 11-13
- Persuadiendo a los hombres, 11
- Respondiendo a las críticas, 12-13
- Vivimos para ayudar a los demás, 14-17
- Constreñidos y guiados por el amor, 14
- Liberados de vivir para nosotros mismos, 15
- Centrando nuestras vidas en los demás, 16-17
- Viéndolos de manera distinta, 16
- Tratándolos de manera diferente, 17