No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el moho destruyen, y donde ladrones entran y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el moho destruyen, y donde ladrones no entran ni hurtan.
Mateo 6:19-20
Al mencionar la polilla, el moho y los ladrones, Jesús nos está mostrando lo que pasa cuando hacemos tesoros en la tierra.
Lo que nuestro Señor dice es: Si tus tesoros están en la tierra, te puedo contar la historia completa sobre ellos en tres palabras: polilla, moho y ladrones.
Eso es todo
.
Ése es el problema con los tesoros de la tierra, ¿no es verdad?
¡Si nuestros tesoros existen en el ámbito de las cosas, las personas y los placeres, de lo único de lo que podemos estar absolutamente seguros es de que ciertamente los perderemos!
No hay manera de que podamos conservarlos para nosotros.
Los términos que nuestro Señor usa aquí: polilla, moho y ladrones, no son sólo literalmente verdad en cuanto a muchos de los tesoros terrenales, sino que también son verdad simbólicamente.
Es decir, representan ciertas características de los tesoros de la tierra que son siempre verdad.
Sabemos que los tesoros terrenales —cosas, personas, lugares, cargos, popularidad, etc.— nunca nos satisfacen plenamente.
Nunca sacian nuestra necesidad; siempre falta algo.
Obtenemos algo que ansiamos y, en el momento que lo tenemos, descubrimos que hay un regusto a desilusión.
Y, aun más, perdemos el interés en ello.
Conseguimos algo y, antes de haberlo tenido mucho tiempo, nuestro gozo ha empezado a desvanecerse, y después de un tiempo ya hemos perdido todo interés por ello.
Nuestro Señor dice que todas esas cosas perecerán al final. Lo que la polilla y el moho no se lleven, se lo llevarán los ladrones, y no hay protección contra ellos. Pensamos que lo hemos dejado seguro poniéndolo en una caja fuerte, pero eso no lo guarda de los ladrones. La enfermedad golpea, y nuestras reservas se acaban. Ocurren pérdidas financieras; un colapso del mercado lo arruina todo; la inflación rebaja su valor; llegan guerras, y, por supuesto, la muerte se lo lleva todo.
No traemos nada al mundo y no podemos llevarnos nada de él.
Éste es el problema de los tesoros de la tierra.
Todos ellos, sin excepción, perecen.
Pero
, dice Jesús, los tesoros en el cielo nunca se pierden.
Jesús dijo: Y cualquiera que dé a uno de estos pequeños un vaso de agua fría solamente, por cuanto es discípulo, de cierto os digo que no perderá su recompensa
(Mateo 10:42).
La cosa más sencilla, el acto menos importante hecho en nombre de Cristo, nunca pierde su recompensa.
Pedro habla de una herencia incorruptible, incontaminada e inmarchitable, reservada en los cielos para vosotros
(1 Pedro 1:4).
Estos son los tesoros en el cielo que están siendo almacenados mientras caminamos ahora mismo por la vida.
El único tiempo en que podemos almacenarlos es ahora.
Esos son depósitos verdaderamente seguros, que nunca pueden ser disminuidos en lo más mínimo.
Señor, Tú sabes que soy culpable de esto. Ha habido momentos en que he complacido mis deseos terrenales a costa de los tesoros del cielo. Revierte mis valores, Padre; devuélveme a una vida equilibrada.
Aplicación a la vida
¿Cómo tiene usted que cambiar sus prioridades para maximizar su reserva de tesoros celestiales?