Jehová le dijo:
Sal fuera y ponte en el monte delante de Jehová.En ese momento pasaba Jehová, y un viento grande y poderoso rompía los montes y quebraba las peñas delante de Jehová; pero Jehová no estaba en el viento. ...Tras el terremoto hubo un fuego; pero Jehová no estaba en el fuego. Y tras el fuego se escuchó un silbo apacible y delicado. Cuando Elías lo oyó, se cubrió el rostro con el manto, salió y se puso a la puerta de la cueva.1 Reyes 19:11-13a
La gran lección de Elías es llegar a una comprensión clara de los procesos de la obra de Dios.
El profeta salió, y un huracán tremendo barrió todo el monte Sinaí; tan fuerte y poderoso era que comenzó a desprender las mismas rocas, que se desmoronaron y cayeron alrededor de él.
Dudo que esto molestara a Elías lo más mínimo.
Creo que el poder y la fuerza brutal de esa tormenta se asemejaban a la tormenta que rugía dentro del profeta.
Siguiendo a la gran tempestad llegó un terremoto.
El suelo tembló, se movió, se deslizó y agitó debajo de él.
Pero él aún no tiene miedo.
Después de eso, llegó una tormenta eléctrica enorme, con relámpagos saltando de risco en risco a su alrededor, y el firmamento se cuarteó a causa de los tremendos destellos blancos de los rayos.
Después del fuego, vino lo que en hebreo se llama: la gentil voz de la quietud
, silencio absoluto.
Y, en ese silencio, el profeta es consciente de que Dios se está moviendo.
Esto nos revela mucho de lo que estaba pasando por la mente y el corazón de Elías. Este gran profeta, con su entusiasmo por la causa de Dios, sin duda había estado anhelando, como nosotros a menudo hacemos, que un potente viento del Espíritu soplara sobre aquella nación: el viento del Espíritu, soberano, misterioso, poderoso en su acción. El profeta había ansiado que esto le ocurriera a la nación, pero ningún viento venía. No estaba ocurriendo nada. Esperaba que un terremoto político derrocara el trono de Acab y la impía reina Jezabel, y destruyera los ídolos que les rodeaban; pero no vino ningún terremoto. Anhelaba que una escrutadora y abrasadora llamarada de fuego justiciero bajara del cielo y consumiera las fuerzas del paganismo en la nación; pero nada de eso pasó. Pero tuvo que aprender que la voz delicada y apacible de un despertar de la conciencia es la fuerza más poderosa del mundo, que Dios se mueve ahí. Estamos muy equivocados cuando asumimos que siempre que Dios obra debe de haber sangre y fuego y ruido y humo y poder. No, Dios obra cuando las cosas, aparentemente, están en calma.
¿No nos enseña eso en la naturaleza? Recuerdo cuando, siendo un muchacho en Montana, a menudo en invierno solía contemplar aquel paisaje sombrío e invernal, cubierto con cuatro o cinco palmos de nieve, sin una hoja en los árboles, todo tan desnudo, lúgubre y desolado que me hacía ansiar la primavera. Parecía imposible que algo pudiera romper el gélido control del dominio del invierno sobre la tierra. Pero, saben, la primavera nunca llegaba con un rugido. Siempre llegaba gentil y calladamente, con esa fuerza invisible en acción que devolvía las hojas a los árboles y hacía brotar la hierba del suelo, y fundía y alejaba toda la nieve. Así es como Dios obra: invisible, sin ruido, irresistible. Ésta es la manera en que Dios trabaja. Esto es lo que quiere que aprendamos.
Señor, enséñame a confiar en que Tú estás obrando cuando parece que las cosas están paralizadas. Que Tu delicada y apacible voz despierte las conciencias.
Aplicación a la vida
Abandone sus expectativas sobre cómo debería actuar Dios y déjele hablar en su corazón a través de la quietud y el silencio.