Que prediques la palabra y que instes a tiempo y fuera de tiempo. Redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina.
2 Timoteo 4:2
Este versículo nos habla de algo que es un gran esencial del cual es preciso que nos ocupemos, para que se cumpla la oración de nuestro Señor y para avanzar el reino de Dios, para hacer que se cumpla esa asombrosa obra que empezó cuando Él apareció por primera vez en la tierra. Sin embargo, cuando leemos la frase “que prediques la palabra”, la mayoría de nosotros creemos que esto va dirigido a los predicadores como yo mismo, que uno debe hacer esto en la iglesia, sobre una plataforma o detrás del púlpito.
Esta palabra no va exclusivamente dirigida a los predicadores. Incluye a todo el pueblo de Dios, porque Pablo no sólo quiere decir “predicar”; la palabra es en realidad “anunciar, proclamar, establecer la verdad, darla a conocer”. No es algo acerca de lo que se discute; lo declaramos porque Dios mismo lo ha dicho. Esto es algo que se puede hacer tomando una taza de café, en el despacho, o en un coche mientras conduce usted al trabajo. Es algo que puede surgir en cualquier lugar en cualquier momento. Donde los corazones humanos están abiertos, buscando, anhelando y doloridos está el lugar y la oportunidad para “predicar la Palabra”.
“Proclamad las buenas nuevas”, dice Pablo. No se trata de noticias acerca de lo que debemos hacer para Dios. Esa distorsión ha sido ampliamente propagada por todo el mundo y en este país, dando como resultado un cristianismo falso. El evangelio es la historia de lo que Dios ha hecho ya por nosotros; es lo que ministra a los corazones doloridos. El evangelio es la noticia de que Dios nos ama, siente lástima de nosotros y nos ve cuando estamos doloridos; ve nuestra agonía, nuestro fracaso y nuestra debilidad. El evangelio es que Él nos ve en nuestro atrevimiento orgulloso, a pesar de lo cual sigue amándonos. Y ya ha hecho algo al respecto, por medio de la muerte y la resurrección de Jesús. En esa serie de sucesos asombrosos que tuvieron lugar cuando apareció Jesús en la tierra, Él acabó con el dominio absoluto del mal sobre los corazones humanos, encontrando la manera de dejar a un lado Su propia y justa sentencia de muerte. Por medio de aquellos que abren sus corazones al Salvador, ha encontrado la manera no solamente de morir, sino de venir y vivir en nosotros y de empezar el proceso de renovarnos, haciéndonos de nuevo y restaurándonos nuestra herencia perdida. Ésa es la palabra que debemos proclamar. Esto es algo que debe hacer todo cristiano en todas las circunstancias imaginables de la vida.
Espero haber transmitido esto de una manera clara, porque esto es lo que el apóstol Pablo está intentando decirle a Timoteo. Teniendo como telón de fondo los impresionantes cielos que nos contemplan, y teniendo en cuenta la suprema importancia de continuar la obra redentora de Cristo, Pablo le hace este encargo solemne a Timoteo de la misma manera que lo hace con el “predicad la Palabra”.
Señor, concédeme que me entregue de nuevo para ser un suministrador de la verdad, predicador de la Palabra y heraldo de las buenas nuevas en Jesucristo.
Aplicación a la vida
El evangelio, que transforma las vidas, es la mejor de las buenas noticias. ¿Estamos nosotros guardándonos el tesoro, o estamos siempre pendientes de oportunidades para compartirlo con otros pecadores que necesitan la gracia?