Había en una ciudad un juez que ni temía a Dios ni respetaba a hombre. Había también en aquella ciudad una viuda, la cual venía a él diciendo:
Hazme justicia de mi adversario.Él no quiso por algún tiempo; pero después de esto dijo dentro de sí:Aunque ni temo a Dios ni tengo respeto a hombre, sin embargo, porque esta viuda me es molesta, le haré justicia, no sea que viniendo de continuo me agote la paciencia.Luke 18:2-5
Aquí Jesús con audacia nos encara con una elección ineludible; debemos o bien orar, o bien rendirnos; la una o la otra. O aprendemos a clamar a un Padre invisible, que siempre está presente con nosotros, o debemos perder la esperanza. No nos queda nada, entonces, sino arreglarnos lo mejor que podamos y abrirnos paso en la vida, sin fuego o sin esperanza. Es una cosa o la otra; no hay más alternativas.
Fíjese en el contraste de personas en esta historia. Hay una viuda y un juez. ¿Quién hay más débil y más indefenso que una viuda? En contraste con la viuda, tenemos al juez. ¿Quién puede ser más encallecido y obstinado que un juez, y especialmente un juez injusto? He aquí un viejo amargado, tacaño, duro y egocéntrico, ¡con el corazón más frío que el suelo de un cuarto de baño a las dos de la madrugada! Y la viuda tiene un perseguidor, alguien que la está acosando, molestando, haciéndole la vida difícil. Ella reclamó ayuda, pero al juez no podía importarle menos. Él era completamente impermeable a sus ruegos; nada podía conmoverlo. Era un juez impío, así que no se le podía reclamar nada basándose en la moral. Y no le importaban los hombres, así que no había ninguna presión política que pudiera influenciarlo. En vista de la dureza de corazón del juez, el caso de la viuda era un caso perdido.
No obstante, ella encontró la manera. Hizo que su vida fuese insoportable. No le dio descanso ni de noche ni de día. Estaba continuamente delante de su tribunal acosándolo, hasta que finalmente fue obligado a actuar. Él le concedió su petición, ¡y ella consiguió lo que necesitaba! Justo aquí es donde se encuentra el meollo de esta historia. Esta viuda encontró el secreto de cómo manejar a los jueces renuentes, el único principio por el cual incluso un juez reacio actuaría.
Cuando, como a la viuda, la vida nos parece inútil y sin esperanza, cuando somos víctimas de fuerzas mayores de lo que podemos manejar, cuando no hay respuesta a los problemas ineludibles que hay ante nosotros, ninguna resolución a la vista, más bien una perspectiva cierta de perder, hay una salida. Hay una solución segura a nuestros problemas: la oración; clamar a un Dios que no podemos ver pero en quien podemos descansar, un Padre con un corazón compasivo y una tierna disposición a obrar. La oración siempre mueve el corazón de Dios.
Afortunadamente, Dios no es como el juez injusto. No retrasará la respuesta a nuestras oraciones, y no requiere un continuo martilleo para conmoverlo. La oración es siempre el llanto de un hijo amado hacia su padre, y frecuentemente es el llanto de un hijo perdido que no sabe el camino. El Padre es sabio y, como padre, sabe que aún no es tiempo de responder de esa manera particular. El resultado puede tardar, pero no hay retraso en Su respuesta a nuestra oración. Cuando clamamos, Él contesta inmediatamente. Dios se apresura a ayudar a Su hijo.
Padre, estas palabras de nuestro Señor Jesús me han hecho consciente de la falta de fe en mi vida. Enséñame a depender continuamente de Ti, a derramar ante Ti todos los aspectos de mi vida sin restricciones.
Aplicación a la vida
¿Soy fiel en la oración, incluso cuando parece que la respuesta se retrasa?