.A unos que confiaban en sí mismos como justos y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola:
Dos hombres subieron al Templo a orar: uno era fariseo y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera:Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres: ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, diezmo de todo lo que gano.Lucas 18:9-12
Podríamos llamar a esto: La parábola de los dos oradores
, ya que empieza con estas palabras: Dos hombres subieron al Templo a orar
.
El objeto de nuestro Señor al contar esta parábola es decirnos lo que es una verdadera oración.
La estructura de esta parábola se construye como un contraste.
Nuestro Señor está enseñando la verdad poniéndola al lado del error.
El fariseo, en esta pequeña parábola, era un hombre de oración.
Oraba frecuentemente y sin falta.
Era fiel a la oración, pero ésta era totalmente errónea.
Al observar al fariseo, aprendemos lo que no es la oración.
Hay una clase de oración que no es oración.
Este hombre adoptaba la postura correcta para orar.
Se ponía de pie con los brazos abiertos y los ojos alzados al cielo.
Entre los judíos, ésta era la postura prescrita para la oración.
Pero él no estaba orando a Dios, ¡se estaba orando a sí mismo!
La New American Standard Bible dice: El fariseo se paró y se oraba a sí mismo
.
En otras palabras, esta oración era una completa pérdida de tiempo.
No había nadie al otro lado de la línea.
Pues bien, ¿qué nos enseña esto sobre la oración? Primero, está claro que no es oración cuando nos aproximamos a Dios deslumbrados por nuestras propias virtudes y logros. El fariseo, obviamente, estaba bien admirado por lo que le parecían sus declaraciones para llamar la atención de Dios. Este hombre sentía que Dios debería estar agradecido por haber creado semejante espécimen de ser humano, y si nadie lo hiciera, él mismo se encargaría de ese trabajo, porque ese hombre tan extraordinario no debería dejarse en el anonimato en esta tierra. Nos reímos al oír esta oración, pero ¿no reproducimos inconscientemente la misma postura?
La mayoría de las oraciones cristianas se hacen básicamente igual.
Algunas veces la virtud que pretendemos aportar es la humildad.
Hay como otra cara de la moneda en cuanto al fariseísmo entre los cristianos que discurre así: Gracias, Señor, porque no soy tan orgulloso como este fariseo
; y así nos delatamos como completamente viles.
O parloteamos continuamente acerca de nuestros defectos y pecados y, por tanto, esperamos impresionar a Dios con nuestra sinceridad y humildad.
Pero la pura verdad es que no tenemos virtudes propias. Ni una siquiera. No tenemos absolutamente nada que aportar a la causa de Dios. Para ser sinceros con nosotros mismos, oramos desde nuestra más absoluta bancarrota. Olvidamos que estos mismos talentos con los que nos identificamos, estas habilidades que tenemos para el liderazgo, o la oratoria, o el canto, son, en sí mismos, dones de Dios. Éste es el punto principal que Jesús está señalando al describir al fariseo. Él dice que cuando oramos sobre esta base, cuando nos aproximamos a Dios a este nivel, nos estamos orando a nosotros mismos. Esto no es oración de verdad; nuestras palabras piadosas, nuestras frases tan bien construidas, nuestra aproximación totalmente ortodoxa y acorde con las Escrituras, no valen nada en absoluto. No tenemos absolutamente nada. Estamos orando impulsados por la obsesión que tenemos con nuestras propias virtudes.
Señor, enseñame a acudir a Ti, no exhibiendo mis propias virtudes y logros, sino abandonándome completamente a Tu tierna misericordia. Amén.
Aplicación a la vida
¿Me siento orgulloso en la oración de mi humildad?