Él les dijo: —Cuando oréis, decid: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu Reino”.
Lucas 11:2a
El tercer grito de la verdadera oración, de nuevo concerniente a Dios, es un grito de esperanza: “Venga tu Reino”. Éste puede ser un suspiro por el cielo. ¿Quién de nosotros no añora el cielo de vez en cuando, anhelando ser libre del aburrimiento de la vida y el experimentar la gloria que leemos en la Biblia? O esto podría ser, como debería ser, un clamor para que el cielo venga a la tierra, o sea: “Venga tu Reino”, significando que los reinos de este mundo se conviertan en “los reinos de nuestro Señor y de Su Cristo”. Hay mucho en las Escrituras sobre esto, ¿y quién de nosotros no está cansado de la guerra y la pobreza, la miseria y la desesperación humana, y anhela que venga el día cuando Dios reinará en justicia sobre toda la tierra?
Pero creo que esta oración es más que eso. Es más que un vistazo largo y anhelante al futuro, ya sea en la tierra o fuera de la tierra. Es un clamor a que la voluntad de Dios sea hecha, por medio de la sangre y el sudor y las lágrimas de la vida, ahora mismo. Eso es: “Venga Tu reino a través de lo que estoy pasando en este mismo momento”. Eso es lo que significa esta oración. Las Escrituras nos revelan una verdad que el hombre nunca sabría por sí mismo, pero que se vuelve obvio al ver la vida por medio de los lentes de la Palabra de Dios, y eso es que Dios construye Su reino en secreto, por decirlo de alguna forma. Cuando es menos evidente que Él está obrando, éste es frecuentemente el tiempo en el que está logrando más. Detrás de los andamios de la tragedia y la desesperación, Dios frecuentemente está construyendo Su imperio de amor y gloria. En estas pruebas, adversidades, desilusiones, penas y desastres, cuando creemos que Dios está en silencio, y cuando hemos sido abandonados, cuando nos sentimos como que Dios ha retirado Su mano y ya no sentimos la amistad de Su presencia, Dios frecuentemente está logrando las mayores cosas.
Una vez me senté con un hombre joven que me contó la historia de su vida. Había pasado por un aterrador accidente que le había dejado una marca física, pero un matrimonio roto le había causado una cicatriz incluso más profunda. Había crecido en un ambiente de iglesia y, antes de que le ocurrieran algunas de estas cosas, su perspectiva era una de juicio santurrón de otros, como una especie de desdén piadoso para aquellos que no lograban ser libres de las dificultades y problemas. Pero dijo: “¿Sabes qué?, la humillación de mi divorcio me hizo darme cuenta de mi actitud farisaica. Sé que nunca hubiese venido a mi júbilo presente y al entendimiento de la voluntad de Dios si no hubiese sido una estadística de divorcio”. Es por medio de estos caminos que Dios construye Su reino.
¡Qué glorioso misterio es éste! De la oscuridad Dios convoca la luz; de la desesperación, esperanza. De la muerte viene la resurrección. No puedes tener resurrección sin muerte, esperanza sin desesperación, o luz sin oscuridad. Por medio de la derrota, el reino de Dios nace en los corazones humanos. Esto es lo que significa esta oración.
“Oh Señor, no soy más que un niño pequeño. No entiendo los misterios de la vida. No conozco los caminos del mundo de los hombres, pero, Señor, te pido que mediante estas mismas circunstancias en las que me encuentro, por medio de las presentes dificultades, estas batallas presentes, venga Tu reino.”
Padre, con qué frecuencia malentiendo la vida, aunque te has tomado tantas molestias para enseñarme los secretos de la vida. ¿Cuantas veces, Padre, me he rebelado en algún resentimiento necio en contra de Ti y de Tu obra en mi vida? Pero también he visto que por medio de estas horas de resentimiento y margura Tú has estado obrando en amor para traerme al entendimiento de la realidad, para traerme de nuevo a Tu corazón amante.
Aplicación a la vida
¿Oramos con una anticipación jubilosa por el reinado triunfante de Cristo en la tierra? ¿Oramos simultáneamente por Su reinado desenfrenado en nuestro caminar personal y diario con Él?