No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree, del judío primeramente y también del griego.
Romanos 1:16
Pablo no se avergüenza del evangelio. Ha llegado a la inteligente conclusión de que el evangelio no tiene rival, de que puede hacer lo que ninguna otra cosa puede, y, por tanto, no hay necesidad de avergonzarse, ¡porque es puro poder sin diluir y sin merma! Y no solamente poder, sino poder de Dios, poder de resurrección, una clase única de poder que nada en el mundo puede rivalizar. Éste es el detalle ausente, sobre todos los demás, del que carece la vida presente en el mundo hoy. Los cristianos han olvidado que el evangelio es absolutamente único. No toma prestado nada de ninguna fuente humana, ni de la sicología, ni de la historia, ni de la filosofía, ni de la ciencia, ni de nada. Es una fuerza absolutamente única. Por eso Pablo no se avergüenza de él.
Si de algo podría sentirse avergonzado, sería de la ciudad de Roma. Roma se burlaba de la historia cristiana. Estos orgullosos ciudadanos romanos se reían de la historia fantástica de un hombre llamado Jesús, que vivió en una oscura provincia romana y que, supuestamente, resucitó después de que el procurador Poncio Pilato lo hubiera mandado a la muerte. Resultaba absurdo para estos romanos prácticos y testarudos. Roma gobernaba con un poder arrogante como señora de la tierra. Roma estaba orgullosa de sus calzadas que discurrían por todo el imperio y hacían posible el comercio y el intercambio en todas partes. Roma estaba orgullosa de su cultura, con sus hermosas ciudades y sus maravillosas estatuas y su arte y música. Roma estaba orgullosa de sus conquistas, del hecho de que sus ejércitos eran imbatibles. Por más de 1.000 años, una especie de paz intranquila se extendía por el mundo, llamada Pax romana, debida al poder y fuerza de los invencibles ejércitos de Roma.
Pero, aún con todo este alarde de poder, había muchas cosas que Roma no podía hacer.
Roma era impotente cuando se trataba de liberar a los esclavos que abundaban en el imperio.
Los romanos parecían incapaces de frenar sus propias malas pasiones.
Las semillas de desintegración ya eran manifiestas en la sociedad romana, lo que, en última instancia, haría que todo se derrumbara a su alrededor.
Los romanos eran absolutamente inútiles en lo que se refería a vencer sus miedos.
Vivían aterrorizados por las hordas bárbaras que estaban alrededor de las fronteras del imperio.
Estaban cautivos de repugnantes supersticiones a causa de sus miedos.
Eran incapaces de curar o solucionar las agonías interiores de sus espíritus.
Sólo tiene que leer la literatura de esa época para conocer sus conmovedores gritos de auxilio contra el sinsentido de la vida.
Eran incapaces de despertar la esperanza, y lápida tras lápida se podía encontrar escrito en latín: Sin esperanza
.
Pero el evangelio satisface todas estas necesidades. Eso es lo que lo hace único. Aquí está nuestro mundo de hoy, como Roma, impotente en medio de su alarde de poder. Puede hacer muchas cosas tecnológicas, pero hay una cosa que no puede hacer: no puede curar el corazón humano, no puede despertar la esperanza, y no puede unir lo que está fragmentado y dividido. No tiene poder en este ámbito. Pero, cuando usted ha sido usado como instrumento de esa clase de poder, en comparación, el ejercicio de poder terrenal es verdaderamente gris y deprimente.
Señor, fortaléceme con una comprensión más profunda del poder del evangelio, de modo que no me avergüence de él.
Aplicación a la vida
¿Comprende completamente el poder del evangelio, de modo que no tenga que avergonzarse de ser un seguidor de Jesús?