Los jefes del pueblo habitaron en Jerusalén, pero el resto del pueblo echó suertes para que uno de cada diez fuera a vivir a Jerusalén, ciudad santa, y las otras nueve partes en otras ciudades. Y bendijo el pueblo a todos los hombres que voluntariamente se ofrecieron para habitar en Jerusalén.
Nehemías 11:1-2
El gran principio que debemos recordar al leer el Antiguo Testamento es que lo que le sucede a Israel a nivel físico representa lo que nos está sucediendo a nosotros a nivel espiritual. Dios es también un constructor. El Nuevo Testamento nos dice que está edificando una ciudad con ciudadanos llamada la Nueva Jerusalén. No es como la antigua, que ha sido construida con ladrillos y mortero, sino una nueva ciudad edificada con piedras espirituales, con “piedras vivas”, según el Nuevo Testamento (1 Pedro 2:5). El propósito es que esté habitada por personas redimidas. Si encuentra usted este paralelo, empezará a ver algo acerca de la enseñanza de este pasaje de Nehemías.
El capítulo 11 es un relato de los esfuerzos de Nehemías por poblar de nuevo Jerusalén. Aunque el muro de la ciudad ha sido edificado de nuevo al llegar a este punto, Nehemías descubrió que tenía un problema. ¡Tenía una ciudad estupenda y bien defendida, pero sin personas! Su solución fue reclutar a familias para que se trasladasen allí, creando la capital de la nación. Como gobernador, sencillamente emitió un edicto: “Una de cada diez personas que viven en los suburbios debe mudarse a Jerusalén”. Fue por las aldeas y numeró a las personas, contándolas por decenas, y a continuación echaron un dado con diez números en él. Se esperaba que el hombre que tuviese el mismo número que el que saliese en el dado se trasladase con su familia a Jerusalén.
Si lee usted esto atentamente, es aparente que cuando un hombre era elegido para trasladarse a Jerusalén, se le permitía rechazar si lo deseaba. Eso era debido a que Dios quería voluntarios para esto, de modo que se podía elegir a un hombre, pero éste podía decidir no mudarse. Entonces echarían suertes de nuevo y eligerían otro nombre. Antes o después encontrarían a alguien que decidiese ir libremente. Según el relato, aquellos que decidieron ir fueron alabados por el pueblo, que les honraron porque se ofrecieron voluntarios a hacer lo que Dios les había llamado a hacer.
El mismo principio se aplica hoy a la iglesia. ¡Según el Nuevo Testamento, todos hemos sido llamados al ministerio, todos nosotros! ¡El ministerio pertenece a los santos! El momento en que se convierte usted en cristiano, es usted trasladado a la nueva Jerusalén de Dios. Se le pide a usted que trabaje allí, que realice el trabajo de acuerdo con el don espiritual que le ha dado Dios a usted. Pero además debe ofrecerse a realizarlo como voluntario. Dios no obliga a Su pueblo a hacer lo que les ha pedido que hagan. Él nos ha dado a todos dones espirituales, pero no nos obliga a usarlos. Sí, si quiere usted ser respetado o ser honrado y alabado al final por el Señor mismo y por todo Su pueblo, lo sabio es ofrecerse a realizar el trabajo de manera voluntaria en el ámbito del ministerio que Él ha preparado para usted.
Señor, quiero ser parte de lo que Tú estás construyendo. Te doy gracias por los dones y los talentos que me has dado. Enséñame cómo hacer mejor uso de ellos.
Aplicación a la vida
Dios llama y capacita a Su pueblo para que sirva de manera voluntaria. ¿Nos perderemos nosotros la grandeza de Su llamamiento para servir tanto en la iglesia como en el mundo por defecto?