Y prometimos no abandonar la casa de nuestro Dios.
Nehemías 10:39b
A lo largo de toda la historia de Israel, el templo, o el tabernáculo antes de eso, era llamado “la casa de Dios”. Dios dejaba clara Su presencia en él por medio de la gloria de la shekinah que se encontraba en el Lugar Santísimo. Hoy en día, bajo el Nuevo Testamento, ningún edificio debe ser llamado jamás “la casa de Dios”. Esto es algo a lo que las iglesias han hecho caso omiso a lo largo de todos los siglos, así que los templos, los tabernáculos y los edificios de las iglesias han sido llamados todos ellos “casa de Dios”. Sin embargo, si estudia usted la enseñanza del Nuevo Testamento, se encontrará con que no es un edificio sino el pueblo los que son la casa de Dios. En un momento determinado, hasta cambiamos el letrero delante del edificio para que reflejase la verdad. Donde dice: “Peninsula Bible Church”, añadimos las palabras: “se reúne aquí”. Por lo tanto, el edificio no es la iglesia, sino el pueblo que se reúne en él, que son “la casa de Dios”.
Fíjese usted en el compromiso de este pueblo en cuanto a asistir fielmente a los servicios de adoración del templo. Todos necesitamos el ministerio de los santos. Pablo oraba para que los efesios “seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios” (Efesios 3:18-19). Usted no puede hacer esto sin el ministerio de otras personas. Hebreos tiene una advertencia específica en este sentido: “no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca” (Hebreos 10:25). El escritor se está refiriendo al regreso de Jesús. Al ver que se acerca, tenemos aun más necesidad de reunirnos, porque necesitamos el apoyo los unos de los otros.
Dos hombres con temperamentos totalmente diferentes trabajan juntos. Normalmente no se llevarían demasiado bien, y es posible que ni siquiera se caigan bien, pero trabajan juntos, y los dos están de acuerdo en que tener que trabajar con alguien con quien no tienen realmente gran afinidad ha sido una bendición para ellos. Han aprendido cómo ser tolerantes y pacientes el uno con el otro. Aunque ha sido una lucha y han tenido sus momentos, los dos están de acuerdo en que Dios ha usado esto para enseñarles cómo crecer. Así que incluso aquellos de “la casa de Dios” que nos irritan pueden ser para nuestro beneficio.
Padre, te doy gracias por la casa de Dios, por esos hombres y mujeres que Tú has colocado a mi alrededor, que de una manera u otra necesito con desesperación. Ayúdame a aprender a apreciar y a amarles.
Aplicación a la vida
¿Hemos aprendido nosotros paciencia y recibido bendición de creyentes que son diferentes a nosotros? ¿Somos nosotros fieles en cuanto a reunirnos y ministrar a otros en el cuerpo de Cristo?