Hijo mío, no te olvides de mi Ley, y que tu corazón guarde mis mandamientos, porque muchos días y años de vida y de paz te aumentarán.
Proverbios 3:1-2
Todo niño necesita saber dos cosas básicas: primero, necesita saber que es amado, aceptado y apreciado. Los niños necesitan primero saberlo de sus padres, y luego, gradualmente, que el amor también viene de Dios, y que Dios los ama y que está deseoso de construirlos como la clase de personas que ellos mismos desearían ser. Todo lo que hemos de hacer como padres es simplemente reduplicar lo que Dios hace con nosotros. Nosotros somos Sus hijos, y la base sobre la que empezamos con Dios fue la del amor. La gloria de la experiencia de la conversión es descubrir que Dios le ama, que ha dado a Su Hijo por usted. Esto es lo que hace el momento de la regeneración tan inolvidable: que amanece sobre nosotros el amor de Dios. Ésta es la primera gloria del amanecer de nuestras vidas cristianas. Nos damos cuenta de que estamos en la familia de Dios y que le pertenecemos. Y esto, más que nada, es lo que un niño debería sentir en su hogar.
La segunda gran necesidad básica a enseñar en el hogar, y que los padres deben proporcionar, es que los niños tienen que saber que durante toda su vida van a necesitar sabiduría y orientación más allá de sí mismos. La vida es demasiado grande para que cualquiera de nosotros pueda manejarla por sí mismo. Nunca llegamos a ser competentes para manejar la vida sin contar con la ayuda proveniente de algún otro lugar. Es obvio que esta ayuda viene principalmente de los padres al principio. Ellos tienen que proporcionar la orientación y la sabiduría. Han de ayudar a sus hijos a tomar decisiones y mostrarles la base sobre la que se han de tomar. Pero, desde muy temprano, tienen que comenzar a indicarle al niño que al final se irá del hogar y que entonces no va a depender ya de sus padres, que ellos no van a tomar todas las decisiones por él toda su vida, sino que, poco a poco, se le está preparando para salir y depender de otra fuente de sabiduría que necesita y que es Dios.
El segundo aspecto surge del hecho fundamental de la vida, que siempre debemos tener en mente cuando estamos tratando con padres o hijos, que es que somos criaturas caídas. No tenemos la reacción perfecta que fue originalmente planeada para el hombre hacia la verdad o la falsedad. La verdad llega a nosotros distorsionada y retorcida. La falsedad nos parece verdad cuando no lo es. Hay impulsos dentro de nosotros que nos destruirán si se les permite expresarse. Así que tenemos que reconocer este hecho y ayudar a nuestros hijos a entender lo que las Escrituras enseñan sobre cómo lidiar con el fracaso y la culpa. Lo que la gente aprende en muchas iglesias es simplemente más condena, y así el terreno para sentirse más culpables está abonado. Pero las Escrituras nos ayudan a entender que Dios ha dado remedio para esto. Él comprende nuestro carácter caído y ha hecho algo al respecto. Y con el simple paso de llegar al punto de admitir que algo va mal, afrontándolo y no huyendo, sin justificarlo ni excusarlo, existe la posibilidad de aceptar el perdón de la gracia de Dios y la restauración que nos hace capaces de seguir la vida plenamente aceptados, plenamente amados cada día.
Padre, gracias porque en Tu relación conmigo me tratas justo como Tú quieres que trate a mis hijos, y por haber dado remedio a mi fracaso, de modo que incluso puedo tomarlo y ponerlo en Tus manos para que lo uses. Amén.
Aplicación a la vida
¿Muestro a mis hijos el amor de Dios, y pueden ellos ver Su gracia perdonadora obrando en mi vida?