Habló Jehová a Moisés y le dijo: “Si alguna persona comete una falta y peca involuntariamente en las cosas santas de Jehová, presentará por su culpa a Jehová un carnero de los rebaños, sin defecto, valorado en siclos de plata, según el siclo del santuario, como ofrenda por el pecado”.
Levítico 5:14-15
Una distinción que se hace en la ofrenda del pecado es que a veces el pecado se decía que era involuntario. No tiene que ver con acciones de maldad deliberada, que todos cometemos de vez en cuando, sino que tiene que ver con la naturaleza que motiva esas acciones y las cuales nos toman por sorpresa.
¿No has notado eso? La mayoría de nosotros, si se nos preguntara nuestra opinión privada, tendríamos que decir que somos bastante agradables. La mayoría de nosotros tenemos una opinión decente sobre nosotros mismos. Reconocemos que todavía tenemos algunos problemas menores, sí, unos pocos pecadillos que, si simplemente tuviéramos la motivación apropiada, podríamos eliminar con un pequeño esfuerzo de nuestra parte. Eso es cierto, ¿no es así?
Pero de vez en cuando pasa algo que nos sorprende, y actuamos de una forma que no nos esperábamos. Alguna situación nos coge de improviso, y de pronto hacemos la misma cosa que nunca pensábamos que íbamos a hacer. ¿Alguna vez te ocurre esto? Nos damos una repentina y aplastante cuenta de que hay una maldad más profunda en nosotros de lo que nos habíamos dado cuenta. Eso es de lo que está hablando la ofrenda de pecado, ese tipo de maldad que es parte de nosotros, parte de nuestra naturaleza, que nos toma por sorpresa porque nos creemos que nos habíamos desecho de él o que ni siquiera lo teníamos.
Dostoievski, en Los hermanos Karamazov, cuenta una fábula sobre una mujer malvada que se murió. Los demonios se la llevaron y la tiraron al lago de fuego. Su ángel de guardia estaba desconcertado sobre lo que pudiera hacer para ayudarla. Así que pensó a través de toda su vida para ver si podía encontrar por lo menos una cosa buena que hubiese hecho para poderla presentar frente a Dios. Finalmente, fue a Dios y dijo: “Una vez pasó un mendigo por su casa cuando se encontraba desherbando su jardín, y ella sacó una cebolla y se la dio para que se la comiera”. Dios le dijo al ángel: “Muy bien, pues entonces baja y consigue esa cebolla, y se la alcanzas en el lago de fuego. Dile que coja la cebolla, y si la puedes sacar con la cebolla, entonces puede venir al paraíso”. Así que el ángel tomó la cebolla, bajó al lago de fuego y se la alcanzó a la mujer. Ella la tomó, y el ángel comenzó a tirar de ella. Él tiró y tiró, y como era de esperar, empezó a sacarla del lago de fuego. Estaba casi completamente libre cuando algunos otros pecadores a su alrededor la tomaron de los tobillos para que ellos también pudieran salir. Al principio la cebolla resistió, y ellos también comenzaron a salir. Pero la mujer se enfadó mucho y gritó: “¡Ésta es mi cebolla, y vosotros no vais a salir conmigo!”. Y al darles una patada para que se soltaran, la cebolla se rompió, y ella se volvió a caer y hasta este día ahí se encuentra quemándose.
Ésta es una ilustración gráfica de lo que precisamente esta ofrenda trata. Incluso en los momentos de triunfo hay una mancha de egoísmo, esa maldad en cada corazón humano. Eso es de lo que se está encargando la ofrenda de pecado.
¡Padre, qué completamente me comprendes! Tú sabes lo que acecha en mi vida, escondido, previniéndome de conocer la medida completa de Tu gracia. Gracias porque has hecho previsión por todos mis pecados, incluso de aquellos de los que soy ignorante.
Aplicación a la vida
Al encontrarnos con la sorpresa, a menudo el choque, de nuestra pecaminosidad, ¿incrementa nuestro asombro del sorprendente sacrificio pagado por nuestros pecados? ¿Respondemos con una gratitud que cambia nuestra vida y con alabanza?