Cuando haya llaga de lepra en el hombre, será llevado al sacerdote.
Levítico 13:9
El propósito de este capítulo es el habilitar la detección de la lepra. Cuando la Biblia utiliza este término, no se está meramente refiriendo a la enfermedad que llamamos “lepra” hoy en día, la enfermedad de Hansen. Ésa está incluido en el término, pero la palabra hebrea traducida aquí también incluye otras enfermedades contagiosas e infecciosas de la piel. Se reconocía que todas eran peligrosas y dañinas, una amenaza seria no sólo al individuo pero a todo el campamento de Israel, así que debían detectarse. El proceso de detección era una inspección prolongada y cuidadosa. El sacerdote había de ver los síntomas, entonces debía aislar a la persona enferma durante siete días, examinarle de nuevo y aislarle por otros siete días. Al final de todo ese tiempo podía determinar si era lepra o algo menos serio.
Todo esto tiene un equivalente en nuestras propias vidas espirituales. Este pasaje está hablando sobre las aflicciones y la enfermedad del espíritu, las actitudes dañinas que tenemos, los resentimientos ardientes, los sentimientos de ira y los enfados que pasamos, y los resentimientos los unos con los otros que llevamos con nosotros en nuestros corazones. Estos deben ser detectados porque pueden ser muy peligrosos, y el proceso es el de exponerlos a un sacerdote. Acuérdate, ahora, que en el modelo del Nuevo Testamento todos los creyentes son sacerdotes juntos, pero todos somos ciegos en cuanto a nosotros mismos. En mi propia opinión soy una persona muy simpática, cortés e inofensiva. No sé porque, pero otras personas parecen no siempre verme de la misma forma. Me encuentro muy ciego a mis propios fallos. Todos tenemos estos puntos de ceguedad. Por eso nos necesitamos los unos a los otros. Así que el israelita era instruido que cuando tenía una manifestación de enfermedad debía traérsela a un sacerdote.
Transfiriendo esto a la esfera espiritual, esto significa que la maldad en cuestión debe ser traída bajo el juicio de la Palabra de Dios, para que pueda ser purificada. La maldad debe ser enfrentada y nombrada por lo que es, cómo lo ve Dios. Todas las defensas que hemos intentado construir a su alrededor deben ser derribadas, y debemos darnos cuenta de que está mal, y admitirlo. Entonces Dios nos puede purificar de ella, y sale de nuestra vida. Puede que nos queden las cicatrices, pero ya no hay necesidad de temer; la acción de la maldad ha sido arrestada. ¡Qué imagen más bella es esto de 1ª de Juan 1:9: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad”! ¡Qué provisión tan misericordiosa es ésta!
¿Están siendo juzgadas tus manchas leprosas? ¿Están siendo manejadas abiertamente a la luz de la Palabra de Dios? ¿Están siendo traídas a Aquel que puede sanar la lepra con un toque? ¿O están siendo protegidas, cubiertas, escondidas, para evitar la examinación? Tus estados de humor, tu disposición, tus estallidos temperamentales, tus demostraciones de ira o depresión: ¿Qué de ellas?
Señor Jesús, con qué frecuencia he dañado a otros con mi condición leprosa. Sé que quieres que sea limpio y que ande en victoria. Así que, por la fidelidad de Tu Espíritu, por favor juzga la lepra en mi vida. Tócala y sánala mientras me postro frente a Ti.
Aplicación a la vida
¿Estamos abiertos a las observaciones de otros sobre nuestras actitudes y comportamientos? ¿Y qué de nuestro servicio sacerdotal a otros que puede que necesiten nuestra percepción pero, más que todo, nuestra compasión?