Guardad, pues, mis mandamientos, y cumplidlos. Yo, Jehová. No profanéis mi santo nombre, para que yo sea santificado en medio de los hijos de Israel. Yo soy Jehová, que os santifico, y os saqué de la tierra de Egipto para ser vuestro Dios. Yo, Jehová.
Levítico 22:31-33
¡Qué ternura y compasión hay en esos versículos! “Yo soy Jehová”, dice, “que os saqué de servidumbre, de la esclavitud. Os liberté. Y quiero sanar vuestra vida y traeros a la tierra de la abundancia y promesa, del entusiasmo y bendición y de la fecundidad, con un sentimiento de valía y poder, y para ser vuestro Dios, para estar disponible a vosotros para enseñaros cómo vivir como el hombre debía vivir desde el principio, en dominio sobre toda la tierra, sobre todos los poderes y principados que existen en el universo, y a andar como gente libre, sanados e íntegros. Es por eso que os hablo de esta forma”, dice el Señor; “es por eso que a veces no os permitiré ejercitar ministerio, aunque queráis, hasta que os encarguéis de las manchas en vuestra vida. Cuando estéis sanados, entonces vuestro ministerio puede comenzar”.
Cuando nos sometemos a esto, descubrimos que nuestro sacerdocio comienza a ser rico y satisfactorio e interesante. Dios comienza a ensanchar nuestras fronteras. Un sentimiento de mérito entra en tu vida, más allá de lo que jamás has soñado. Descubrimos que Dios no está tan interesado en nuestra actividad sino más bien en nuestra actitud ―nuestro ser más que nuestro hacer― y que podemos deleitar a Dios mientras lavamos los cacharros, por la actitud correcta de nuestro corazón, que podemos complacer a Dios y ser utilizados por Dios cuando estamos picando en el jardín o trabajando en el taller. Su vida comienza a fluir por medio de nosotros, para que seamos efectivos en aplicar la muerte de Cristo a la enfermedad y pena de la humanidad a nuestro alrededor, y seamos efectivos en animar, en desarrollar, en alimentar y en enriquecer por el pan de Dios las vidas de aquellos con los que estamos en contacto. Hay un mundo entero a nuestro alrededor esperando a ser ministrado, cientos y miles de personas con los que estamos en contacto cada día y que necesitan ser ayudados, necesitan liberación.
Gracias, Señor, porque en lo profundo de mi corazón no quiero ser falso. Quiero ser real y genuino. Quiero ser íntegro y capaz de ayudar a otros para que ellos también sean íntegros. Gracias por esa posibilidad, Padre, y gracias por el privilegio de mi sacerdocio.
Aplicación a la vida
¿Estamos continuamente conscientes de que nuestras acciones y actitudes reflejan en nuestro Sumo Sacerdote, por quien somos llamados y somos privilegiados de servir? ¿Cuál es Su propósito en llamarnos a un estilo de vida distintivamente diferente al de los valores del mundo?