Vosotros enviasteis mensajeros a Juan, y él dio testimonio de la verdad. Pero yo no recibo testimonio de hombre alguno; sin embargo, digo esto para que vosotros seáis salvos. Él era la antorcha que ardía y alumbraba, y vosotros quisisteis regocijaros por un tiempo en su luz.
Juan 5:33-35
Jesús dijo algo que a nosotros puede sonarnos un poco extraño: “Yo no recibo testimonio de hombre alguno; digo esto para que vosotros seáis salvos”. Con esto quiere decir que, aunque Él no tiene necesidad del testimonio de Juan para Sí mismo, puede ser una ayuda que salve a aquellos que escucharon a Juan. Es un fenómeno extraño que se ve con frecuencia, que los hombres y mujeres que no prestan atención a la voz de Dios directamente con frecuencia escuchan muy interesados a alguien que les cuenta cómo ha sido su experiencia con Dios.
Yo reuní a unas 650 personas para que escuchasen a un senador anterior hablar acerca de cómo Dios había cambiado su vida de manera drástica. Cuando era un alcohólico sin esperanza alguna, revolcándose en su propio vómito, sintiéndose tan desesperado que estaba dispuesto a quitarse la vida, Dios se encontró con él y le libró, llevándole a través de muchas luchas y sufrimiento a un lugar de prominencia y de poder. Yo estaba sentado en la plataforma observando cómo las personas estaban pendientes de cada una de sus palabras, escuchando a un hombre que estaba describiendo lo que puede hacer Dios.
Claro que la Biblia es la Palabra de Dios. Es el libro de más amplia distribución; es un best-seller perenne, habiendo sido traducido a más idiomas que cualquier otro libro. ¡Por eso siempre me ha parecido extraño las pocas personas que abren la Biblia para ver lo que tiene que decir Dios, pero en lugar de ello están dispuestos a escuchar lo que algún hombre dice acerca de lo que ha dicho Dios! Es acerca de este fenómeno a lo que se está refiriendo Jesús aquí: “Por vuestra causa fue enviado Juan. Por causa vuestra llamo la atención al testimonio de Juan, a fin de que podáis ser salvos”. Ésta es una visión maravillosa respecto al corazón compasivo de Jesús. Él está dispuesto a hacer uso de cualquier enfoque, siempre y cuando las personas estén dispuestas a escuchar lo que está diciendo Dios.
Jesús continúa diciendo algo muy hermoso acerca de Juan: “Él era una antorcha que ardía y alumbraba, y vosotros quisisteis regocijaros por un tiempo en su luz”. Juan era una antorcha o lámpara; no era una luz, era una lámpara. Una lámpara da luz, pero no es la luz misma. Si una lámpara no está ardiendo, tampoco está brillando; la lámpara está ahí, pero no hay luz. Muchas personas son así; son lámparas; tienen la capacidad de ser luces, pero no brillan. Juan era la clase de lámpara que brillaba con intensidad. Fue un testigo que habló a las gentes, de modo que pudiesen escuchar, oír y conocer a la Luz.
¿Le gustaría a usted ser una lámpara que brillase? Permítame decirle cómo puede conseguirlo. ¡Ilumine usted! Permita que la verdad de Dios sea el combustible de su corazón hasta que empiece a arder. Cuando entienda usted la asombrosa revelación de cómo actúa Dios en este mundo, su corazón empezará a arder y a continuación empezará usted a brillar. Nosotros cantamos con frecuencia: “Esta pequeña luz mía, la voy a dejar brillar”. He aquí cómo conseguirlo: ¡ardiendo!
Señor, quiero que mi luz brille como hizo la de Juan, orientando a las personas a mi alrededor hacia Ti.
Aplicación a la vida
Cuando la Luz del mundo, que es Jesucristo, vive en nosotros, somos llamados a ser portadores de Su luz. Cuando nuestros corazones están encendidos con Su luz y Su amor, no podemos evitar ser una luz como Sus testigos.