Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto.
Juan 15:2
Los capítulos 15 al 17 tuvieron lugar cuando el Señor y Sus discípulos iban caminando en dirección al huerto de Getsemaní. De camino pasaron por unas viñas que rodeaban a la ciudad. Tal vez Jesús se detuviese en medio de una viña, eligiese una vid y la usase como un medio de ilustración para Sus discípulos, con el fin de impartirles, por medio de todo Su discurso allí en el aposento alto, el secreto más fundamental y básico de la vida cristiana: “Yo soy en el Padre y el Padre en mí” (Juan 14:10).
Su preciosa analogía ha ayudado a muchos cristianos a entender la relación que Dios quiere que conozcan. Cuando dijo: “Yo soy la vid verdadera”, no se refirió a verdadera en contraste con algo falso, sino más bien real, genuino, contrariamente a una mera copia o símbolo. Al tener esta vid y sus ramas en Sus manos, indicó que ésta era una copia. Él era la Vid verdadera, por medio de la cual se recibe la vida auténtica.
El propósito de esta vid es que dé fruto. La viña no se planta como una ornamentación, sino para producir uvas, para que dé fruto. Éste es el punto que nuestro Señor explica en esta historia. A lo largo de todo este relato lo que enfatiza es el fruto. De modo que surge la pregunta: “¿Qué representa este fruto en nuestra vida?”.
Algunas personas leen esto y entienden que el fruto son otras personas ganadas para Cristo. El poder deducir esto de esta parábola es difícil de entender, porque no hay nada en ella que sugiera esto, ni mucho menos. El fruto es lo que produce la vid y es el resultado natural de la vida de la vid. Aunque es maravilloso cuando un cristiano tiene el privilegio de llevar a otros a Cristo, no es una indicación de falta de fruto el que usted no haya tenido nunca esta experiencia.
La figura de la vid se usa muchas veces en las Escrituras. Estos discípulos pensarían de inmediato en varios lugares en los que se usó. Uno de ellos es en Isaías 5: “Ciertamente la viña de Jehová... es la casa de Israel” (v. 7a). Israel era esa viña. Como nos dice Isaías, Dios se deshizo de las rocas en Su viña y la cercó. Construyó una torre, protegió la viña y cuidó de ella. Hizo todo lo posible para conseguir que produjese uvas, pero cuando vino a la viña y buscó las uvas, en lugar de ellas encontró unas uvas amargas y que no tenían gusto a nada. Isaías nos dice lo que eso representa en el versículo 7: “Ciertamente la viña de Jehová de los ejércitos es la casa de Israel, y los hombres de Judá, planta deliciosa suya. Esperaba juicio y hubo vileza; justicia, y hubo clamor” (Isaías 5:7).
Dios vino buscando justicia, y en lugar de ello encontró opresión, crueldad, explotación e indiferencia ante las necesidades de otros. Es evidente según esta parábola que el fruto que espera Dios de la viña es el carácter moral o, como se describe en Gálatas, el fruto del Espíritu. La vida que está en la viña produce fruto que describe Pablo en Gálatas 5 como “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza”. En otras palabras, el fruto es ser semejantes a Cristo, y nuestro Señor está indicando que el propósito mismo de la viña es producir esta clase de fruto.
Señor, enséñame a permanecer en Ti para que pueda dar un fruto que me haga semejante a Cristo.
Aplicación a la vida
¿Qué preciosa analogía ha ayudado a muchas personas a entender la relación que Dios desea que conozcamos?