Extendió Jehová su mano y tocó mi boca, y me dijo Jehová: “He puesto mis palabras en tu boca. Mira que te he puesto en este día sobre naciones y sobre reinos, para arrancar y destruir, para arruinar y derribar, para edificar y plantar”.
Jeremías 1:9-10
Como lo hizo con Isaías, Dios tocó la boca de Jeremías. Isaías comenzó de la misma forma. Dios había tocado su boca con las ascuas del altar y le dio poder para hablar. Las palabras de Jeremías, entonces, se convierten en la clave de su poder, ya que es el vivo, ardiente, devastador, constructor, poderoso poder de la Palabra de Dios.
Jeremías fue puesto sobre naciones y reinos. Esto no era mera poesía. Los mensajes de este libro estaban dirigidos a todas las grandes naciones del mundo de ese día: a Egipto, a Siria, incluso a Babilonia y su elevado poder y fortaleza. Jeremías fue dado una palabra para todas estas naciones. Yo creo que esto se repite en cada generación. Aquí están las naciones del mundo, con su obvia demostración de poder y suntuosidad y circunstancia, con líderes que son nombres bien conocidos, desfilando, amenazándose los unos a los otros, comportándose con tanto orgullo en sí mismos y con agresividad. Pero Dios escoge a un hombre joven desconocido, una juventud de treinta años de quien nadie ha oído nunca, de una diminuta ciudad en un país pequeño y desconocido, y le dice: “Mira, te he puesto sobre todas las naciones y reinos de esta tierra. Tu palabra, porque es mi palabra, tendrá más poder que todo el poder de las naciones”.
Ésa es una descripción extraordinaria de lo que es nuestra herencia como cristianos en Jesucristo. Santiago dice que la oración de un hombre justo libera gran poder. Cuando tú y yo oramos sobre los asuntos de la vida, podemos cambiar el curso de naciones, como la palabra de Jeremías alteró el destino de las naciones de su día. Cuando predicamos y proclamamos la verdad de Dios, aunque somos desconocidos y nadie sabe quiénes somos, esa palabra tiene poder para cambiar el curso de naciones.
Así que Jeremías fue colocado en medio de la muerte y la destrucción, pero Dios dijo que plantaría una esperanza y una sanación. Su palabra había de “arrancar y destruir, arruinar y derribar, edificar y plantar”, y ésa es siempre la obra de Dios. En una nación hay muchas cosas que han de ser derribadas ―las cosas en las que el hombre confía― exactamente como en el corazón y la vida de un individuo hay cosas que necesitan ser destruidas.
Hablé con un hombre joven sobre su matrimonio, que me dijo: “No entiendo qué es lo que está mal con mi matrimonio. Estoy haciendo todo lo que sé hacer, pero nuestra relación no está bien”. Le dije: “Sí, estoy seguro que hay algo que está mal, y Dios te lo mostrará. Hay cosas que estás haciendo en tu matrimonio de las cuales no eres consciente. Pero ahora estás cegado a ellas. Crees que las cosas están bien, y sin embargo no lo están. Todo lo que indica esto es que todavía hay cosas que Dios necesita derribar: puntos de orgullo, momentos de descortesía, quizás, que no reconoces, costumbres y reacciones de preocupación y ansiedad e ira y frustración en las que has caído o a las que te has rendido, y ni siquiera estás al tanto de ellas”. Todos tenemos áreas como éstas en nuestras vidas. La obra de Dios está para abrir nuestros ojos a estas cosas, para destruirlas y arrancarlas, y entonces, siempre, para edificar y para plantar. Dios nunca destruye sólo para destruir; destruye para que podamos ser edificados de nuevo.
Padre, te pido que encuentre el secreto del valor de este hombre joven para estar en pie en el día de peligro y desastre nacional, y a ser fiel a mi llamado.
Aplicación a la vida
Estamos viviendo en un tiempo de crisis, cuando “la verdad se tropieza en las calles”. ¿Escogeremos retirarnos de hablar la verdad en amor? ¿O nos mantendremos en el poder de nuestro Soberano Dios en contra de los poderes destructivos de la oscuridad?