Yo dije: “¡Ah, ah, Señor Jehová! ¡Yo no sé hablar, porque soy un muchacho!”. Me dijo Jehová: “No digas: ‘Soy un muchacho´, porque a todo lo que te envíe irás, y dirás todo lo que te mande. No temas delante de ellos, porque contigo estoy para librarte, dice Jehová”.
Jeremías 1:6-8
La respuesta de Jeremías es rehuirse de la llamada de Dios. Muchos hombres jóvenes habían hecho eso antes de él. Eso es lo que hicieron Moisés y Gedeón e Isaías y otros poderosos hombres de Dios. Al principio, cuando Dios los tomó y les encargó una tarea, se rehuyeron de ella. Jeremías utiliza la juventud y la inexperiencia como excusa; dice que no tiene la habilidad para hablar, tal y como lo hizo Moisés. ¡Así que, si alguna vez te sientes así cuando Dios te llama a una tarea, simplemente acuérdate de que estás en una sucesión profética! Los siervos de Dios a menudo comienzan de esa forma.
Por lo que podemos distinguir, Jeremías tenía unos 30 años en ese momento. Es a esa edad que los hombres jóvenes comenzaban su ministerio en Judá. Según la juventud moderna, eso es casi la vejez, más allá del tiempo en el que un hombre es capaz de hacer nada. Pero es entonces cuando Dios comienza. Jesús tenía treinta años cuando comenzó Su ministerio. Sin embargo, Jeremías siente su ineptitud y su inexperiencia y su inhabilidad.
Esto, pienso, marca la sensibilidad de este hombre joven. A través de toda su profecía encuentras que es muy receptivo y sensible a lo que le está ocurriendo. Es llamado a estar frente a reyes, a rugir denunciaciones y juicios, a sentir el agudo latigazo de sus recriminaciones en contra de él, a padecer su ira y su poder, y a sufrir con su pueblo al verles apresurándose precipitadamente hacia su propia autodestrucción. Siente esto profunda y agudamente, y llora y se lamenta. El libro de Lamentaciones está compuesto de los lloros de su corazón al sentir todo lo que le está ocurriendo. Jeremías es un hombre joven muy sensible y un profeta muy sensible.
Pero la respuesta que Dios le da es lo que ha sido a otras personas jóvenes que se sintieron de esta forma: “Ve, pues contigo estoy. No te preocupes sobre tu voz, tu apariencia, tu personalidad, tu habilidad; Yo estaré contigo. Yo seré tu voz. Hablaré por medio de ti; te daré las palabras. Te daré el poder para permanecer en pie. Te daré el valor. Seré tu sabiduría. Seré cualquier cosa que necesites. Cualquier cosa que se exija de ti. Estaré ahí para cumplirlo”.
Tú y yo reconocemos que esto, esencialmente, es el Nuevo Pacto que Jesús hace con todos nosotros. Esto es lo que nos promete a cada uno de nosotros: que estará con nosotros de la misma forma. La promesa que animó a Jeremías es la misma promesa que se nos ofrece a ti y a mí en el evangelio: que, sea lo que seamos, cualquier exigencia que se haga sobre nosotros, “No temas. No rehúyas. No digas: ‘No puedo hacer eso´. Acuérdate que Dios dice: ‘Contigo estaré, y yo te daré la habilidad para hacerlo´”.
Señor, sé que llamas a aquellos que no son adecuados por sí mismos, y confieso que eso soy yo. Enséñame a poner mi confianza no en mis propias habilidades sino en las Tuyas.
Aplicación a la vida
¿Nos sentimos desanimados cuando consideramos la enormidad de la llamada de Dios en nuestras circunstancias individuales? ¿Alguna vez nos deja Dios solo e indefensos? ¿Necesitamos reexaminar el poder de Su presencia y provisión en nosotros como Sus siervos?