Entonces quebrarás la vasija ante los ojos de los hombres que van contigo, y les dirás: “Así ha dicho Jehová de los ejércitos: De esta forma quebrantaré a este pueblo y a esta ciudad, como quien quiebra una vasija de barro, que no se puede restaurar más; y en Tofet serán enterrados, porque no habrá otro lugar para enterrar”.
Jeremías 19:10-11
A Jeremías se le dijo, en la llamativa imagen que Dios utilizó para el beneficio de esta gente, que tomara la vasija del alfarero que había comprado y la quebrara en una roca. Al observarla romperse en mil pedazos, de forma que era imposible restaurarla, esta gente fue enseñada que estaban tratando con un Dios cuyo amor es tan intenso que nunca alterará Su propósito, incluso si tiene que destruir y quebrantar y derruirles de nuevo.
Date cuenta que ésa es la forma en la que el mundo ve a Dios ahora mismo. Ven el infierno que viene a nuestro mundo. Y pronto será peor, de acuerdo a las Escrituras proféticas. Habrá peores señales tomando lugar, peores asuntos entre los hombres. Clamarán en contra de Dios como siendo severo y despiadado y vengativo, lleno de venganza e ira y odio. Esto es todo lo que el mundo ve.
Pero al pueblo de Dios se le enseña una verdad más profunda. Jeremías había estado en la casa del alfarero. Había visto al alfarero haciendo una vasija, y supo que era amor tras las presiones de este Alfarero, y que cuando la vasija estaba dañada, este Alfarero era capaz de desmoronarla de nuevo, trayéndola a nada más que una masa, y después moldearla, formándola de nuevo, quizás haciendo esto repetidamente, hasta que al final ha cumplido lo que Dios quería. Ésa era la gran lección que Jeremías aprendió en la casa del alfarero, y que nosotros podemos aprender en la casa del alfarero así mismo.
Una de las grandes lecciones que podemos aprender del uso que hace el Nuevo Testamento de la figura del alfarero está en el libro de Hechos: el incidente cuando Judas trajo las treinta piezas de plata de regreso y las tiró a los pies de los sacerdotes, después de haber traicionado a su Señor. Los sacerdotes recogieron el dinero, consultaron entre ellos y compraron con el dinero el campo del alfarero. Se conoció después como “Campo de sangre” (Mateo 27:6-10). Esto de nuevo es un maravilloso recordatorio de Dios del corazón de nuestro Alfarero. Porque si te fijas con mucho cuidado en este Alfarero obrando en tu vida, encontrarás que Sus manos y Sus pies llevan las marcas de los clavos, y que es por medio de la sangre, la sangre del Alfarero mismo, que la vasija está siendo formada en lo que Él quiere que sea.
Cuando estamos en las manos del Alfarero, sintiendo Sus presiones, sintiendo el moldeo de Sus dedos, podemos relajarnos y confiar en Él, porque sabemos que este Alfarero ha sufrido con nosotros y sabe cómo nos sentimos, pero está determinado a hacernos una vasija que sea “útil al Señor” (2 Timoteo 2:21). ¡Qué tremenda lección aprendió Jeremías en la casa del alfarero!, una que nos puede guiar y guardarnos bajo las presiones de la vida.
Señor, Tú has utilizado las pruebas y las presiones en mi vida para enseñarme a rendirme a Ti. Te invito a que utilices los medios para continuar moldeándome y formándome en la persona que quieres que sea.
Aplicación a la vida
¿Estamos aprendiendo a reconocer que las disciplinas de Dios son evidencia de Su amor insaciable? ¿Cómo respondemos a este amor que persiste en hacernos completos?