Pero tú, Jehová de los ejércitos, que juzgas con justicia, que escudriñas la mente y el corazón, déjame ver tu venganza sobre ellos, porque ante ti he expuesto mi causa.
Jeremías 11:20
Quizás la lección central de este libro es lo que le ocurrió a Jeremías al prepararle Dios para ministrar en el día de declive. Fue llamado a un ministerio extraño y difícil. Dios gradualmente le tuvo que preparar y endurecerle cada vez más para las tareas que habían de dársele en esta nación. Así que Jeremías fue inmerso en un tiempo incluso más difícil del que jamás había conocido, un tiempo de problemas para la nación.
Dios manda al joven Jeremías de regreso a la nación con otra palabra de advertencia y denunciación; por la tercera vez ahora en el ministerio de Jeremías, Dios le dice que no debe orar por esta nación: “Tú, pues, no ores por este pueblo: no levantes por ellos clamor ni oración, porque yo no los escucharé el día en que por su aflicción clamen a mí” (v. 14).
Esto es lo que había afligido tanto a Jeremías: que Dios ni siquiera le permitiría orar por ellos. Le había impuesto una cuarentena vocal a Jeremías; había dicho: “No quiero que ores, ya que la oración pospone juicio”. Todo esto tuvo gran efecto sobre Jeremías. Lo que vamos a ver ahora es cómo Dios endurece a este hombre joven en preparación para lo que ha de venir.
Jeremías había encontrado algo que estaba ocurriendo que le causó una absoluta consternación. Aprendió que había un complot en contra de su vida por parte de sus propios vecinos y amigos. Nos lo cuenta, comenzando en el versículo 18: “Jehová me lo hizo saber, y lo supe; entonces me hiciste ver sus obras. Yo era como un cordero inocente que llevan a degollar” (vv. 18-19a). A Jeremías se dio cuenta de cuán ingenuo y ciego había sido al confiar en estos vecinos y amigos. Ahora habían conspirado contra su vida.
“Pues no entendía que maquinaban designios contra mí, diciendo: ‘Destruyamos el árbol con su fruto, cortémoslo de la tierra de los vivientes, para que no haya más memoria de su nombre´” (v. 19b). Jeremías estaba consternado de que sus amigos se negaran a soportarle y le pudieran traicionar de esta forma. Viene al Señor y clama: “Pero tú, Jehová de los ejércitos, que juzgas con justicia, que escudriñas la mente y el corazón, déjame ver tu venganza sobre ellos, porque ante ti he expuesto mi causa”.
Hizo lo correcto. Trajo su problema al Señor. Algunos de nosotros no nos molestamos en hacer eso cuando se nos presenta una prueba. Corremos a otra persona. Pero él se lo trajo al Señor. ¡Sin embargo era un evangélico concienzudo, ya que, aunque había traído su problema al Señor, tenía también con él un plan completo de cómo Dios debía solucionarlo!
Padre, ayúdanos a dejar de lado nuestro orgullo y a comprometernos a Ti y a Tus causas, ya que Tú siempre eres nuestro protector.
Aplicación a la vida
¿Cómo respondemos cuando la respuesta de Dios difiere de nuestro entendimiento? ¿Presumimos darle consejo? ¿O hemos aprendido que Su sabiduría, Su presencia y Su poder son todo lo que necesitamos para cada situación?