Ahora, pues, por cuanto vosotros habéis hecho todas estas cosas, dice Jehová, y aunque os hablé sin cesar, no escuchasteis, y aunque os llamé, no respondisteis.
Jeremías 7:13
La primera cosa que Dios hace cuando comienzas a irte a la deriva es avisarte de lo que van a ser las consecuencias. Es fiel en decirte que si “siembras a la carne, cosecharás corrupción de la carne”. No hay forma de escaparse de ello. Incluso el perdón no remueve las consecuencias. Si siembras a la carne, cosecharás corrupción de la carne. El pecado deja sus cicatrices aunque la herida haya sido sanada. Dios nos advierte que va a haber heridas en tu vida, heridas en tu corazón, heridas por tus seres queridos a tu alrededor. No hay forma de escaparse de ello. Pero después dice: “aunque os llamé, no respondisteis”.
La llamada de Dios es una imagen del amor buscando una respuesta, recordándote de Quién es y de cuánto te quiere, intentando despertar una respuesta de amor y gratitud de distintas formas, llamándote a que vuelvas. Es como el padre en la historia del hijo prodigo, mirando al horizonte esperando ver a ese hijo volver, deseando que vuelva. Ésta es la imagen de Dios, buscando a los hombres y las mujeres, niños y niñas, siendo fiel a ellos, deseando tenerlos de nuevo, llamándoles una y otra vez. Ésta es una imagen de la paciencia de Dios. Esto puede ocurrir durante años en el caso de un individuo. Durante todo este tiempo nos pide que oremos por aquellos que son así, para alcanzarlos mediante el poder de la oración.
Pero cuando eso no funciona, le queda un paso en el programa: juicio. Verás, el juicio no es la forma que Dios tiene de decir: “He terminado contigo”. No es una marca del abandono de Dios; es el último acto de amor de Dios para volverte a Él. Es el último recurso de amor. C.S. Lewis lo dijo muy bellamente cuando dijo: “Dios nos susurra en nuestros placeres; nos habla en nuestra labor; nos grita en nuestro dolor”. Cada uno de nosotros sabemos que ha habido momentos cuando no escucharíamos a Dios, no prestaríamos atención a lo que estaba diciendo Su Palabra, hasta que Dios nos puso enfermos en cama o nos permitió ser mal heridos. Entonces comenzamos a escuchar. Eso era lo que Jeremías debía aprender. No entendía que la nación había llegado a un sitio donde la única cosa que la sanaría, la única oportunidad que le quedaba, era el juicio de Dios: permitiendo la herida y el dolor de la invasión y la pérdida de su sitio nacional.
Es por esto que, anteriormente en el capítulo, ordenó que la oración por el pueblo cesara, pero esa predicación continuó. La oración retrasa el juicio, pero la predicación lo acelera. Lo que esta nación necesitaba para ser restaurada y sanada era juicio. Así que Dios dijo: “No lo retrases; no me detengas. Esto es lo que hará la obra. Cirugía radical es lo único que queda, así que deja de orar”.
Gracias, Padre, por la manera en la que has sido fiel para traer consecuencias sobre mí cuando me resisto a Ti, para que aprenda a andar en Tus caminos.
Aplicación a la vida
¿Cómo respondemos cuando nosotros, entre otros, experimentamos las consecuencias de nuestras elecciones pecaminosas? ¿Estamos aprendiendo a darles la bienvenida como viniendo del corazón y la mano amantes del Padre?