Después oí la voz del Señor, que decía: “¿A quién enviaré y quién irá por nosotros?”. Entonces respondí yo: “Heme aquí, envíame a mí”. Y dijo: “Anda, y dile a este pueblo: ‘Oíd bien, y no entendáis; ved por cierto, pero no comprendáis’”.
Isaías 6:8-9
Cuando Isaías oye que Dios le llama, su corazón responde instantáneamente. A esta hora ha creído lo que Dios ha dicho. Ya no se siente deshecho y contaminado. Creyó que cuando Dios dijo que estaba perdonado realmente estaba perdonado. Ya no se siente indigno o incapaz de servir. Está entusiasmado por ir: “Heme aquí, envíame a mí”.
En el seminario me dijeron que muchos cristianos, cuando oyen la voz de Dios diciéndoles que sirvan, a menudo responden, para parafrasear lo que dijo Isaías: “¡Heme aquí! ¡Manda a mi hermana!”. (¡Esto se aplica especialmente al trabajo misionero!) Tal respuesta muestra que nunca se han sentido realmente perdonados. Nunca han sentido la maravilla y el privilegio de ser utilizados por Dios, la maravilla de ser llamados a servir a la gente necesitada, ya sea que necesiten comida o casa, ya sea que necesiten conocimiento, verdad o amor, o sea una necesidad de ser lavados y perdonados. Pero eso es lo que los cristianos son llamados a hacer. A menudo pienso en las palabras de Peter Marshall: “Muchos cristianos son como hombres vestidos en trajes de buceo que están diseñados para bucear a muchas brazas de profundidad, que valientemente se dedican a sacar el tapón de la bañera”. Mucha de la actividad cristiana parece merecerse esa descripción.
Pero Isaías, respondiendo a la llamada de Dios, fue mandado inmediatamente a satisfacer las necesidades de su pueblo. La palabra de Dios es: “¡Ve! Algo maravilloso te ha ocurrido; así que, ¡ve!”.
No vayas si no has tenido una visión de la majestad y la grandeza de Dios, si nunca has oído Su voz hablándole a tu corazón, si nunca has gemido: “¡Ay de mí! Estoy deshecho”. A menos que hayas sentido la purificación de Dios y la gracia restauradora, no vayas. No tendrás nada que decir. No puedes ayudar a nadie al compadecerles y en compartir en su miseria. Mejor debes ir sabiendo lo que ellos necesitan oír, lo cual Dios hablará a sus corazones, como lo ha hablado a tu corazón. Si has sentido eso, entonces puedes decir, como espero que estés diciendo: “¡Señor, heme aquí; envíame a mí!”.
Padre, concédeme el sentir el toque de las ascuas purificadoras de tu altar en mis labios y en mi corazón, como lo hiciste con Isaías, para que yo pueda ser como el profeta, digno, entusiasmado y disponible para ir.
Aplicación a la vida
Cada discípulo de Jesús tiene un mandato para servir a otros en Su nombre. ¿Estamos asintiendo a la llamada y la purificación requerida que nos capacitan para servir tanto con dignidad como con humildad?