¡Cómo caíste del cielo, Lucero, hijo de la mañana! Derribado fuiste a tierra, tú que debilitabas a las naciones. Tú que decías en tu corazón: “Subiré al cielo. En lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono… ”. Mas tú derribado eres hasta el seol, a lo profundo de la fosa.
Isaías 14:12-13a, 15
Este versículo describe una figura supernatural que, en el mundo invisible del espíritu, está detrás del reinado terrenal de Babilonia. Aquí estamos viendo lo que es llamado “la caída de Satanás”. Lucero, el ángel más brillante y bello de los ángeles de Dios, el que estaba más cercano a Su trono, estaba tan extasiado con su propia belleza que se rebeló contra el gobierno de Dios y por consiguiente se convirtió en el adversario, Satanás. Aquí se ve cómo al final se le manda a las profundidades del abismo.
Estamos mirando claramente más allá de los acontecimientos de la tierra a aquel mundo espiritual que gobierna esos acontecimientos. Pablo nos dijo que “no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este mundo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Efesios 6:12). El gran rey de maldad es responsable de toda injusticia humana. Es por esto que las naciones se enfurecen, por lo que no podemos conseguir la paz entre los hombres al nivel del consejo humano. Debemos tener en cuenta a estos seres sobrenaturales que están detrás de las acciones equivocadas de los hombres.
En este pasaje aprendemos cuál es el origen de la naturaleza del pecado. La raíz del pecado es el egocentrismo. Esto es lo que está tras el narcisismo de los días en que vivimos. Los medios de comunicación constantemente presionan a la gente a que se cuide a sí misma; hablan de “mis derechos, mis deseos, mis planes. ¿Qué le saco yo a todo esto?”. Esta filosofía es la que, como un fermento, no hace más que agitar la olla de las relaciones internacionales, que hace que hierva una y otra vez con guerras y conflictos.
La naturaleza del pecado es el jugar a ser Dios en nuestro pequeño mundo. No importa si eres un creyente o no, lo que constituye el pecado es creerse que uno mismo está en control de su propio destino, que uno lo tiene todo para manejar la vida. Primera de Juan 3:8 dice que “el pecado es del diablo, porque el diablo peca desde el principio”. El jugar a ser Dios es la naturaleza del pecado. Es una experiencia extremadamente placentera que nos encanta.
Un hombre de negocios que era cristiano escribió sobre su propia experiencia: “Es mi orgullo el que me hace independiente de Dios. Es atractivo el sentir que soy el dueño de mi destino. Yo estoy encargado de mi propia vida; yo llevo la batuta; yo lo hago todo solo. Pero esa sensación es mi deshonestidad básica. No puedo hacerlo yo todo solo. No puedo depender sólo de mí mismo finalmente. Dependo de Dios incluso para mi próximo aliento. Es deshonesto el fingir que soy más que un hombre pequeño, débil y limitado. El vivir independiente de Dios es un autoengaño. No es cuestión de que el orgullo sea una pequeña característica desafortunada y que la humildad sea una pequeña virtud atractiva. Lo que está en juego es mi integridad psicológica interna. Cuando soy vano, me estoy mintiendo a mí mismo sobre lo que soy. Estoy fingiendo ser Dios y no hombre. Mi orgullo es la alabanza idólatra de mí mismo; y ésa es la religión nacional del infierno”.
Perdóname, Padre, por aquellas áreas de mi vida donde mi orgullo reina todavía.
Aplicación a la vida
Cuando somos cómplices a sabiendas con la filosofía de Satanás: “¿Qué le saco yo a esto?”, ¿estamos considerando las consecuencias personales y relacionales? ¿Cuál es el fermento en la olla de las relaciones internacionales?