“Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: aunque vuestros pecados sean como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; aunque sean rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana. Si queréis y escucháis, comeréis de lo mejor de la tierra; si no queréis y sois rebeldes, seréis consumidos a espada”. La boca de Jehová lo ha dicho.
Isaías 1:18-20
Cuando leemos Isaías 1, hay un problema que es evidente inmediatamente. El análisis que Dios hace de la raza humana es que estamos fundamentalmente corrompidos con egocentrismo, por lo que no queremos hacer aquello que es bueno. Sólo queremos ministrarnos a nosotros mismos y a nuestras propias vidas. Como solución, Dios dice en el versículo 16: “Lavaos y limpiaos, quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos, dejad de hacer lo malo”. Pero la pregunta se presenta de nuevo: ¿Cómo puede la gente malvada hacer cosas buenas?
Esta pregunta se contesta en los versículos 18 al 20. No se puede decir de forma más simple. No hay remedio en el hombre en sí. No podemos sanarnos a nosotros mismos. Necesitamos hacer más que cambiar nuestros hábitos. Nosotros mismos necesitamos cambiar, y ese cambio sólo puede ocurrir en una relación con el Dios viviente.
Éstas son las buenas nuevas; éste es el evangelio. El anhelo de la venida del Señor Jesucristo y el derramamiento de Su sangre, que Él tome nuestro lugar, para que Dios ponga nuestros pecados sobre Él y así permita que Jesús nos dé el don de la justificación, para que nuestros corazones sean cambiados. El egoísmo no se quita, sino que es superado por el don del amor. Un viejo himno que solíamos cantar en la escuela dominical decía esto muy bien:
¿Qué me puede dar perdón?
Sólo de Jesús la sangre.
¿Y un nuevo corazón?
Sólo de Jesús la sangre.
Precioso es el raudal
Que limpia de todo mal;
No hay otro manantial
Sólo de Jesús la sangre.
Isaías es fiel a su nombre: “Dios salva”, “Yahveh salva”. Sólo Él lo puede hacer. Hay algunos que han intentado limpiar sus vidas. Cada tanto tiempo la gente tiene el deseo que dejar de hacer aquellas cosas que obviamente les hacen daño a ellos mismos y a otros. Pero parece que nunca funciona. Quizás dejen de hacerlo por un tiempo, pero entonces otro mal hábito sale a la superficie, y pronto regresan a las viejas maneras. No hay ningún poder para cambiar. Pero el evangelio, las bellas buenas nuevas, es que Dios ha encontrado la manera de derribar el problema humano, para darnos un corazón cambiado y para enseñarnos una nueva forma de vivir.
Gracias, Padre nuestro, por esta maravillosa palabra franca, y por las buenas nuevas que no somos dejados en nuestra triste y miserable condición. Gracias porque te has abierto camino en nuestras vidas por medio del Señor Jesús, por Su muerte y resurrección, y porque Tu morada en nosotros nos hace distintos.
Aplicación a la vida
Al enfrentarnos con el hecho de nuestro propio egoísmo, ¿intentamos “sellar la disputa” por nuestro propio esfuerzo? ¿Estamos aprendiendo a celebrar el poder que tiene el evangelio para liberarnos?