Pero Pedro y Juan respondieron diciéndoles: —Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios, porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído.
Hechos 4:19-20
La inconsistencia de estos dirigentes judíos llevó a lo que básicamente era un acto ilegal. Ellos eran los representantes de Dios para esta nación y, como tales, estaban ostensiblemente dedicados a hacer la voluntad de Dios. Sin embargo, aquí, a pesar de la evidencia que habían recibido de lo que Dios quería que se hiciera, directamente se opusieron a la voluntad y palabra de Dios y prohibieron a estos apóstoles a hablar en el nombre de Jesús. Los discípulos, muy sabia y educadamente, rehusaron obedecer esta orden. Señalaron que no les quedaba otra elección: “no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído”. El mensaje que estaban declarando era tan desafiante, tan transformador en sus implicaciones, tanto para la nación como para el mundo, que no pueden permanecer en silencio y al mismo tiempo ser fieles a su relación con Dios. Era un mensaje desesperadamente necesario, tan poderoso en sus implicaciones y su efecto que ellos no pueden, por causa de su pura humanidad, permanecer en silencio. Así que respetuosamente rehúsan obedecer lo que estos dirigentes ordenaron.
En este momento la cuestión sobre la desobediencia civil sale a relucir. Estos apóstoles se les había prohibido por las autoridades propiamente establecidas a predicar en el nombre de Jesús. Los apóstoles les dijeron cara a cara que no obedecerían la regla. Este incidente ha sido utilizado a través de los siglos para justificar muchas actividades tal y como los conflictos de raza, el resistirse al reclutamiento, manifestaciones violentas, boicots, huelgas, etc. No podemos leer este relato sin que salga esta cuestión a relucir, y bastante apropiadamente: ¿Está bien para un cristiano desobedecer la ley por escrúpulos de conciencia? La clara contestación de este relato es: “¡Sí!”. Hay veces cuando es necesario, cuando está bien desobedecer apropiadamente la autoridad establecida. La clase dirigente puede equivocarse tanto como tener razón.
Las Escrituras son claras sobre el hecho de que los gobiernos son dados por Dios. Pablo dice que las autoridades del gobierno son sirvientes de Dios (Romanos 13:1-7). El emperador que estaba en el trono cuando Pablo estaba escribiendo estas palabras era Nerón, un hombre malvado, vil y ateo. Sin embargo, Pablo podía escribir que las autoridades gobernantes son siervas de Dios, y aquellos que las resisten, resisten lo que Dios ha decretado. Reconoce que los gobiernos tienen ciertos poderes, derivados no de la gente sino de Dios: el poder de imponer impuestos, el poder de mantener la ley y el orden, el poder de castigar la maldad hasta el punto de la muerte. Las Escrituras lo dejan perfectamente claro que todo esto está bien y es decretado por Dios, y los creyentes son exhortados a obedecer a las autoridades.
Pero hay lugar para la desobediencia civil. Fíjate que ocurre aquí sólo porque la conciencia de estos hombres descansaba directamente en la Palabra de Dios, que contradecía la ley humana. El asunto es tan claro que Pedro hasta llama a los dirigentes a ser jueces sobre lo que deberían hacer los apóstoles. Dice: “¿Qué es lo que está bien a los ojos de Dios? Vosotros sois hombres religiosos. Vosotros sabéis cuál es la mayor autoridad. ¿A quién debemos obedecer: a Dios o a los hombres?”. El asunto estaba tan claro que estas autoridades no pueden decir ni una sola palabra. Todo lo que pueden hacer es amenazar y jactarse e intentar mantener control por la amenaza de fuerza. Estaban temerosos de la gente, que estaba convencida de que esto era una extraordinaria señal de Dios.
Presérvame, Padre, del fervor erróneo. Revélame la agitación subyacente en la sociedad que sea el resultado de Tu Espíritu obrando entre los hombres, y a estar en línea contigo, para tomar mi puesto con estos hombres y mujeres de la antigüedad.
Aplicación a la vida
¿Estamos sumisa y honestamente buscando la sabiduría de Dios sobre el asunto de la desobediencia civil? Jesús nos llama a ser la sal y la luz, ambas desesperadamente necesitadas en nuestra cultura que está rápidamente desintegrándose. ¿Estamos orando y siendo obedientes?