Pasados muchos días, los judíos resolvieron en consejo matarlo; pero sus asechanzas llegaron a conocimiento de Saulo. Y ellos guardaban las puertas de día y de noche para matarlo. Entonces los discípulos, tomándolo de noche, lo bajaron por el muro, descolgándolo en una canasta.
Hechos 9:23-25
¡Qué humillación! Aquí estaba Pablo, equipado para convencer a la gente para Jesucristo. Iba a mostrar al mundo cuánto podía hacer para este nuevo Señor que había encontrado. Pero, en cambio, se encuentra humillado, desechado, rechazado, repudiado. Sus propios amigos han de llevárselo de noche y bajarlo por una muralla. Camina hacia la oscuridad en completo y miserable fracaso y derrota.
Lo más asombroso es que muchos años después, al escribirles a los corintios y al reflejar sobre su vida, recuenta este episodio. Dice: “¿Me pides que me gloríe del acontecimiento más importante de mi vida? El más grande acontecimiento de mi vida fue cuando me llevaron de noche y me descolgaron sobre los muros en un canasto. Ésa fue la experiencia más significativa que jamás he tenido desde el día que conocí a Cristo” (2 Corintios 11:32-33).
¿No es asombroso? ¿Por qué sería esto? Porque fue ahí en ese momento que el apóstol comenzó a aprender las verdades que anota para nosotros en el tercer capítulo de Filipenses, donde dice: “Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús” (Filipenses 3:7-8a). O sea: “Todas las cosas que sentí eran tan necesarias para hacer lo que Dios quería, tuve que aprender que eran absolutamente inútiles, sin valor. No las necesitaba para nada. Todo lo que pensé que tenía y necesitaba para servirle, tuve que aprender que no lo necesitaba para nada. El comienzo de esa gran lección fue la noche en la que me descolgaron en un canasto de las murallas. Ahí empecé a aprender algo. Tardé bastante tiempo en entenderlo. Pero ahí empecé a aprender que Dios no necesitaba mis habilidades; necesitaba sólo mi disponibilidad. Sólo me necesitaba a mí, como persona. No necesitaba mi trasfondo; no necesitaba mi linaje. No necesitaba mi conocimiento del hebreo. No necesitaba mi conocimiento de la ley. No necesitaba ninguno de estas cosas para nada. De hecho, no tenía ninguna intención particular de utilizarlas para alcanzar a los judíos; me iba a mandar a los gentiles”. Y aunque no lo entendió plenamente entonces, empezó a asumir el yugo de Cristo y a aprender aquello que Jesucristo dice que cada uno de nosotros debe aprender si vamos a ser útiles para Él.
Jesús nos informa del currículo: “que soy manso y humilde de corazón” (Mateo 11:19b). La ambición y el orgullo deben morir. Aprendemos que ya no vivimos para engrandecernos a nosotros mismos. No vivimos para ser una persona importante, ni religiosa ni secularmente. Vivimos sólo para ser un instrumento de la obra de Jesucristo. Y debemos aprender la verdad que Jesús enseñó a Sus propios discípulos cuando estaba aquí en la carne: “separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15:5b). ¿Qué es lo que puedes hacer? “¡Nada!” Puede que lo que hagas sea mucho a los ojos del mundo. Puede que lo que hagas sea estimado ahí. Pero a los ojos de Dios, sin Él no es nada. Si estás dependiendo de ti mismo, Dios evalúa todo lo que haces como si no valiera nada. Esto es lo que Pablo comenzó a aprender. Por medio de esta experiencia su orgullo comenzó a morir.
Señor, te pido que aprenda la lección, y que tenga la voluntad de no ser ya una persona que tenga que tener el control del programa yo mismo, sino que esté dispuesto a seguir a donde Tú guías, y a confiar en Tu vida en mí para poder ser todo lo necesario para poder hacer todo lo que necesita hacerse.
Aplicación a la vida
¿Estamos aprendiendo la libertad y la belleza de la humildad, o estamos todavía contando con nuestros propios recursos, reales o imaginados, para lograr la obra de Dios en nosotros y por medio de nosotros?