Después de haberlos azotado mucho, los echaron en la cárcel, mandando al carcelero que los guardara con seguridad. El cual, al recibir esta orden, los metió en el calabozo de más adentro y les aseguró los pies en el cepo. Pero a medianoche, orando Pablo y Silas, cantaban himnos a Dios; y los presos los oían. Entonces sobrevino de repente un gran terremoto, de tal manera que los cimientos de la cárcel se sacudían; y al instante se abrieron todas las puertas, y las cadenas de todos se soltaron.
Hechos 16:23-26
No hay nada inusual sobre un terremoto en esta región. Hasta hoy en día, los terremotos son comunes en el norte de Macedonia. El terremoto era natural; el momento en el que ocurrió era sobrenatural. Dios soltó el terremoto precisamente en el momento apropiado y liberó a Pablo, Silas y los otros prisioneros. El aspecto más dramático de esta historia, de hecho, no es el terremoto. Es Pablo y Silas cantando en medio de la noche. ¡Alguien ha dicho que el evangelio entró en Europa por medio de un concierto sagrado que tuvo tanto éxito que derrumbó la casa!
¡Imagínate eso, dando alabanza a Dios! Ése es el significado de la palabra “orando” utilizada aquí. No estaban pidiendo nada; estaban alabando a Dios y cantando himnos. Y no estaban siendo falsos tampoco. Sus espaldas estaban en carne viva y sangrientas, estaban cubiertos de heridas, habían sufrido una gran injusticia, pero no exhibían ninguna lástima de sí mismos ni resentimiento. Se estaban enfrentando a una incertidumbre agonizante. No sabían que este terremoto liberador venía de camino. Pero a la media noche comenzaron a alabar a Dios y a cantar himnos. No sé qué es lo que cantaron. Sé lo que yo estaría cantando: “Salva a los moribundos; cuida a los agonizantes”. Pero creo que estaban cantando: “¡Cuán grande es Él!”. Evidentemente cantaron porque podían ver cosas que nosotros, en nuestra condición pobre y ciega, raramente vemos. Estos eran hombres de fe. Cuando veas lo que ellos dijeron, tu pregunta ya no será: “¿Por qué cantaron?”, sino “¿Qué otra cosa podían hacer más que cantar?”.
Vieron, primero, que el enemigo tenía pánico. Estaban conscientes de que estaban en una batalla espiritual. Pero estaban deleitados de ver que el enemigo tenía pánico y había recurrido a la violencia. Eso siempre significa que ya no le queda ningún recurso. Ya ha utilizado todos sus recursos, y no le queda nada. Sabían que habían ganado. La segunda cosa que vieron era que Dios, en Su poder de resurrección, estaba obrando en la situación. El poder de la resurrección no puede ser detenido. Todos los intentos de oponerse a él, o de echar un obstáculo en su camino, son dados la vuelta y utilizados como oportunidades para avanzar. Pablo y Silas sabían esto, así que estaban seguros de que habían ganado.
La tercera cosa que entendieron es que el sufrimiento es totalmente necesario para la madurez del cristiano. Nunca crecerás, nunca serás lo que Dios quiere que seas, sin alguna forma de sufrimiento. Cuando aprendas eso, dejarás de quejarte y lamentarte de tu estado. Cuando te encuentres con algún sufrimiento, comenzarás a regocijarte. Vieron que el enemigo había sido derrotado, que la obra había sido establecida y que ellos personalmente se habían beneficiado. Y Dios estaba tan emocionado por esto que dijo: “No me puedo mantener quieto. ¡Voy a sacudir este sitio un poco!”. Se bendijo el corazón de Dios el ver a hombres actuar de esta forma. Y la prisión fue abierta.
Padre, enséñame la perspectiva que Pablo y sus amigos tenían, para que me pueda regocijar en mis sufrimientos, sabiendo que Tú los utilizarás para que yo crezca y madure.
Aplicación a la vida
¿Nos producen nuestras dificultades, que son comparativamente mínimas, el tener pena de nosotros mismos, o a genuinamente alabar a Dios? ¿Estamos espiritualmente equipados para experimentar persecución severa y/o las dificultades inevitables de la vida?