Mientras nosotros permanecíamos allí algunos días, descendió de Judea un profeta llamado Agabo, quien, viniendo a vernos, tomó el cinto de Pablo, se ató los pies y las manos y dijo: —Esto dice el Espíritu Santo: “Así atarán los judíos en Jerusalén al hombre de quien es este cinto, y lo entregarán en manos de los gentiles”.
Hechos 21:10-11
Ésta es una escena un tanto dolorosa. En Cesarea entraron en la casa de Felipe el evangelista. Ahí Agabo, un profeta del Señor, en una forma dramática y visual, tomó el cinto de Pablo de alrededor de su cintura y se le ató los pies y las manos, y dijo: “Esto es lo que te está diciendo el Espíritu Santo, Pablo. Si vas a Jerusalén, esto es lo que te va a pasar: Serás entregado en las manos de los gentiles, te atarán, y serás un prisionero”.
Este era el último intento hecho por el Espíritu Santo para despertar al apóstol a lo que estaba haciendo. Agabo estaba unido en esto por medio de todo el cuerpo de creyentes. Toda la familia presente le urgió a que no fuera, incluso Lucas. Leemos en el versículo 12: “Al oír esto, le rogamos nosotros y los de aquel lugar que no subiera a Jerusalén”. Así que incluso sus asociados cercanos reconocieron la voz del Espíritu, al cual el apóstol parecía extrañamente sordo. Se negó a escuchar.
Y en la respuesta de Pablo podemos detectar que, sin apenas haberse dado cuenta de lo que había ocurrido, había sucumbido a lo que llamamos un “complejo de mártir”. Pablo dijo en el versículo 13: “¿Qué hacéis llorando y quebrantándome el corazón?, pues yo estoy dispuesto no sólo a ser atado, sino también a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús”. Estas palabras eran valientes y sinceras y serias. Sintió cada palabra. No encontramos falta con la valentía y el coraje expresada en esas palabras. Pero no era necesario que él fuera, y el Espíritu le había dicho que no fuera.
Aquí podemos ver lo que le puede ocurrir a un hombre de Dios cuando es confundido por un hambre urgente de lograr una meta que Dios no le ha dado para hacer. La carne había engañado a Pablo, y evidentemente se vio a sí mismo como que estaba haciendo lo que el Señor hizo en Su último trayecto a Jerusalén. El relato del evangelio dice que Jesús categóricamente se dispuso a ir ahí, determinado a ir en contra de todos los ruegos y las advertencias de Sus propios discípulos. Pablo se debió de haber visto en ese mismo papel. Pero Jesús tenía el testimonio del Espíritu en Sí mismo de que eso era la voluntad del Padre para Él, mientras que Pablo tenía lo exactamente opuesto. El Espíritu le había dejado muy claro que no debía ir a Jerusalén.
Cuando Pablo se negó a ser persuadido por sus amigos, dijo: “Bueno, hágase la voluntad del Señor”. Eso es lo que dices cuando no sabes qué más decir. Eso es lo que oras cuando no sabes qué hacer. Están simplemente diciendo: “Señor, ahora te toca a ti. No podemos detener a este hombre. Tiene una voluntad fuerte y una determinación poderosa, y está engañado pensando que esto es lo que tú quieres. Por lo tanto, tú tendrás que ocuparte de ello. Hágase la voluntad del Señor”.
Padre, gracias por registrar tan fielmente incluso este fallo por el apóstol. Me es de mucha ayuda, dejándome ver cómo debo depender no del brazo de la carne sino del brazo del Espíritu. Enséñame a caminar en obediencia, Señor, y a no aventurarme en aquello que sería meramente el cumplimiento de un gran deseo de mi parte.
Aplicación a la vida
La guía del Espíritu Santo es íntima y personal; sin embargo, a menudo utiliza el consejo divino de otros para validar la voluntad de Dios. ¿Estamos aprendiendo a estar alerta al testigo interno, mientras permanecemos abiertos a la confirmación de nuestros hermanos y hermanas en Cristo?