Cuando estaban a punto de meterlo en la fortaleza, Pablo dijo al comandante: “¿Se me permite decirte algo?”. Y él dijo: “¿Sabes griego? ¿No eres tú aquel egipcio que levantó una sedición antes de estos días y sacó al desierto los cuatro mil sicarios?”. Entonces dijo Pablo: “Yo de cierto soy hombre judío de Tarso, ciudadano de una ciudad no insignificante de Cilicia; pero te ruego que me permitas hablar al pueblo”.
Hechos 21:37-39
¡Qué notable que Pablo pidiera hablar a esta muchedumbre enfurecida que había estado lista para despedazarlo! Estoy seguro que, si hubiera estado en su lugar, hubiera estado intentando irme de ahí lo más rápido posible, bastante contento de ver irse a la muchedumbre. Pero Pablo reconoce esto como una oportunidad. Ha venido a Jerusalén determinado a hablar a esta nación. De la urgencia de su amor por ellos, quiere ser un instrumento para alcanzar a esta terca muchedumbre. Así que se agarra a la única oportunidad que tiene, esperando que el Señor le dé éxito.
El tribuno está muy sorprendido cuando Pablo se dirige a él en griego, porque este áspero oficial romano pensó que sabía quién era Pablo. Pensó que era un egipcio quien, de acuerdo a Josefo, un año antes había liderado a una banda de hombres desesperados al Monte de los Olivos, prometiéndoles que tenía el poder de causar que cayeran los muros de Jerusalén a su orden. Por supuesto no pudo cumplir su promesa, y los romanos se encargaron rápidamente de los rebeldes, matando a la mayoría de ellos, pero el líder egipcio había escapado.
Pero cuando este tribuno oyó el acento sofisticado de Grecia, supo que Pablo no era un asesino. (Los rebeldes eran llamados eso porque habían escondido sus puñales en sus capas y, al mezclarse entre la gente, atacarían sin previo aviso, matando a gente fortuitamente a sangre fría. Eran terroristas totales, intentando causar terror en la población judía y, por consiguiente, derrocar al gobierno romano.) Y por lo tanto, impresionado con algo sobre el profeta, el tribuno le deja hablar a esta muchedumbre. Sorprendentemente, cuando Pablo indica con la mano que quiere hablar, se hace un gran silencio.
Al revisar este relato no puedo evitar más que pensar en la frase que utiliza Pablo en su segunda carta a los corintios: “derribados, pero no destruidos” (2 Corintios 4:9b). Dios a veces nos permite pasar por grandes dificultades, pero nunca nos abandona. Nunca nos deja solos. Siempre nos da el poder y la valentía que necesitamos para enfrentar nuestra oposición. Él encuentra una forma de resolverlo todo, y lo utiliza para Su gloria. ¡Dios nunca abandona a Su pueblo!
Gracias, Padre, por este maravilloso ejemplo de cómo Tú diste coraje y valentía a aquel que estaba en gran dificultades. ¡Concédeme la misma audacia!
Aplicación a la vida
Cuando nos sentimos “derribados” por las circunstancias que resultan de nuestros intentos de servir a otros con el evangelio, ¿qué nos salvará de sentirnos “destruidos”? ¿Estamos aprendiendo a contar con la presencia fiel de Dios con nosotros, en nosotros, y de parte de Su obra por medio de nosotros?