Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. No tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.
Hebreos 4:14-16
Cinco palabras en este breve pasaje resumen todo lo que quiere decir “al trono de la gracia”. Un trono simboliza autoridad y poder, mientras que la gracia expresa la idea de simpatía y comprensión. Estos dos pensamientos son combinados en Jesucristo. Él es un hombre de poder infinito, sin embargo, en completa y absoluta simpatía con nosotros. Él mismo dijo, después de Su resurrección: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra” (Mateo 28:18). Su título aquí es: “Jesús, el Hijo de Dios”, poseyendo la plenitud de la deidad. Pero más que eso, Él es Aquel que “traspasó los cielos”. En esta edad del espacio, esta frase debería llamarnos la atención. Jesús no sólo pasó a los cielos, sino que los traspasó.
Cuando ponemos a gente en un cohete y les lanzamos al espacio, les estamos lanzando a los cielos. Todavía están en este contínuo espacio-tiempo. Aunque viajaran a los planetas más lejanos de nuestro sistema solar, lo que parece totalmente imposible ahora, todavía estarían en los cielos. Pero la declaración hecha para Jesús es que ha traspasado los cielos, ha pasado fuera de los límites del tiempo y el espacio. Ya no está contenido dentro de, ni limitado por esos linderos que nos mantienen dentro de nuestros límites físicos. Él está fuera, encima, más allá, sobre todo; por lo tanto, no hay límites a Su poder.
El escritor deja claro que aunque el Señor Jesús ha pasado a un sitio de poder supremo y no tiene absolutamente ningún límite sobre Su habilidad para obrar, Él también está tremendamente concernido con nuestros problemas. Dice: “No tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades”. Él ya ha pasado por todo el curso antes que nosotros. Ha sentido cada presión; ha conocido cada empuje; ha sido atraído por cada seducción con la que nos enfrentamos; ha sido atemorizado por cada temor, asaltado por cada ansiedad, deprimido por cada preocupación. Sin embargo, lo hizo sin ningún fracaso, sin pecar. Ni una sola vez cayó. “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.” ¡Eso es, cada ayuda que necesitas, cada vez que lo necesitas!
Ayúdanos Padre, a obedecer estas simples palabras de amonestación: Venir con confianza, con audacia, al trono de gracia, del cual viene brotando toda ayuda, luz y esperanza.
Aplicación a la vida
¿Qué limitaciones audaces presumimos imponer sobre Jesucristo, conquistador del tiempo y el espacio? ¿Honramos Su maravillosa invitación a venir audazmente a Su trono tanto de autoridad suprema como de gracia?