Debiendo ser ya maestros después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar cuáles son los primeros rudimentos de las palabras de Dios; y habéis llegado a ser tales, que tenéis necesidad de leche y no de alimento sólido. Y todo aquel que participa de la leche es inexperto en la palabra de justicia, porque es niño. El alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal.
Hebreos 5:12-14
He aquí un caso de desarrollo atrofiado. Aquí hay gente que ha estado profesando ser cristianos durante muchos años. Deberían ya ser maestros, pero necesitan que alguien les enseñe los primeros rudimentos del evangelio. Tenemos en nuestra casa una hija de tres años. Es la opinión unida de nuestra familia que es la niñita más lista, más brillante y más rica que jamás vivió. Pero si, en esta fase de su vida, algo ocurriera y su cuerpo siguiera creciendo pero su mente se detuviera, y siguiera diciendo las mismas cosas inteligentes que está diciendo ahora, mientras que su cuerpo siguiera madurando y creciera a ser una mujer adulta, ya no encontraríamos placer en lo que dice. Nuestro júbilo se volvería tristeza; sentiríamos gran aflicción al ver que nuestra querida hija esté sufriendo un desarrollo atrofiado.
Esto es lo que siente el autor al escribir a estos hebreos. Hay una nube de amenaza colgando sobre esta gente debido a su inmadurez. El autor hace tres observaciones muy importantes y reveladoras sobre este problema: Primero, hay una clara sugestión de que la edad en sí no produce madurez. Es asombroso cómo muchos de nosotros pensamos que así es. Nos encanta este pensamiento de crecimiento inevitable. A menudo decimos: “Simplemente danos tiempo. Maduraremos y ya no tendremos estos temperamentos irascibles, estas lenguas maliciosas y estos espíritus envidiosos”. Pero el tiempo nunca trae madurez.
La segunda observación que hace es que la inmadurez se identifica a sí misma. Tiene claras marcas que proveen un simple examen que cualquiera puede tomar para determinar si pertenece a esta clasificación o no. Hay una inhabilidad de instruir a otros. Aunque estos han sido cristianos durante años no tienen nada que decir para ayudar a otro que quizás esté luchando con problemas. Pueden entender sólo el tratamiento doctrinal más simple. Necesitan leche, dice el escritor, en vez de alimento sólido. No entienden el programa divino que resulta en una conducta correcta, porque ellos mismos son niños y sólo quieren leche. También hay una inhabilidad de discernir el bien del mal. Son tales personas que constituyen lo que podemos llamar metedores de pata consagrados, aquellos que tienen buenas intenciones y creen que están haciendo el bien, pero están continuamente haciendo lo equivocado, creando situaciones problemáticas y dificultades con otros.
La tercera observación que hace el autor es que el desarrollo atrofiado es una cosa muy cara. “Acerca de esto”, dice, “tenemos mucho que decir, pero es difícil de explicar, por cuanto os habéis hecho tardos para oír” (v. 11). “Hay tanto que os quiero decir”, dice, “que haría que vuestra humanidad hambrienta floreciera como capullos en primavera, si pudierais entenderlo, pero no lo entenderíais porque sois tardos para oír”. Los inmaduros se pierden tanto y arriesgan todavía más. Éste es un grave peligro amenazando a aquellos que continúan en esta condición de inmadurez.
Señor, estas palabras me han buscado, me han encontrado y me han hecho verme a mí mismo. Gracias por esto. No quiero engañarme a mí mismo. Gracias por decirme la verdad, aunque me duela, porque sé que al final es para que pueda ser sanado.
Aplicación a la vida
Si no queremos estar engañados, ¿cuáles son tres formas que podemos claramente identificar nuestro desarrollo espiritual atrofiado? ¿Nos preocupamos de considerar las serias consecuencias de esta inmadurez?