Entonces Jehová preguntó a Caín: ―¿Dónde está Abel, tu hermano? Y él respondió: ―No sé. ¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?
Génesis 4:9
La respuesta insolente y arrogante de Caín a la pregunta que le hizo Dios es una señal de que interiormente reconocía su culpabilidad. Así es cómo funciona siempre la culpabilidad, negando toda responsabilidad. Caín contesta: “¿Mi hermano? ¿Qué tengo yo que ver con mi hermano? ¿Soy yo acaso guarda de mi hermano? ¿Es acaso responsabilidad mía saber dónde está mi hermano?”. La hipocresía resulta aquí perfectamente evidente. A pesar de que Caín podía rechazar la responsabilidad de saber dónde estaba su hermano, no dudó en asumir la mayor responsabilidad en cuanto a haberle quitado la vida a su hermano.
Nosotros hemos oído cosas muy parecidas en estos tiempos modernos. Cuando Martín Lutero King Jr. fue asesinado en 1968, muchos dijeron cosas semejantes a ésta: “No es culpa nuestra que el Dr. King fuese asesinado. ¿Por qué íbamos a sufrir nosotros por lo que ha hecho una persona fanática? No es nuestra responsabilidad”. Poco después algunos dijeron: “Debió de saber que iba a pasar esto. Después de todo, si causamos problemas, antes o después acabamos por pagar el precio por hacerlo”. Nadie puede negar la lógica y la verdad de una afirmación semejante a ésta, a pesar de que resulta evidentemente incompleta. No hay nada en esta declaración respecto a enfrentarse con la responsabilidad ni en lo que se refiere a contestar honestamente a esta terrible pregunta de labios de Caín: “¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?”.
Hace dos o tres décadas, el Dr. Carl Henry escribió un libro titulado The Uneasy Conscience of Fundamentalism (La consciencia inquieta del fundamentalismo), que hizo que muchas personas sintiesen inquietud. El Dr. Henry apunta en este libro el hecho de que el aislamiento que adoptan muchos cristianos, que hace que no tengamos contacto con personas que no son cristianas, también nos ha distanciado, impidiendo que nos enfrentemos con algunas urgentes cuestiones sociales de nuestro tiempo. Con frecuencia nos hemos sentido perfectamente satisfechos cantando acerca de ir al cielo, pero hemos mostrado poca preocupación por los enfermos y los pobres, por los que se encuentran solos, por los ancianos y los desgraciados de nuestro mundo. Isaías 58 es una poderosa condena de esta actitud por parte de las personas religiosas. Dios se interesa enormemente por este aspecto de la vida, y aquellos que llevan Su nombre no se atreven a descuidar este aspecto. Seamos perfectamente sinceros y admitamos que ésta es una manifestación del amor cristiano que nosotros los evangélicos tenemos tendencia a descuidar.
No se pretendió jamás que la iglesia ministrase tan sólo a un segmento de la sociedad, sino que debía incluir a todas las personas, todas las clases, todas las razas, sin distinción alguna. Las iglesias deben hacer caso omiso a estas distinciones. Es preciso que así sea; de lo contrario, no estamos siendo fieles a Aquel que nos llamó y que Él mismo fue amigo de pecadores de toda clase. Debemos ser perfectamente honestos y admitir que éste ha sido un punto débil de la vida evangélica: el no ser capaces de actuar en obediencia al mandamiento de Dios de ofrecer amor, amistad, perdón y gracia a todas las personas sin distinción de clase, de raza, de posición o de herencia.
Padre, abre mis ojos para que pueda ver a las personas a mi alrededor como personas que Tú has creado y que Tú has puesto en mi camino con un propósito determinado. Enséñame que yo soy guarda de mi hermano.
Aplicación a la vida
La Iglesia debe ministrar a todos los segmentos de la sociedad sin distinción alguna. ¿Nos hemos vuelto nosotros satisfechos de nosotros mismos o demasiado cómodos en nuestro círculo de influencia y con nuestros conocidos?