Y miró Dios con agrado a Abel y su ofrenda; pero no miró con agrado a Caín ni a su ofrenda, por lo cual Caín se enojó en gran manera y decayó su semblante.
Génesis 4:4b-5
El relato dice que Caín estaba furioso porque Dios había rechazado su ofrenda y por eso su semblante estaba decaído. Es evidente que vino esperando que Dios aceptase su ofrenda, y es posible que se sintiese muy complacido consigo mismo y tal vez sintió que su ofrenda de fruta y grano era mucho más preciosa, mucho más estéticamente agradable que aquella cosa sangrienta y sucia que Abel había colocado sobre el altar. Pero cuando ascendió el humo de la ofrenda de Abel y la suya permaneció sin tocar, la sonrisa de Caín se convirtió en una expresión de enojo porque estaba furioso y resentido.
¡Qué bien conocemos este sentimiento! Y por el mismo motivo: por celos. Se sintió celoso porque su hermano fue aceptado pero él fue rechazado. Como nos dice el Nuevo Testamento, estaba furioso “porque sus obras eran malas y las de su hermano, justas” (1 Juan 3:12b), y se dejó dominar por los celos.
¿No son asombrosas las cosas que hacen que nos sintamos celosos? Tenemos celos porque nuestro vecino tiene un auto más grande que el nuestro. Es posible que nuestros compañeros de trabajo tengan un escritorio que esté más cerca de la ventana que el nuestro, o tal vez hayan recibido un comentario más largo de alabanza en el boletín de noticias de la compañía que nosotros, o su foto sea más grande. Nos sentimos furiosos si el nombre de ellos aparece escrito con letras más grandes o tienen alfombras más suaves en el suelo o tienen dos ventanas en lugar de una, como en nuestro despacho. Es realmente asombroso cómo estas cosas insignificantes hacen que nos sintamos celosos, resentidos, y nos sintamos irritados y dominados por la envidia.
Tras esa situación se encuentra exactamente el mismo motivo por el que Caín se puso furioso. No le gustó cómo había actuado Dios, ésa era la cuestión. No le gustó lo que Dios había decidido hacer por Abel. No fue cuestión de que se sintiese irritado porque la fruta no fuese tan buena como un cordero. Examinando esto después, podemos ver estas implicaciones, pero no fue eso lo que le molestó a Caín. Lo que le molestó fue sencillamente que Dios no se adaptó a la ideal que tenía él de la justicia. Cuando Dios pretende ponerse en contra de lo que nosotros esperábamos, nos sentimos profundamente ofendidos, ¿no es así? No tardamos en preguntar: “¿Cómo puede Dios hacer una cosa así? ¿Por qué permite Dios esto?”. Todo ello es debido a que deseamos que nuestros pensamientos sean el programa según el cual actúa Dios. Pero cuando pretende hacer algo diferente, ¡qué furiosos nos ponemos con Él!
Pero fíjese usted en la gracia de Dios. No se vuelve en contra de Caín, dejando caer toda Su ira sobre él. Sencillamente le hizo una pregunta: “¿Por qué estás tan furioso? ¿Por qué ha decaído tu semblante?”. Ésa es la mejor pregunta que se le puede hacer a una persona que se sienta celosa y resentida: “¿Por qué? Piense usted detenidamente en esto: ¿Por qué estás tan furioso? ¿Por qué te dejas dominar por el resentimiento en contra de esta persona?”.
Yo he aprendido que cuando los hombres y las mujeres me preguntan, como lo hacen a veces: “¿Por qué tiene esto que sucederme a mí?”, la única respuesta apropiada es: “¿Por qué no iba a sucederle a usted? Estas cosas le pasan a todo el mundo y a cualquiera. ¿Por qué no iba a sucederle a usted? ¿Por qué iba usted a escapar? ¿Por qué da usted por hecho que tiene una inmunidad especial a los problemas normales, a las injusticias y a las pruebas en la vida?”.
Con cuánta frecuencia me dejo dominar por una ira motivada por los celos, Señor, cuando siento que me estoy viendo privado de lo que me merezco. Perdóname y continúa recordándome que Tus caminos no son, sin duda, mis caminos.
Aplicación a la vida
Cuando no se cumple lo que esperábamos de Dios o de otras personas, con frecuencia no tardamos en sentirnos furiosos. ¿Estamos dispuestos a reconocer nuestro resentimiento por lo que es y volver a confiar de nuevo en Dios?