Maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida.
Génesis 3:17b
Nosotros nos vemos obligados a luchar denodadamente para ganarnos el sueldo, porque la tierra ha sido maldecida y, debido a ello, el hombre se ve obligado a trabajar con afán, de manera interminable y con dolor. El trabajo no es la maldición dada a los hombres, es la lucha lo que es la maldición. Si no tiene usted trabajo que hacer, usted es el más desgraciado de todos los humanos. El trabajo es una bendición de Dios, pero el trabajo duro, agotador, que es una lucha, es el resultado de la caída. Representa el sudor, la ansiedad y la presión que nos produce constantemente para crear la interminable carrera contra reloj en la vida.
El segundo factor que fue el resultado del fracaso de Adán es la muerte. Dios dijo: “pues polvo eres y al polvo volverás” (3:19b). ¿Acaso no es este sentido de la muerte, que se oculta en los límites de la vida, lo que hace que nos sintamos inútiles respecto a la vida? Recuerde usted al rico que hizo construir graneros, los llenó y luego se dijo a sí mismo: “Muchos bienes tienes guardados para muchos años; descansa, come, bebe y regocíjate”. Pero Dios le dijo: “Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma, y lo que has guardado, ¿de quién será?” (Lucas 12:19-20).
Sí, ésa es la pregunta con la que la muerte hace que nos tengamos que enfrentar. Luchamos por acumular propiedades, todas las cosas buenas de la vida, y después qué sensación de inutilidad tenemos al vernos obligados a pasárselas a otra persona, alguien que no movió un dedo para obtenerlas.
Vinimos al mundo desnudo y desnudos lo dejaremos. No tenemos nada que podamos llevarnos con nosotros, sino que debemos dejarlo todo atrás. Somos polvo y al polvo regresaremos. Está la sentencia de Dios: el dolor, la sujeción, la lucha y la muerte.
¿Es éste el resultado de nuestra locura, por cuya causa tenemos que rechinar los dientes y pasarnos toda la vida luchando, como una maldición por lo que hizo Adán? No, no lo es. Sólo nos da la impresión de ser un castigo cuando lo rechazamos y nos resistimos a él o nos rebelamos en contra de él. Pero nunca se pretendió que estas cosas fuesen ninguna clase de castigo, sino que lo que pretenden es que nos sirvan de ayuda, que sean un medio que nos recuerde la verdad, un medio que pretende contrarrestar el sutil orgullo que el enemigo ha plantado en nuestra raza, que hace que estemos imaginándonos toda clase de cosas ilusorias, pensando que somos el capitán de nuestro destino y el dueño de nuestra alma, que somos capaces de afrontar y resolver todos los problemas de la vida. Éstas son arrogantes pretensiones que tenemos.
Pero se nos recuerda constantemente que estas cosas no son verdad. La muerte, el dolor, el afanarse y la sujeción son límites a los que no podemos escapar. Están ahí constantemente, para reducirnos y para que nos veamos a nosotros mismos tal y como somos. Somos polvo, somos tan sólo humanos y no podemos hacer las cosas solos; necesitamos con desesperación a otras personas y necesitamos con desesperación a Dios. La hora de la más grande esperanza es cuando nuestros ojos se abren ante este hecho básico y decimos: “Señor, no puedo conseguirlo sin Ti. Te necesito con desesperación”.
Gracias, Señor, por esas pruebas y limitaciones de la vida que hacen que tenga que depender de Ti.
Aplicación a la vida
El trabajo es algo que se supone que nos lo ha concedido Dios para que sea una bendición para nosotros. ¿De qué manera la caída del hombre ha infectado todo lo que hacemos, haciendo que todos nuestros esfuerzos sean en vano? ¿Qué aprendemos por medio de los problemas de la vida?