Así fue destruido todo ser que vivía sobre la faz de la tierra, desde el hombre hasta la bestia, los reptiles y las aves del cielo; fueron borrados de la tierra. Solamente quedó Noé y los que con él estaban en el arca.
Génesis 7:23
¡Qué cosa tan notable es la magnitud del juicio mediante el diluvio! Son muchos los que hoy en día preguntan: “¿Fue el diluvio universal?”. Es muy difícil contestar a esto, pero hay una cosa que sí está clara: el diluvio destruyó la civilización de esa época. “Por lo cual el mundo de entonces”, dice Pedro, “pereció anegado en agua” (2 Pedro 3:6). La civilización de aquella época llegó a un fin súbito y precipitado. Las Escrituras nos advierten a lo largo de las mismas acerca de toda la extensión y lo repentino del juicio de Dios. Cada día da testimonio de la manera tan repentina en que la muerte puede sobrevenir a las personas.
Esto es algo que me quedó a mí perfectamente claro cuando tuve un accidente que fue casi fatal. Conduciendo por la autopista, me disponía a entrar en otra carretera cuando un hombre en una camioneta, esperando junto a la carretera, de repente se me colocó delante cuando yo iba a unas sesenta y cinco millas por hora. Mi pensamiento inmediato fue: “Bueno, aquí estoy y no voy a salir con vida”, porque me pareció imposible. Pero por la gracia de Dios pude dar un viraje alrededor de él, colocándome delante, y se paró lo suficiente como para que pudiera pasarle, y ninguno de los dos salió herido; pero estuve a punto de tener un accidente.
Esto es algo que puede suceder también en una época, que es todo el significado de este pasaje. La estructura de nuestra sociedad puede volverse tan corrompida que no puede seguir apoyándose en sí misma. Al igual que una vela en la tempestad, aparece una rasgadura que se abre rápidamente, y antes de mucho tiempo todo queda en jirones, y se produce un colapso total una vez que ha comenzado el proceso.
Ésa es la lección del diluvio. Está claro, basándonos en esto, que las grandes y funestas preguntas sobre la fe se nos hacen en privado y casi de manera inaudible. Rara vez se dirige Dios a nosotros mediante momentos dramáticos de decisión. Sin duda, estas personas que pasaron por el diluvio hubiesen deseado que los truenos hubiesen aparecido con una semana de adelanto, lo cual les hubiese dado una indicación de lo que estaba a punto de suceder. Pero los cielos están despejados, y Noé se ha encerrado en el arca, mientras no hay aún señal física del juicio inminente. Están encerrados, tanto si han creído como si no han creído en la oferta que les hizo Dios por medio de Noé.
El otro día una señora me entregó una nota de su hijo que decía: “Cuando vea al mundo quemándose en obediencia a las profecías, entonces creeré”. Entonces será demasiado tarde, que es lo mismo que dijeron aquellas personas. Cuando oigamos el sonido de la lluvia y escuchemos los truenos, creeremos. Pero Dios había cerrado la puerta, y era demasiado tarde.
¿Se toma usted esto en serio? Usted puede morirse mañana. La gran pregunta de las Escrituras es que si la vida es así de incierta, ¿por qué no vivirla ahora? No en la muerte vacía del delirio del mundo, sino mediante el impacto del poder del Espíritu, sabiendo que lo que es realmente vital se mantiene a salvo en el arca de Jesucristo, “una herencia... reservada en los cielos para vosotros, que sois guardados por el poder de Dios, mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo final”, dice el apóstol Pedro (1 Pedro 1:4b-5).
Señor, te doy gracias por este día. Permíteme vivirlo sabiendo que es un don y que en cualquier momento Tú puedes decidir llevarme al hogar.
Aplicación a la vida
Muchas personas han escuchado la historia de Noé y el diluvio. ¿Cuál es la lección del diluvio acerca de la cual todo el mundo debería meditar? ¿Hemos entrado nosotros totalmente en el arca de Jesucristo?