Visitó Jehová a Sara, como había dicho, e hizo Jehová con Sara como le había prometido.
Génesis 21:1
Este versículo es una imagen del gozo de la realización. Por fin tenemos a dos hijos de Abraham viviendo el uno junto al otro, Isaac e Ismael. No tenemos necesidad de preguntarnos lo que esto significa en la vida de fe porque, en Gálatas 4, Pablo nos lo explica. Nos dice que Isaac es una imagen de lo que es nacido del Espíritu y que Ismael es una imagen de lo que es nacido de la carne. Isaac es el resultado de una vida controlada por el Espíritu. ¿Qué significa esto para nosotros? En esa misma epístola nos dice: “Pero el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Gálatas 5:22-23a). Estos son los Isaacs que hemos estado esperando. Ismael, por otro lado, representa las obras de la carne que se destacan en este mismo capítulo. Fíjese usted cómo queda confirmado en este pasaje. Primero, el nacimiento de Isaac fue sobrenatural. No nació hasta que Abraham y Sarah llegaron a una avanzada edad. Sara tenía noventa años y Abraham tenía cien años de edad. Sucedió en el tiempo determinado, unos treinta años después de que Dios primeramente le hubiese prometido a Abraham un hijo. En Romanos 4:19a Pablo se refiere a este momento, diciendo: “Y su fe no se debilitó al considerar su cuerpo, que estaba ya como muerto (siendo de casi cien años), o la esterilidad de la matriz de Sara”. Éste fue un nacimiento sobrenatural en el que Dios aceleró los procesos naturales de nuevo, y nació un niño.
¿Ve usted ahora por qué Dios esperó todo este tiempo tan prolongado para cumplir la promesa a Abraham? Estaba esperando hasta que la habilidad y las fuerzas del hombre natural hubiesen cesado, de manera que Su promesa pudiera ser definitivamente un cumplimiento sobrenatural. Esto es exactamente lo que nos dice Dios a nosotros acerca del fruto del Espíritu en nuestras vidas. Nunca procederá de la carne ni de nuestros propios esfuerzos, o por el hecho de que nosotros pensemos de modo positivo o por intentarlo de manera perpetua. El amor, el gozo y la paz, esos maravillosos dones de Dios, no proceden nunca de ningún esfuerzo que realicemos nosotros por imitarlos. Usted puede imitarlos, pero nunca serán más que una sencilla imitación. Usted no puede producir el fruto del Espíritu por medio de la carne, porque ese fruto es el don sobrenatural de la vida vivida en el poder del Espíritu de Dios, nacido como lo fue Isaac.
Señor, veo tanto a Isaac como a Ismael en mi interior. Produce en mí esas cualidades semejantes a las de Isaac que yo no puedo generar por mí mismo.
Aplicación a la vida
¿Estamos nosotros haciendo todo lo posible para imitar el fruto que alimenta y da la vida que sólo podemos producir por el Espíritu de Dios? ¿Vemos la diferencia entre intentarlo y confiar?