Dijo también Abimelec a Abraham: ―¿Qué pensabas al hacer esto?
Génesis 20:10
¿Le ha tenido alguien que decirle a usted: “Como cristiano, ¿qué estaba usted pensando cuando hizo usted esta cosa?”? ¿Ha tenido usted que decírselo a sí mismo alguna vez: “¿En qué estaría yo pensando? Creí que había avanzado más que esto en la vida cristiana, y ahora me encuentro con que he hecho esta cosa que hacía muchísimo tiempo que creía haber eliminado de mi vida. ¿Cómo pude hacerlo?”? Si ha tenido que preguntarse esto a sí mismo, necesita usted aprender la lección que tuvo que aprender Abraham.
Usted sigue siendo capaz aún de cometer el peor pecado que jamás haya cometido usted, y más aún. Abraham fue un cobarde durante treinta años y seguía siendo capaz de continuar siendo el mismo cobarde que había sido al principio, ocultándose detrás de su esposa, sometiéndola a deshonor, desgracia y vergüenza con tal de proteger su propio pellejo.
La antigua naturaleza con la que nacemos está pervertida y retorcida, de manera que nunca se comporta como Dios pretendía que lo hiciese, porque es totalmente depravada. Eso no significa que no pueda hacer lo que da la impresión de ser cosas agradables a los ojos de otros e incluso ante nosotros mismos. Hay algo en lo que se refiere al antiguo yo, a la carne, que es capaz de simular la justicia. En el intento por comportarse de una manera que da la impresión de ser justa, incluso si tiene éxito, gracias a una representación externa de una naturaleza dulce y encantadora, no ha logrado nunca nada sino la propia justicia, y esa justicia propia exige siempre la alabanza de la persona misma, el anhelo de ser admirada y de conseguir la atención de otros. Si fracasa usted en su intento por manifestar la propia justicia, el resultado será la lástima que sentirá usted de sí mismo. Sea como fuere, es la carne y no puede nunca complacer a Dios. Éste es el motivo por el cual Dios entra en el corazón humano por medio de Cristo, que nunca intenta hacer nada en cuanto a limpiar esa antigua naturaleza, sino que la considera carente de todo valor. Poco importa lo que parezca a la vista de otras personas, si tiene su origen en la esencia del avance propio, con carácter egoísta, carece de todo valor y siempre será así. Lo que es usted ahora en la carne lo será siempre, aunque viva usted cien años. Si se apropia usted este concepto, descubrirá que es uno de las verdades más estimulantes de su vida cristiana, porque le liberará a usted de esa espantosa carga que es el esfuerzo propio y que hace que la antigua naturaleza intente comportarse. Es preciso que renuncie usted a su yo, como dice la Palabra de Dios que debe hacerlo, y que deje usted de alimentarlo, de protegerlo, de sacarle brillo, intentando que parezca bueno. Entréguelo, acepte todo lo que es Jesucristo en usted y lo que desea ser por medio de usted, porque Su naturaleza es perfecta.
Cualquier dependencia en uno mismo siempre da como resultado la clase de experiencia que tuvo Abraham. Después de haber caminado con Dios durante treinta años y de haber aprendido lecciones maravillosas en la vida espiritual, al momento en que se aparta de la dependencia de Dios, vuelve a manifestarse esa misma naturaleza fea que tuvo al principio y que permanece sin cambio alguno después de treinta años. Las antiguas naturalezas deben mantenerse bajo control caminando en el Espíritu. “Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne” (Gálatas 5:16), nos dice Pablo.
Padre, Tú no me has llamado a mejorarme a mí mismo. Ayúdame a reconocer lo que soy, que en mí mismo no puedo nunca ser suficientemente bueno, y a que pueda apropiarme de todo lo que Cristo puede ser para mí y por medio de mí, porque Su vida es satisfactoria para Ti.
Aplicación a la vida
Nuestras antiguas naturalezas nunca mueren, y nosotros podemos dejarnos engañar por este fraude. ¿Estamos nosotros decidiendo morir a todo eso y vivir nuestra nueva identidad en el Señor Jesucristo?