Entonces dijo Abraham a sus siervos: ―Esperad aquí con el asno. Yo y el muchacho iremos hasta allá, adoraremos y volveremos a vosotros.
Génesis 22:5
El relato ha guardado silencio acerca de la reacción emocional de Abraham aquí, pero con sólo ponernos en su lugar podemos sentir lo que él sintió, cómo debió de tener el corazón destrozado, cómo evita decirle a Isaac la espantosa verdad hasta el último momento posible, cómo seguramente estaría temblando en su interior cuando Isaac le hizo la pregunta: “¿Dónde está el cordero?”. Sabemos que no existe una respuesta real a la pregunta hecha por Isaac hasta que no pasamos por los siglos que median y escuchamos en el Nuevo Testamento a Juan el Bautista ante el pueblo de Israel diciendo: “¡Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!” (Juan 1:29).
¿Dónde encontraría este padre tan dolorido la fuerza para seguir adelante con esa tarea tan espantosa? La respuesta se encuentra aquí en una breve frase del versículo 5: “Esperad aquí con el asno. Yo y el muchacho iremos hasta allá, adoraremos y volveremos a vosotros”. Abraham no está intentando engañar a estos hombres, pero en alguna parte en las tranquilas meditaciones de aquella espantosa noche, cuando la palabra le llegó por primera vez, tendría la conciencia de que Dios podía hacer algo para levantar a este niño de los muertos, y Abraham creía en la resurrección. Ahí es donde encontró la paz para seguir el mandamiento dado por Dios. En las luchas de aquella noche, comenzó a razonar y a contar con Dios.
Debió de pensar algo parecido a esto: “Dios me ha dado promesas, y yo he vivido con Dios lo suficiente como para saber que cuando Dios hace una promesa la cumple. Dios ha dicho que en mi hijo Isaac todas las naciones de la tierra serán bendecidas. Isaac es necesario para el cumplimiento de la promesa. No puede ser ningún otro; ha dicho que este niño será aquel en quien se cumplirá la promesa. Entonces, si Dios me ha pedido ahora que le entregue como sacrificio, hay una explicación, y es que Dios tiene la intención de levantarle de los muertos”.
Abraham nunca había tenido, como lo hemos tenido nosotros hoy, la experiencia o la constancia de que nadie hubiese resucitado de los muertos. A pesar de lo cual, su fe es tan firme en el carácter de Dios que llega a la realización de la resurrección. Esto se confirma en Hebreos 11: “Por la fe Abraham... ofreció a Isaac… porque pensaba que Dios es poderoso para levantar aun de entre los muertos” (11:17-19a). Abraham arriesgó todo lo que le pertenecía y amaba sobre el carácter de Dios, y halló que Él era un Dios de resurrección.
Debido a este maravilloso triunfo en su vida, Abraham llama a aquel lugar “Jehová proveerá”. Y basándose en este milagro surgió un pequeño dicho en Israel, un proverbio: “En el monte de Jehová será provisto”. La manera de actuar Dios con las personas es tal que da la impresión de que la liberación no llega nunca; es como si la liberación no se cumpliese jamás. Pero si sigue usted adelante, cuando llegue usted al monte, habrá provisión. Las decepciones de las personas son las citas de Dios, porque para Dios no es nunca demasiado tarde. Aunque Abraham se hubiese visto obligado a seguir adelante con aquel sangriento encargo hasta su fin, su corazón de padre reposó en la tranquila paz, porque sabía que Dios levantaría a su hijo de los muertos.
Dios, te doy gracias porque, sea lo que sea que Tú me llamas a poner en el altar en obediencia a Ti, Tú siempre sabes lo que es mejor y Tú tienes siempre un plan.
Aplicación a la vida
Nuestro mundo está lleno de corrupción y sufrimiento, que dan la impresión de asegurar el triunfo del maligno. ¿Vemos todo esto a través de la lente del carácter de Dios y Su poder soberano?