Luego se levantó Abraham de delante de su muerta y habló a los hijos de Het, diciendo: ―Extranjero y forastero soy entre vosotros.
Génesis 23:3-4a
A mí me encanta la frase: “se levantó Abraham de delante de su muerta”. Eso implica que tuvo que cuadrarse y enfrentarse de nuevo con la vida, a lo cual le sigue una maravillosa confesión de fe: “Extranjero y forastero soy entre vosotros”. Ésta es la palabra de un hombre que mira más allá de lo que tiene que ofrecer la tierra y ve la ciudad que tiene fundamentos, cuyo constructor y hacedor es Dios.
Aunque Abraham había estado llorando en el valle de la sombra de muerte, sintió de algún modo que no podía haber sombra sin que hubiese una luz en alguna parte. ¿Ha aprendido usted eso? Cuando aparecen las sombras en su vida, es una señal de que debe de haber luz en alguna parte. Como es lógico, si le damos la espalda a la luz, entonces somos nosotros mismos los que causamos la sombra. Yo creo que las personas están viviendo actualmente en una sombra constante porque le han dado la espalda a la luz, y ellos mismos oscurecen su propia existencia. Pero si nos colocamos de cara a la luz, contemplando esa luz que procede de la ciudad cuyo arquitecto y constructor es Dios, entonces sólo aparece la sombra temporalmente, cuando algún objeto oscurece la luz durante un momento.
Después de todo, eso es lo que es la muerte; es sencillamente un oscurecimiento temporal de la luz. Pero el hombre de fe eleva sus ojos y mira más allá de la sombra y ve la luz que todavía brilla, y les dice a estas personas: “Yo soy un extranjero y forastero entre vosotros. No hay nada que me satisfaga aquí abajo, y no puedo nunca establecerme entre vosotros”. Toda la tierra le había sido dada por la promesa de Dios, pero el cuerpo muerto de su esposa ante él le recuerda que no ha llegado todavía el tiempo de Dios. Su fe no se debilita a causa de la muerte de Sara, sino más bien se fortalece a causa de ella.
Si Abraham no se hubiese acordado de que era un peregrino y un extranjero, su corazón hubiese quedado destrozado por la desesperación a causa de la muerte de su amada esposa y compañera. Pero Abraham eleva sus ojos por encima de esto a la luz de la ciudad más arriba. Se acuerda de que nada en esta vida se suponía que cubriese totalmente las necesidades del corazón del peregrino extranjero que pasa por ella.
El Dr. Barnhouse cuenta de una mujer joven cuyo esposo había muerto en acción durante la guerra. Cuando llegó el telegrama, esta mujer cristiana lo leyó hasta el final y luego le dijo a su madre: ―Voy a subir a mi cuarto; por favor no me molestes.
Su madre llamó a su padre al trabajo y le contó lo que había sucedido, y él volvió apresuradamente a la casa y subió de inmediato a la habitación. Su hija no le oyó entrar, y él la vio arrodillada junto a su cama. El telegrama estaba abierto sobre la cama ante ella y ella estaba inclinada sobre él. Y al estar allí, le oyó decir a su hija: “¡Oh, mi Padre, mi Padre celestial!”. El hombre se dio la vuelta y bajó las escaleras, y le dijo a su mujer: ―Está en mejores manos que las mías.
Esto es lo que hace la fe en la hora del dolor. La fortaleza misma de la fe de Abraham en medio de su angustia es que él es un extranjero y forastero, un peregrino de paso hacia la única ciudad que puede satisfacer al corazón humano.
Padre, sé que la vida puede a veces golpearnos de una manera terrible. Permite que yo sea capturado por Aquel que ha dicho que yo no puedo estar nunca completamente satisfecho con lo que hay aquí, y haz que mis ojos se fijen en la luz que procede de la ciudad más allá, para que yo sea adaptado a ese lugar.
Aplicación a la vida
¿Estamos nosotros viviendo en las sombras creadas por haberle dado la espalda a la verdad y a la vida que tenemos en Cristo Jesús? ¿A quién acudimos cuando la vida se derrumba?