Y respondió a Efrón en presencia del pueblo del lugar, diciendo: ―Antes, si te place, te ruego que me oigas. Yo pagaré el precio de la heredad; acéptalo y sepultaré en ella a mi muerta.
Génesis 23:13
La lección suprema aquí lo que hace es mostrarnos la total independencia del hombre de fe. Abraham no estaba dispuesto a consentir ser dueño de una tierra sin pagar por ella, de manera que insistió cortésmente en no llevarse nada del mundo, aunque está dispuesto a tomarlo todo de Dios. Aquí muestra una gran independencia, no permitiendo que el mundo le haga rico en ninguna medida. Dios le había prometido esta tierra, y ninguna estrategia del enemigo, ningún expediente temporal, podía satisfacer su corazón. Al final de su carrera, a pesar de que era propietario de la tierra por la promesa, la única parte que realmente poseía era el campo y la cueva donde enterró a su esposa.
Existe una gran carestía de individualismo desapacible en nuestro mundo hoy. ¿Cuál es el secreto de ello? Aprendemos de la vida de Abraham que el secreto es esencialmente fijar nuestros ojos en otro lugar y no quedarnos satisfechos con cualquier cosa que nos ofrezca la tierra. Entonces podemos ser bastante indiferentes a sus atractivos, sus afirmaciones y las presiones que sentimos de por todas partes. Si nuestros corazones están realmente envueltos en esta escena aquí abajo, no somos más que víctimas de todas las presiones que surjan en cualquier forma. Si tenemos los ojos fijos en la ciudad que sólo Dios construye, a donde mira la persona de fe, entonces podemos ser muy independientes aquí.
Las cartas de Samuel Rutherford son un maravilloso tesoro de la vida devocional del corazón que ha sido cautivado y capturado por Cristo. Él fue un gran hombre fuerte. Recuerdo haber leído sobre cuando se estaba muriendo en la prisión de St. Andrews en Escocia, cuando el rey envió un mensajero para convocarle a que apareciese en el tribunal de Londres, para que respondiese a los cargos de gran herejía. Cuando entró el mensajero y se encontró ante el anciano anunciándole que el rey le había ordenado aparecer ante el tribunal, le dijo con su estilo escocés: “Ve y dile a tu amo que tengo una cita para aparecer ante un tribunal más elevado, y antes de que le llegue este mensaje, yo voy a estar donde pocos reyes y grandes hombres jamás van”. Ésta fue un reproche conmovedor hecho a un hombre en la tierra que creyó poder reclamar la presencia ante el tribunal de un hombre de fe.
Abraham fue propietario de una sepultura en una cueva al final. Eso fue todo. Esto es algo que nos sirve de recordatorio a todos los hombres y mujeres de fe en todas las épocas, que todo cuanto podemos tener en propiedad aquí abajo es una parcela de sepultura en la cual podemos hacer descansar todas nuestras esperanzas y expectativas en esta vida. Todo lo que esperamos y todas las cosas estupendas que esperamos tener algún día, todas las experiencias que nos gustaría poder vivir de nuevo, todas estas expectaciones se encuentran enterradas en la tumba.
Hemos sido creados para ser criaturas de la eternidad. El libro de Eclesiastés dice que Dios “ha puesto eternidad en el corazón del hombre” (Eclesiastés 3:11b). No hemos sido creados para ser criaturas del tiempo, y no hemos sido hechos para que nos sintamos satisfechos con este breve periodo de vida y para que luego pasemos al silencio eterno e interminable que es la muerte. Dios ha puesto eternidad en nuestros corazones. Pero la gran tragedia es que podemos muy fácilmente perder de vista el objetivo. Nos involucramos en los problemas del tiempo y perdemos la visión mucho más amplia de la eternidad.
Señor, enséñame a vivir con la misma clase de independencia que lo hizo Abraham, que fijó sus ojos en aquellas cosas que nadie le podía quitar.
Aplicación a la vida
¿Somos nosotros rehenes de las cosas que tienen que ver sencillamente con esta temporada? ¿Vivimos nosotros cada día como criaturas de los valores y la esperanza de la eternidad?