Respondió Abram al rey de Sodoma: ―He jurado a Jehová, Dios Altísimo, creador de los cielos y de la tierra, que ni un hilo ni una correa de calzado tomaré de todo lo que es tuyo, para que no digas: “Yo enriquecí a Abram”.
Génesis 14:22-23
Visto superficialmente, la oferta hecha por el rey de Sodoma da la impresión de ser una recompensa perfectamente justificable. Abram había participado en su gran batalla, no a favor del rey de Sodoma pero por causa de Lot y de su familia. A pesar de ello, el efecto de su victoria fue un gran beneficio para toda la malvada ciudad. Por este motivo, el rey estaba allí para reunirse con él. Había sido nombrado un comité especial de bienvenida, encabezado por el rey mismo, con el fin de conceder a Abram la recompensa habitual del héroe conquistador. ¡La riqueza de Sodoma debía pertenecerle por entero a Abram!
Fíjese el lector en la sutileza de esta tentación. ¡Da la impresión de ser tan justa y apropiada! Abram pudo muy bien haber dicho: “Sin duda esto es lo que me merezco y, después de todo, es la costumbre hacer esto”. ¿Quién de nosotros, de haber estado en el lugar de Abram, no hubiese pensado de este modo?
Pero fue exactamente en la aparente libertad del regalo donde se hallaba el peligro. Es imposible aceptar esta clase de regalo sin sentir haber contraído una obligación con el que lo ha hecho. Si hubiese estado obligado a firmar alguna clase de contrato, hubiese encontrado fácil decir que no, pero, a fin de poder aceptar este regalo sin sentirse obligado por él, resultaría de lo más difícil decir que no a cualquier cosa más adelante. A partir de ese día y en adelante, el rey de Sodoma podría decir: “Abram está endeudado conmigo. Si alguna vez necesito cualquier ayuda militar, sé dónde conseguirla. Mi hombre está ahí, en lo alto de la colina”. El regalo era una insidiosa amenaza para la independencia del hombre que tuviese que recibir órdenes de cualquiera que no fuese Dios.
¿Cómo fue que Abram pudo tener clara la intención sutil y fue capaz de resistirse resueltamente a las presiones abrumadoras a las que se vió expuesto? Antes de que el rey de Sodoma se encontrase con Abram, con su astuta oferta, Abram se había encontrado ya con otro rey, el misterioso Melquisedec. Sale de repente de entre las sombras, ministra a Abram y desaparece repentinamente de las páginas de las Escrituras, y nunca más oímos hablar acerca de él hasta el Salmo 110, donde David declara que el Mesías que había de venir sería nombrado sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec. ¿Quién era Melquisedec? Este hombre es una figura del sacerdocio eterno de nuestro Señor Jesucristo, que no tiene ni principio ni fin, sino que vive para siempre intercediendo por nosotros.
Abram no hubiese pasado nunca por esta sutil trampa saliendo ileso de no haberse encontrado Melquisedec con él, y en la intimidad de esa comunión vio lo que de otro modo no hubiese visto: que los valores de los cuales el mundo tanto depende no son más que fruslerías en comparación con la gloria de la comunión con el Dios vivo, creador de los cielos y la tierra. Cuando vino el rey de Sodoma, Abram pudo decir: “Llévate tus juguetitos y vuelve corriendo a Sodoma. Yo no quiero parte alguna. No quiero que ningún hombre pueda decir que ha hecho que Abram sea rico. Si alguien hace rico a Abram, será Dios”. ¡Qué gran victoria!
Padre, cuán grande es Tu gracia por haberme mandado a ese Melquisedec celestial para fortalecerme en tiempos de peligro. ¿Cómo puedo yo atreverme a enfrentarme con las complejidades de este mundo aparte de la comunión diaria en el valle del Rey con Él?
Aplicación a la vida
Los valores eternos y temporales son radicalmente diferentes, pero necesitamos un discernimiento continuo para evitar el compromiso. ¿Cuál es la única protección en contra de esta tentación?