¿Qué, pues? Que no obstante, de todas maneras, o por pretexto o por verdad, Cristo es anunciado; y en esto me gozo.
Filipenses 1:18a
Es evidente en este pasaje que ciertos cristianos estaban celosos de Pablo. Estos no son judaizantes. Estos no son falsos maestros. Están predicando el verdadero evangelio. Eran genuinos cristianos, pero tenían envidia de Pablo. Evidentemente sintieron que ellos estaban ahí primero y sintieron que quizás él había usurpado su posición. Siempre hay una predisposición a la envidia. Pero muchas doctrinas falsas habían caído ante el Espíritu de poder, y de una lógica tranquila y la autoridad del apóstol al ministrarles. Ahora ven una oportunidad para recuperar su popularidad. Comienzan a planear extensivas campañas en Roma y en las ciudades circundantes, esperando de esta forma eclipsar al apóstol en su actividad y celo por el evangelio. Tienen la esperanza de que cuando Pablo se entere de cuánto están haciendo quizás él también sienta algo de la envidia que ellos sienten. Pero al prisionero poco le importaba. El espíritu magnánimo que tiene en Cristo sólo le causa regocijarse en el hecho de que Cristo está siendo predicado. Dice: “No importa si lo están haciendo para hacerme sentir mal o no, Cristo es anunciado, y en esto me gozo”.
¿Puedes soportar el éxito de otros? Ésa es una de las pruebas más duras de la madurez cristiana, ¿no es así? Creo que no hay señal más clara de la madurez cristiana que el ser capaz de regocijarse genuinamente ―no sólo decir palabras piadosas― pero sinceramente regocijarnos del éxito de otra persona. Muchos de nosotros reaccionamos como un cristiano del que oí que vivía en las montañas de West Virginia, quien, al preguntársele cómo habían ido las cosas ese año, dijo: “Oh, las cosas han sido terribles. Hemos tenido un año espantoso. Las cosas nunca han ido peor. En vez de tener ningún progreso en la iglesia hemos tenido reveses, hemos perdido a gente”. Pero entonces sonrió y dijo: “Pero, gracias a Dios, los metodistas no han tenido mejor situación”. Ese espíritu es lo contrario de lo que Pablo demuestra aquí. La competencia le causa regocijarse.
Confieso, Señor, que a menudo no me he regocijado en el éxito de otros, y lo he visto como una amenaza al sentido de mi propia valía. Enséñame, como a Pablo, a regocijarme en el éxito de mis rivales.
Aplicación a la vida
¡La envidia cristiana es un oxímoron! ¿Estamos entre aquellos que deshonran a Cristo por los celos competitivos? ¿O compartimos el regocijo de Pablo cuando las buenas nuevas son propagadas por cualquier medio?