Pero nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo.
Filipenses 3:20
Como miembros de la iglesia de Jesucristo, hemos sido mandados por nuestro Señor a formar una colonia en un puesto fronterizo desde el cual extendemos la influencia de los cielos. La iglesia a menudo ha optado por uno de dos extremos. Se ha retirado del mundo para evitar ser manchada por él. O ha entrado en el mundo para dominarlo. Ha buscado o retirarse del mundo o dominarlo. Las dos inclinaciones tienen una base en el temor. Cuando nos retiramos, tenemos temor de contaminación. Cuando dominamos, tenemos temor a ser anihilados.
La Biblia nos ofrece otra alternativa, una que no falla ni de un lado ni del otro. Nos reunimos juntos para adoptar y reforzar un modelo cristiano de sacrificio propio. Entonces entramos al mundo y lo influenciamos mediante este modelo: mediante el poder del amor en vez del amor al poder. Esta tercera alternativa siempre tendrá alguna tensión en ella. A menudo nos preguntaremos si estamos fallando, ya sea en retirarnos o en la dominación, y nos sentiremos empujados en ambas direcciones. El aislamiento y el poder cada uno tiene su atractivo. Tendremos que pensar y orar y usar toda la sabiduría que Dios nos da para poder tomar este camino, pero es el camino al que somos llamados.
Cuando nos retiramos, perdemos cualquier influencia que podamos tener. Cuando dominamos, optando por el amor del poder en vez del poder del amor, imitamos el modelo de la cultura en vez del modelo de Cristo y de nuevo perdemos nuestra influencia.
Leví, el recaudador de impuestos, era un marginado. Los judíos le consideraban un traidor porque recaudaba impuestos para los romanos. Pero Jesús fue a la casa de Leví y cenó con muchos otros recaudadores de impuestos y pecadores allí. Los escribas y los fariseos estaban consternados. Jesús estaba extendiendo la influencia de los cielos en una fiesta de pecadores sin ser influenciado por ellos (Marcos 2:13-17). Deberíamos considerar asistir a tales fiestas. Si ellos no vienen a nuestras fiestas, necesitamos ir a las de ellos. Cuando Jesús entró en el mundo de los pecadores, no fue contaminado por su pecado, sino que Su santidad limpió su pecado (Marcos 5:25-34). Jesús convive con nosotros por medio de Su Espíritu. Él nos ha hecho santos (Efesios 1:4). Nosotros también podemos aventurarnos a salir al mundo como una influencia santificadora.
Jesús dijo: “Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y pisoteada por los hombres” (Mateo 5:13). La sal se utilizaba como un conservador. Jesús les estaba diciendo a Sus seguidores que ellos debían ser una influencia en la tierra. El decir “sois la sal de la tierra” es otra forma de decir “nuestra ciudadanía está en los cielos”. Somos la sal de la tierra y una colonia de los cielos, mandados por Dios para influenciar a la tierra mediante el modelo de un amor que se sacrifica a sí mismo.
Señor, enséñame a escoger la otra alternativa; no a retirarme del mundo ni buscar dominar el mundo, sino más bien influenciar al mundo mediante el poder del amor.
Escrito por Mark S. Mitchell
Aplicación a la vida
Ya que nuestra ciudadanía está en los cielos, ¿entonces renunciamos a nuestra responsabilidad en esta “colonia en un puesto fronterizo”? ¿Cuál es la alternativa apropiada a nuestra inhibición temerosa de influir como hizo Cristo, que tanto necesita el mundo?